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NOCHE DE FIESTA
Las obras más difundidas de Manuel Ortiz Guerrero –un poeta de producción desigual, hay que decirlo– son en general las bilingües y las escritas en guaraní (de hecho, tal vez uno de los rasgos más interesantes de su escritura sea que en esas, sus poesías bilingües, y aun en las escritas del todo en guaraní, amolda este idioma a la versificación castellana, con lo que hispaniza el guaraní o guaraniza el español, por así decirlo). Sin embargo, dos de aquellos de sus textos que escribió totalmente en castellano, «Ofrendaria» y, sobre todo, el soneto «Endoso lírico», son tan populares como aquellas, probablemente porque participan del atractivo de los escenarios en los cuales la memoria o el mito sitúan su escritura, y del carisma de los personajes históricos que, con mayor y menor fidelidad a los hechos, rodean y participan de las circunstancias de su creación.
Al parecer, fue el periodista, escritor y político paraguayo de la generación novecentista Arsenio López Decoud (San Fernando, 1867-Asunción, 1945) quien organizó, en 1915, el primer concurso de belleza realizado en nuestro país, y cuya primera ganadora, elegida por el público, y por unanimidad, en el Teatro Nacional (que hoy es el Teatro Municipal Ignacio A. Pane), fue coronada durante una legendaria fiesta en los salones del club social del cual Arsenio López Decoud era en ese entonces presidente, el Unión Club –hablamos de esos vastos salones que siguen, si bien ya recubiertos de polvo y de nostalgia, ennoblecidos, cabe decir, por la decadencia, en su viejo y bonito edificio de siempre, en la calle Palma–.
Aquella primera «Señorita Paraguay» de 1915 era una jovencita de diecinueve años llamada María Anselma Clotilde Heyn Denis, más conocida como Anselmita Heyn, nombre con el que se la recuerda hasta hoy como, según la fama, una de las mujeres más hermosas de la historia del país.
PRIMERA VERSIÓN
Hija de Víctor Hugo Heyn Tembrinken (Río de Janeiro, 1850-Buenos Aires, 1908) y de Anselma Denis Espínola (Asunción, 1856-1936), Anselmita Heyn nació en Asunción el lunes 7 de septiembre de 1896. En 1920 contrajo matrimonio con el encargado de negocios de Bolivia en Asunción, Benjamín Mujía Fernández –hijo de los escritores bolivianos Ricardo Mujía (Sucre, 1860-1938) y Hercilia Fernández (Potosí, 1860-1929), dicho sea de paso–, y falleció en esta, su ciudad natal, el viernes 21 de diciembre de 1973, a los setenta y siete años de edad.
Pero no descansó sin haber inspirado antes, cuenta una conocida tradición, al poeta guaireño Manuel Ortiz Guerrero (Villarrica, viernes 16 de julio de 1897-Asunción, lunes 8 de mayo de 1933) dos de sus composiciones más célebres: la primera fue «Ofrendaria», que Ortiz Guerrero le habría dedicado con motivo de su coronación como Señorita Paraguay, al día siguiente de aquella noche de fiesta en el club Unión de la calle Palma, y en la cual, respetuoso, distante, la trata de «señora», y la segunda, su soneto «Endoso lírico», escrito al dorso –de ahí el título– del billete que Anselmita, de acuerdo a este relato, le había enviado en «pago» por los versos de «Ofrendaria».
OFRENDARIA
Y estos fueron los versos que Manuel Ortiz Guerrero escribió para la primera Señorita Paraguay con ocasión de su título:
«Ofrendaria
»Perdona, señora: la culpa no tiene
la alondra que canta, la tiene la aurora:
tú tienes la culpa: a este que viene
trayéndote estrofas, perdona, señora.
«Ya antes te he visto tras sueño lejano
y anoche en el teatro con fe y devoción
tomaba, señora, con mi propia mano,
para que no caiga de mí, el corazón.
»Ilusoria y blanca del auto al bajarse
talmente fingías una joven diosa...
Crujió mi rodilla de ansias de doblarse:
era que pasabas, astral, luminosa.
»Con aire de cisne que boga en un lago
pasaste gallarda, princesa u ondina,
tus ojos tenían visiones de mago
bajo tu sedosa pestaña divina.
»¿Juntó Geometría la nieve y el lirio
para hacerte el cuerpo, y un poco de aurora?
Serpentino cuerpo de perfume asirio,
¡bendito mil veces! Perdona, señora.
»Ya daban las doce, yo creí temprano,
tú nada sabías de mi devoción:
tomaba, señora, con mi propia mano,
para que no caiga de mí, el corazón.»
SEGUNDA VERSIÓN, DÉCADA DE 1930
La anterior es una de las versiones más aceptadas. Otra, no menos popular, y tal vez más hermosa, más ágil, más fulminante, cambia de modo sugerente los tiempos y los escenarios, y reduce a una sola –pero a la mejor de ambas— las dos (según la versión anterior) obras escritas por «Manú» para Anselmita.
En esta versión alternativa, Anselmita Heyn, en algún punto de la década de 1930 —ya no, pues, una niña, sino una belleza madura–, entra, sola, a un bar o un café de Asunción (algunos cronistas minuciosos precisan cuál; generalmente, coinciden en señalar la hace ya muchas décadas desaparecida confitería El Belvedere) en el mismo momento en el cual Manuel Ortiz Guerrero está recitando unos versos suyos ante los presentes.
Anselmita toma asiento, y, al terminar el autor su recitado, la hermosa dama –de la cual, por cierto, también se dice (en esta versión sí es oportuno mencionarlo) que fue la primera mujer que se atrevió a fumar un cigarrillo en público en Paraguay– le envía, desde su mesa, por medio de un camarero, un billete, a manera de retribución por el esparcimiento que le acaba de brindar, como a los demás clientes del establecimiento, con su arte.
Un billete que el poeta rechaza y cuyo valor multiplica y vuelve incalculable con el solo gesto de escribir al dorso su «Endoso lírico» antes de devolvérselo a través del mismo emisario.
Cierta o no, esta popular fábula –en su segunda versión, la más directa, la más sobria, la más potente– es –literatura oral que se suma a la escrita– parte de lo poético del poema antes que simple marco.
EL SONETO DE MANÚ
Con estos versos endosó Ortiz Guerrero el billete (cuyo valor original era, al parecer, de cincuenta pesos):
«Endoso lírico
»No todo en este mundo es mercancía,
ni tampoco el dinero es el blasón
mejor pulido por la cortesía
para ufanía de la corrección.
»Sobre la torre de mi bizarría
sin mancha flota el lírico pendón:
como ebrio de azul, hago poesía,
pero honrado es mi pan, como varón.
»Devuélvole el billete a usted precioso
con mi firma insolvente por endoso:
sométalo a la ley de conversión,
»que, a pesar de juzgárseme indigente,
yo llevo un Potosí de oro viviente
que pesa como un mundo: el corazón.»
juliansorel20@gmail.com