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En la hermosa y antigua ciudad de Straubing, que formaba en aquellos tiempos parte del ducado de Baviera, y en la memoria de cuyos moradores todavía pesaba la macabra sombra de una bella e inocente joven años atrás injustamente acusada de hechicera y cruelmente ahogada en las aguas del Danubio…
Bueno, esa muerte merece un artículo aparte; pero eso será otro domingo. Decíamos que en la antigua ciudad de Straubing nació, en 1510, Ulrich Schmidl, hijo de un próspero mercader que eligió otro oficio, el de mercenario, y el 2 de agosto de 1534 se embarcó en Amberes rumbo a Cádiz para partir al Río de la Plata con Pedro de Mendoza en la expedición que fundaría Asunción y Buenos Aires. También marchó con las expediciones del segundo adelantado del Río de la Plata, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, y al regresar a su tierra, en 1554, había vivido ya casi veinte años en esta.
Cuando, en Fráncfort, en 1567, el grabador y editor Sigmund Feyerabend (Heidelberg, 1528 - Fráncfort, 1590) imprimió Weltbuch –obra de Sebastian Franck (Donauwörth, 1499-Basilea, 1543) aparecida en Tubinga en 1534– con la crónica de Ulrico como bonus track, Schmidl la vio publicada por vez primera.
No última. El grabador y editor flamenco Theodore de Bry (Lieja, 1528-Fráncfort, 1598) la incluyó en Grandes Viajes (1590-1640) en 1597 y la reeditó cuatro veces más; tres veces lo hizo el cartógrafo y editor, también flamenco, Levinus Hulsius (Ghent, 1546-Fránkfort, 1606) en Nuremberg. Entre fines del siglo XVI y comienzos del XVII, la obra de Ulrico fue editada y reeditada, sin ilustrar y con ilustraciones (el original no las tenía: las añadieron en sucesivas ediciones dibujantes y grabadores que se basaron en el texto), traducida al latín y en su alemán original, completa y abreviada... Fue un best seller.
Fundaciones
Ulrico llego a América con don Pedro, un noble de la Casa de Mendoza (como el primer marqués de Santillana, el gran escritor del siglo XV, que, por cierto, era su bisabuelo) que firmó una capitulación con Carlos I en la que este lo reconocía primer adelantado del Río de la Plata y él se comprometía a correr con los gastos de la empresa a cuenta de las riquezas a repartir. Zarpó de Sanlúcar de Barrameda y llegó con catorce navíos, mil quinientos hombres –Ulrico entre ellos– y algunas mujeres a estas tierras. Inspirado, para unos, por Juan de Salazar y Juan Almacián, frailes mercedarios (orden, sabido es, que venera tal advocación mariana) que iban con él, y para otros por la exclamación de Sánchez del Campo al saltar a tierra:
–¡Qué buenos aires son los de este suelo!
…fundó, el 3 de febrero de 1536, el puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires, que no fueron buenos. «No bastaron», relató Ulrico sobre el «desastre del hambre» en aquel sitio, «ni ratas ni ratones, víboras ni otras sabandijas; aun zapatos y cueros, todo hubo de ser comido». Tan malos, de hecho, fueron, que se marcharon a buscar otros, fundaron Asunción, se asentaron y de aquí, en 1580, con otra expedición, volvió, ya sin prometer oro, pero sí tierras y ganado, Juan de Garay, que el sábado 11 de junio («Yo, Juan de Garay, estando en este puerto de Santa María de los Buenos Aires, hago y fundo en el dicho asiento y puerto…») fundó por segunda vez esa ciudad. Pronto atacada, resistió y cayeron, se dice, tantos indios en un actual partido del conurbano bonaerense, que por eso se llama Paso de Matanzas.
Matanzas que no quedaron impunes. Tres años después, de viaje, antes de llegar a Santa Fe y pese al aviso de que había nativos merodeando, Garay bajó a tierra y se acostó a dormir. Esa madrugada, los indios hirieron a treinta de sus hombres, secuestraron a once y le dieron muerte.
Ingenio editor
El número de impresiones de la crónica de Ulrico en un lapso relativamente breve y los aportes de traducción, ilustración y variedad de versiones de los editores son indicios de su atractivo para el público de la época. Público al cual Feyerabend, Hulsius y De Bry presentaron la obra como un relato de supervivencia y peligro en estas salvajes tierras. Pero, fuera de las coincidencias, cada uno tiene su estilo propio: Feyerabend se pone un poquillo sensacionalista al anunciar que Ulrico habla «de la naturaleza y costumbres horriblemente singulares de los antropófagos, que nunca han sido descriptas en otras historias o crónica»; Hulsius, más soñador, se detiene en «los extraños y maravillosos países y pueblos que vio» el cronista de Straubing, aunque no se priva de apelar algo al morbo cuando menciona «lo que padeció durante esos diecinueve años»; De Bry, sutil, abre el apetito con expectativas vagas y emocionantes deslizando que Ulrico describe países e islas «de los que no se ha hecho mención todavía en ninguna crónica».