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En nuestro país, desde la aparición de la prensa comercial y política, a partir del término de la Guerra Grande (1870), surgen periódicos de duración interesante y que dejaron huellas profundas en la historia de la prensa escrita: La Reforma, La Democracia, El País, entre otros, fueron actualizando a la prensa en su valer comunicativo, informativo y formador. Todos tenían color de un partido político, pero no se les podía negar que abrían camino a un país que buscaba iniciarse en tiempos nuevos. Ellos tenían opiniones sobre temas que, en alguna forma, se compadecían con el pensamiento, el deseo, pero no llegaban a la diapasón de lo que es un editorial: opinar, formar, polemizar, discutir, cruzar fronteras.
En el siglo XX, El Diario es el periódico que, por la pluralidad de sus dueños, la modernidad de sus imprentas, vino a romper esquemas. Luego, El Liberal, en alguna forma, hizo lo suyo. Allí campeaba Belisario Rivarola, como en el primero lo hacían Adolfo Riquelme y luego Eliseo Da Rosa, siempre entre otros buenos periodistas.
A mi criterio, el periodismo profesional, comercial, cultural y formativo, se da inicio hacia 1923 con El Orden de la responsable mano del Dr. Gualberto Cardús Huerta, intelectual, empresario, político, hombre de bien, que dio comienzo y de su propia mano escribió los primeros editoriales en nuestro país, en el sentido lato del término. Con el nombre de El Orden, ese medio duró poco y, luego, su activo patrimonial (no su nombre) fue transferido a los hermanos Artaza: Policarpo, Amado y Daniel Artaza, y, de entre ellos, Policarpo Artaza, escritor, político y periodista, se dedicó a los editoriales (tenían también la Radio Prieto, realmente la primera estación de radio formal en el país).
Siendo exiliado Artaza a menudo a la Argentina, este importante órgano de prensa quedó en manos de Rafael Oddone y José Concepción Ortiz, escritores muy valiosos y que hicieron que los editoriales de El País, durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), fueran un mentís al fascismo, al totalitarismo (al igual que en sus páginas culturales, los poemas aún primigenios de Elvio Romero, Roa Bastos, fueron celebrando en bellas formas la liberación paulatina de las ciudades simbólicas del brillante continente europeo). Con los avatares de la Guerra Civil de 1947 en nuestro medio, entre otros valores perdidos, ese gran medio de prensa fue intervenido y, luego, desapareció con ese nombre.
En 1928 aparece en Asunción, La Nación, órgano de la Liga Nacional Independiente, grupo político que reunía a pensadores católicos y sociales, tales como: Juan Stefanich, Adriano Irala, Telmo Aquino, Jacinto Riera. Pero los dos grandes redactores de editoriales fueron Adriano Irala y Juan Stefanich.
En 1939 aparece en Asunción, el diario El Tiempo, cuyos integrantes fueron todos pensadores o políticos independientes más próximos a la doctrina social de la Iglesia católica que a valores del mero tránsito cotidiano. Sus principales redactores fueron: Carlos R. Andrada y, a veces, Carlos Quinto Balmelli. El periódico y el movimiento Tiempista, que surge de este, da participación a más de 20 jóvenes representantes de un digno pensamiento. El hijo del Dr. Andrada, Dr. Luis M. Andrada Nogues, reunió en grueso volumen la casi totalidad de editoriales de ese periódico, y puso las metas y glosas pertinentes.
Los editoriales de los años 50, del siglo pasado, eran lastimeros. Débiles o inexistentes, como en La Tribuna. En los periódicos adictos al duro orden imperante eran loas al que gobernaba, y palos para los otros. Con los años, y a partir de 1960, en La Tribuna misma, de manos del Dr. Víctor Carugatti, don Reinaldo Montefilpo Carvallo, estos pasaron a ser un ruedo del buen decir y de un correcto desarrollo de la idea editorial. En sus postrimerías, en ese diario, don Carlos Ruiz Apesteguia lanzó al ruedo un desconocido y habilidoso estoque literario. Es, a mí criterio, uno de los editorialistas más directos que hemos tenido hasta hoy.
En 1960 aparece La Mañana, dirigido por don Manuel Bernardes. No era la primera vez que Bernardes hacía periodismo en el país. Fue un publicista y bibliófilo impenitente. Creó reporteros (noteros se dice hoy en día). Recuerdo el editorial de la invasión de la bahía de los Cochinos (Cuba, 1961), realizada por exiliados cubanos a la Cuba socialista de Fidel Castro; decía así: “Dulce Cuba, acaramelada y en flor. En esa isla donde un dictador (Batista) era aplaudido en Washington, hoy se yergue (Castro) un dictador aplaudido en Moscú”, y seguía con un estilo directo y de metáforas literarias. Su forma diferente lo llevó a ser mal visto por el gobierno de Stroessner y ejercitó la orden de cierre el entonces ministro del Interior, Edgar Linneo Insfrán, primo hermano de la esposa de Bernardes.
Veinte años atrás, Bernardes fue altamente vinculado al gobierno alemán nazi de Adolfo Hitler; tal es así que, posterior al cierre del diario, sus hijos decían en la revista Así es que el padre “había sido jefe del espionaje alemán para el Paraguay, Argentina, Uruguay y Brasil, y que poseía estaciones de radios potentes que le comunicaban con Berlín”. Lo dicho no obsta para rescatar el alto valor en fondo, forma y estilo, de los editoriales de don Manuel Bernardes, a quien vi en sus últimos años de vida en su casa de la avenida Mariscal López, llevando una vida digna y sin grandes recursos económicos.
El meritorio historiador del periodismo Dr. Juan Crichigno, en su libro Diarios del Paraguay, edición del autor, 2010, dice: “Manuel Bernardes, como ningún otro director a lo largo de siglo y medio de publicación de diarios privados en el Paraguay, dejó escrito en una aclaración que asumía la totalidad de la responsabilidad de los editoriales en ese diario; que los artículos sin firma estaban redactados por él, o habían sido inspirados por él o recibido su aprobación”.
Poco después, en 1964, apareció fugazmente el diario El Día, de los hermanos Chaves Casabianca: Hugo y Germán, periodistas los dos, más especializado el segundo en ese matiz por ser de antaño corresponsal de importantes agencias internacionales. Sus editoriales durarán poco, como el diario. No alzaban vuelo por compromisos políticos. Colaboraba en el diario el prestigioso historiador compatriota Dr. Julio César Chaves, político liberal y diplomático, formado mucho dentro de las escuelas hispanas de historia y de las lenguas.
En 1967 aparece, el diario ABC Color, de alto impacto por su tamaño y diagramación. En ese periodo de tiempo, que va hasta 1984 (el cierre por cuestiones políticas), fueron sus principales editorialistas, dos liberales, redactores en interpretación, libertos de pensamiento y estilo: el Dr. Carlos Alejo Pedretti, padre del signo monetario “guaraní” en nuestro país, y el Dr. Enrique Bordenave, que sentaron cátedra por su valor profesional y que formaron a una generación de paraguayos, haciendo que esos temas de editoriales empapados los más en valores literarios, solidarios y morales.
A su vez, continuadora de La Tarde, a cuyos editoriales preferimos olvidar, surge Última Hora, de significada presencia de hábiles periodistas. Lastimosamente, el diario dicho no asignó mucha importancia a la métrica de sus editoriales, la extensión y el contenido de estos. Sus hacedores principales en ese tiempo, pero sujetos a la resta dicha, fueron don Isaac Kostianovsky, un señor del periodismo y uno de los hombres más cultos que habitaron esta República. De igual forma, surge la figura de Juan Andrés Cardozo, filósofo profundo y de ideas claras y, antes de él, Sindulfo Martínez.
En la década del 60 del siglo pasado, emerge el semanario católico Comunidad, órgano de la Conferencia Episcopal Paraguaya (CEP), y cuya venta en cifras es equivalente a Popular en nuestros días. Ese semanario leído por jóvenes y mayores tenía una prédica responsable y solidaria con la Iglesia católica que emergía del Concilio Vaticano II (1962-65). Desde las ilustraciones de portada, preferente de Colombino y Olga Blinder, hasta la página deportiva de un señor del bien decir como Julio del Puerto, el periódico rezumaba la esperanza del cambio. Sus editoriales, redactados preferentemente por el padre Gilberto Giménez, nos hablaban de la comunión que existía entre la teología de una Iglesia comprometida y del alto valor expresivo de sus textos. No fue menor la carga editorial cuando los hizo el Prof. Dr. Jerónimo Irala Burgos, de sólida formación en derecho internacional y amante de la tesis prematuramente moderna, en el siglo XVI, del gran jurista Francisco Vitoria.
En 1989, al reaparecer el diario ABC Color, prosigue su obra editorialista el Dr. Enrique Bordenave, al cual secundan Gustavo Laterza Rivarola, Mario R. Centurión, entre otros, y que poseen fluidez y claridad de redacción. Con los editoriales de ABC Color, uno puede asentir o no, pero no pude contradecirse su hábil, culta y profunda redacción.
No podrían olvidarse la labor como editorialistas en semanarios políticos como El Pueblo y El Radical: de Nelson García Ramírez, Efraím Cardozo, Roque Gaona, José Félix Fernández Estigarribia, Gustavo Laterza, entre otros, que pusieron su cuota de valimiento en una época en que las letras morales de todos estos editorialistas y editoriales nos invitaban a no naufragar, por suerte, en la vorágine de los escribas del totalitarismo.
Como puede verse, nuestro país ha tenido periódicos que no pueden ser olvidados en años, pero el valor de los editoriales que han habido expresa el alto valor que ese oficio ha tenido y tiene en nuestro medio.
Ser editorialista es redactar la medida de las opiniones de un diario a través de un escritor y pensador de oficio. Muchas veces, los directores de diarios no valoran la dimensión real de estos, pero desde hace años son los editoriales (y los editorialistas) lo que dan la mística y avalúo de los medios de prensa.
En otras palabras, los editoriales de un medio tienen el mismo valor que las homilías en la Iglesia católica o el preámbulo de una constitución política.
(*) Abogado, investigador.
Editor: Alcibiades González Delvalle - alcibiades@abc.com.py
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