El árbol de los libros

Hay veces que un libro de un autor desconocido sorprende. No por extenso, sino por intenso. Es el caso de Julio Eduardo Peña Gill con su obra El árbol de los juguetes, un conjunto de relatos memorialísticos provistos de fuerza, rigor en el planteamiento y su ejecución y escritos sin complejos por un autor nacido en 1960 también aficionado al universo de la imagen, lo cual se hace patente en su prosa.

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Para comenzar, es una narrativa sin argumento de ficción, sujeta a los vaivenes de la memoria de otro tiempo feliz, la infancia. El recuerdo es el denominador común de las siete narraciones del libro. Con una prosa exquisita, el autor vuelve a sus raíces y reconstruye su alma pasada; lo que el tiempo se llevó. La vida ya no es igual por lo reconstruido es aquella geografía del pasado en busca de la magia perdida. Es lo que ocurre en el cuento que da título a la obra, donde la palabra halla un encuentro con el árbol de la casa, aquel que Tía Chocha había marcado para colgar miles de juguetes para los niños, lo cual despertaba la imaginación de aquel inocente ser. Es intenso comprobar cómo el árbol va perdiéndose a medida el niño crece.

En «Llueve en blanco y negro» se impone el recuerdo de la lluvia, como bien marca el título. Los efectos de las precipitaciones despiertan un recuerdo impresionista de frases hilvanadas sin puntuación donde se yuxtaponen los conceptos. Y una alarma en la noche abarcando el juego de los vivos como dioses del mundo «movidos a pasiones por la luna», para rematar con la ironía de que lo esencial pasó en diez segundos. En ese mismo sentido, «Segunda sala» presenta al narrador que escucha su propio relato acaecido en su casa de hace años. La Tía Chocha vuelve para dar personalidad a las sensaciones ante la sala familiar, el espejo, y la vida conspirativa del país de aquellos años. Porque la vida exterior, política y social, también influye en el refugio íntimo. Es el mismo sentido de «Rodamos Piribebuy», sensacional relato de imágenes por el que discurre toda una vida con superposiciones de recuerdos fragmentados, lo mismo que «La chimenea de los Ñomos», quizá la más firme recuperación de la infancia del libro con la fantasía de la existencia de los duendes con quienes juegan los niños para crear su vida. Recuerdos de «El cuarto de coser», recorrido por los objetos viejos de la casa, aquellos que se guardan en los trasteros, desvanes y sótanos, y rematar con «El cohete», el año en que el hombre pisó la Luna o se produjo el incidente de la no cesión del asiento por parte de un blanco a una señora de color, con los ideales de un Paraguay transparente y con futuro entre casos y «oscuridades talladas en rostros de la Patria». Ese Paraguay que el narrador intenta recuperar libre de los avatares funestos externos.

Relatos escritos con un alto sentido lírico, repletos de metáforas, con una sintaxis propia donde el hipérbaton permite jugar con el sentido de la colocación de las palabras dentro de la frase, de reflexiones filosóficas, de una prosa deslumbrante por su capacidad para combinar elementos concretos y abstractos y la realidad junto a lo onírico. No esperemos acción en la obra porque está construida para que el lector se deje mecer por la palabra construida desde el recuerdo.

Merece la pena, entre tanta narrativa publicada en Paraguay en el siglo XXI, dejarse llevar por una prosa exquisita, elaborada y sugestiva como la de Julio Eduardo Peña Gill.

Julio Eduardo Peña Gill: El árbol de los juguetes. Asunción, Arandurã, 2014, 90 pp.

jvpeiro@ono.com

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