El Callejón Oscuro, novela dos veces premiada

El relato novelesco es de los géneros literarios que reciben de modo más directo y completo el caudal de nuestra mismidad. En su hechura intervienen esas visiones producidas por el contacto continuo y secreto de la vida. Susana Gertopán, en la realización de su novela, muestra memoria, recuerdos-olvidos, cuyo dinamismo convertido en imágenes y palabras, por distintos canales ocultos, entran en el relato como hilos de agua que alimentan su sensibilidad.

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Dos mundos ficcionales en “El Callejón Oscuro”

La imaginación creadora de Susana puso en funcionamiento un eficaz artilugio semiótico para conseguir legitimar el discurso del narrador que, como función primordial, hace de mediador entre la realidad vivida en el presente de la narración y la evocada en la memoria de sus personajes que no pueden desligarse de sus recuerdos, ni vencer la nostalgia ni el horror de lo vivido.

La realidad es el elemento con que la escritora lleva a cabo la instauración de un universo de ficción que relaciona a José con su primo Ariel, con quien tuvo mucho acercamiento en la niñez, amistad, juegos, sueños, paseos, todo lo cual se ha visto interrumpido a causa de la emigración de Ariel, quien ahora en la adultez envía una misiva a su primo para pedirle referencia acerca de un hecho oscuro ocurrido en la adolescencia y que en su memoria había enredado de manera absurda. Con ese hecho secreto y misterioso muy bien guardado por la autora se teje la intriga hábilmente anudada en la trama y resuelta con sorpresa en el desenlace.

Susana maneja con maestría el claroscuro; cada acción descrita en el callejón oscuro se percibe en la penumbra de lo oculto, de lo prohibido, y los personajes salen como emergiendo de la niebla.

El tejido de la trama puede ser interpretado en amplitud y hondura por el lector, que establece una conexión activa para desestructurar el nudo narrativo. Cada uno de los numerosos personajes son como zombis en un universo limitado por dos muros que separan el exterior, donde la gente se mueve bajo la luz del sol y el callejón, el túnel simbólico que encierra el horror y la crueldad, la hechicería y el esoterismo, la explotación sexual y los abusos, la avaricia y el comercio con la miseria humana, la ignorancia y la superstición. En el callejón oscuro se instala doña China, la dueña del prostíbulo; allí, mujeres sin nombre, en medio de la suciedad, se entregan a la prostitución, allí pierden sus encantos y envejecen, allí reinan la lujuria y el abuso. Diversos juegos clandestinos despluman a los viciosos parroquianos de sus magras posesiones.

Afuera bulle la vida; el Mercado 4, la gran feria en un estallido de colores, oferta a gritos miles de productos que atraen a ese gentío que se apodera del lugar durante el día, pero al caer la noche cesa toda actividad.

Desde niño, José tenía vedado el acceso al mercado; la calle Pettirossi era la franja neutral entre dos mundos incomunicables, tres lenguas: el hidich, el castellano y el guaraní, dos culturas: la judaica y la criolla, dos estilos de vida, dos modos de negociar.

José, atraído por la actividad que bullía incesante del otro lado de la calle, decide transponer la valla simbólica de lo desconocido, que como fruto prohibido le llamaba, y decide incursionar en el mercado llevado de la mano de su vecino y paisano, el tendero don Jaime.

Tanto Jaime como su hermano Isaac habían llegado de Polonia antes de la Segunda Guerra Mundial; ellos fueron los primeros judíos en abrir su tienda en la calle Pettirossi, ambos vivían de acuerdo con los preceptos judíos.

Engaño y rebeldía

José, desobedeciendo las órdenes de su padre, quien le había prohibido acercarse al mercado, decide un día, en vez de irse al colegio, adentrarse en el mercado y desde ese día la visita al mercado era su paseo habitual. Probó las comidas que allí se vendía, presenció trifulcas entre carretilleros, peleas entre vendedores, mendigos que removían desperdicios, hablaba con yuyeras, prueberas, carniceros, se relacionó con vendedores de loterías, y observaba todo tipo de negocios que convertían al lugar en un laberinto movedizo y ruidoso.

La técnica de la novelista me parece muy acertada, pues sus personajes se mueven en ese escenario lleno de contrastes y contradicciones; las descripciones son parcas porque bastan las acciones para la captación de la realidad, en la que se confunden voces, sonidos, olores y sabores.

Soledad y abandono

Se aprecia el realismo costumbrista de ese sector del Paraguay indigente y el naturalismo que signa ese callejón en el que los seres humanos pasean su indigencia en medio de la mugre, la miseria y la desesperación. Allí, la soledad y el olvido llenan el espacio nebuloso de esos desechos humanos a quienes la felicidad les es negada. No hay redención posible para ellos, no habrá felicidad a causa del abandono en el que la injusticia social los coloca, pero Susana solo expone, no hace juicio de valoración ni denuncia social, lo cual considero apropiado: no usar la literatura para otros fines que no sean los estrictamente literarios.

El protagonista renuncia a seguir una carrera universitaria para convertirse en un médico yuyero; él cree encontrar su vocación de servicio y sirve a esos seres olvidados de la fortuna.
Resulta admirable el avance del tiempo en la novela, de qué modo se produce el cambio social que inexorablemente deja de lado lo caduco para reemplazarlo con la novedad que ofrece la actualidad y la tecnología.

Soledad y abandono, miseria y suciedad, abuso de toda índole; crímenes y violaciones, despojos y robos alejan a esos seres definitivamente de la alegría y del amor, hurtándoles el derecho a ser felices desde el mismo instante de nacer. Nacen para sufrir y existen para morir. En la novela no hay un instante de alegría ni de felicidad. Es la novela del amor ausente.

La narración en tercera persona y las múltiples voces, a más de la cámara que se mueve vertiginosamente en diversos planos, consiguen la auténtica ficción creada sobre esa dramática realidad, un verdadero modelo constructivista de un universo singular en el que las tradiciones judías y las convicciones de los personajes amasan el sustrato ideológico bien trabajado por Susana, para que el sufrimiento no se convierta en desarraigo y el olvido no sea el manto que cubra los recuerdos y las costumbres de aquellos que abandonaron el pasado para lograr sobrevivir en patria ajena, a la que no pudieron comprender cabalmente porque la verdadera vida de ellos estaba en el pasado, negándoles toda posibilidad de soñar, desear o construir la amistad y la felicidad en este país que los acogió.

Uno a uno, los personajes eran llevados por la muerte; quedó José, para desvelar el secreto del callejón: la cruel escena presenciada por los dos adolescentes, José y Ariel, la cual es la huida vertiginosa de una jovencita que deja al bebé en medio de un charco de sangre a merced de los perros hambrientos. Un final trágico, horroroso, impresionante, digno de un filme de terror.

Editor: Alcibiades González Delvalle - alcibiades@abc.com.py

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