Cargando...
Si Mengele tiene su bestseller (y la concomitante versión cinematográfica) con Los niños del Brasil, de Ira Levin, nuestro «Carnicero de Riga», motivo de este libro de no ficción, hasta entonces un oscuro Eduard Roschmann, lo tiene con The Odessa File (El archivo Odessa), éxito comercial de 1972 del escritor británico Frederick Forsyth (1), al que siguió la pertinente peli de 1974 con Maximilian Schell como Roschmann.
«10 de agosto de 1977, 3:00. El paciente hace convulsiones tonicoclónicas generales. Secreción por boca, respiración estertorosa. Pulso O p/s. Frecuencia cardiaca 120 x min. Pulmones: roncus, mucosa labial cianótica, 0,35. Paro cardiaco, adrenalina cardiaca; masaje externo, oxígeno. Paro respiratorio 0,45 min. Fallece».
Un nazi en el sur. El «Carnicero de Riga» en Paraguay me hizo recordar que Edmundo Paz Soldán, en su magnífica novela La materia del sueño, imagina, medio en broma y medio en serio, un nuevo subgénero posible del ensayo histórico: «el sueño era ser especialista en un solo día, en un solo país, por ejemplo, el 11 de septiembre de 1973, en Chile, el 19 de julio de 1979, en Nicaragua». En Paraguay, uno supone que tal novedad de enfoque investigativo podría dar bastantes frutos; veríamos surgir especialistas en el 3 de febrero de 1989, en el 4 de mayo de 1954, en el 8 de marzo de 1947, en el 1 de marzo de 1870, en el 14 de mayo de 1811, en el 15 de setiembre de 1537, etc. Obviamente, el 10 de agosto de 1977, fecha de la muerte de Roschmann (y de la visibilización total de sus entuertos nazis ante la opinión pública mundial) no tiene las secuelas para nosotros, paraguayitomi, de las otras fechas mencionadas supra.
Según nos detalla el libro, el perfil de Roschmann es el siguiente:
«Roschmann, austríaco de nacimiento, un capitán de la SS, se desempeñó en Riga (Letonia) como comandante de un campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Fue arrestado en 1948 en su ciudad natal, Graz, provincia de Styria (Estiria) –bajo ocupación británica en esos momentos–, en conexión con las actividades que había desarrollado durante la guerra. Pero al ser trasladado por los británicos para ser sometido a uno de los procesos por crímenes de guerra que conducían las autoridades estadounidenses en Dachau, Roschmann consiguió escapar en Hallein, Salzburgo, según el relato de Wiesenthal (2). Roschmann huyó a Italia y con la ayuda de la “Organización Odessa” viajó de allí a América Latina, donde se estableció inicialmente en la Argentina, con un pasaporte falso que lo identificaba como Fritz Wegener. Roschmann no tardó en obtener la ciudadanía argentina. Wiesenthal dijo tener información de que Roschmann había obtenido 50.000 dólares de un fondo nazi para instalar una empresa importadora de madera. Agregó que, tras la caída del entonces presidente argentino Juan Perón, Roschmann huyó en 1955 a la Alemania Occidental, donde trató de establecer una nueva empresa comercial en el área de Hamburgo. Pero al saberse en ese país que Roschmann había contraído matrimonio con su exsecretaria, a pesar de estar casado ya, salió a la luz su verdadera identidad, por lo que volvió a cruzar el océano, otra vez en dirección a Sudamérica. Roschmann llegó a la Argentina desde Génova llevando un pasaporte de la Cruz Roja el 2 de octubre de 1948, bajo los auspicios del Obispo Hudal 24 horas después».
La historia de Roschmann y su paso por nuestro país se materializa cuando Videla acepta extraditarlo a Alemania y huye desesperado a Paraguay (que ya había recibido y guarecido a Mengele con residencia fija, y a algunos de sus amigos, como Bormann o el coronel Hans-Ulrich Rudel, el as de la Luftwaffe más condecorado de Hitler, como visitantes y turistas o empresarios ilustres).
Cálcena sigue relatando:
«INGRESÓ POR TIERRA AL PAÍS. El primer punto de contacto de Roschmann en nuestro país fue la terminal de ómnibus de la empresa Brújula. Según información fidedigna que conseguimos ayer, Roschmann, alias Federico Wegener, llegó a Asunción a bordo de un ómnibus de la empresa La Internacional, procedente de Buenos Aires. Se embarcó en la capital argentina el martes 5 de julio, a las 20.00, y llegó a Asunción el miércoles 6, a las 15. Tenía una cédula de identidad N° 75.50.953, expedida por la Policía federal argentina. Tenía 65 años de edad.
»Al día siguiente de su llegada, el 7 de julio, algunos cambistas lo vieron de nuevo en la terminal de Brújula, en donde cambió dólares por guaraníes. De allí cruzó la calle Presidente Franco e ingresó al pequeño bar denominado Pez Mar, propiedad del chino I. P. Tsengt. Allí entabló conversación con el propietario, Tsengt, a quien preguntó sobre los hoteles en donde podría alojarse. El aludido le recomendó los hoteles Guaraní, Paraná, Armele, etc., pero Roschmann dijo que prefería algo barato y sencillo. Entonces el chino le recomendó la pensión en donde él vivía, la de la calle Iturbe Nº 859, adonde efectivamente Roschmann se dirigió. Ingresó en un hospital de Asunción, muriendo de insuficiencia cardíaca según primeras informaciones (no confirmado por la autopsia (3) el 10 de agosto. Su cadáver desapareció misteriosamente unos días después. “Seis hombres vinieron y se llevaron su cuerpo”, fue todo lo que las autoridades del hospital pudieron decir».
Roschmann, comandante del gueto de Riga, sobre quien pesa la acusación de crímenes de lesa humanidad, de haber sido responsable de la muerte de más de treinta mil personas, al final estuvo apenas un mes en nuestro país, y la mitad de ese tiempo lo pasó internado (en coma o convaleciente de una traqueotomía) en el Hospital de Clínicas, donde murió, aparentemente de pulmonía. Esta anécdota internacional, narrada con paciencia y generosidad por el libro de Cálcena, también nos permite vichear la vida bajo la férula estronista en el Paraguay de mediados de los años setenta: estoy seguro de que su lectura suscitará la creatividad, pues da para más de un cuento de touch conspirativo ambientado en esa época de mordazas, e incluso para alguna narración más extensa. También es un buen material de consulta sobre Roschmann, cuya bibliografía en español no es muy frondosa. El tema nazi es de por sí objeto de lecturas eminentemente estéticas, como lo ha señalado Susan Sontag en su célebre texto «Fascinante fascismo». Hace poco irrumpió el novelista, y guionista de Wim Wenders, Norman Ohler, con su libro de no ficción sobre un Hitler drogón y el nazismo interpretado como un régimen fármacoquímico de patentadores de la metanfetamina, Der totale Rausch (El Gran Delirio). Y también está el cuento la «Muchacha Nazi», del mexicano (norteño) Carlos Velázquez, publicado el año pasado por Sexto Piso dentro de su libro La efeba salvaje, vuelta de tuerca actual, en plan narco, de aquella «Muchacha Punk» del Fogwill de fines de los setenta. Etc. El tópico nazi es de una fecundidad única en el mercado editorial. Les dejo un solo cebo para que les pique la curiosidad: entre la bibliografía consultada y citada abundantemente por Cálcena, están las memorias de una sobreviviente alemana del gueto de Riga, Ingeborg Hesse, casada con un judío letón al que le dedica su libro, en el que menciona su relación con Roschmann, basada en la extorsión y marcada por las más inverosímiles aventuras sexuales, no violentas, hay que decirlo, en el sentido de que no la forzaba físicamente, pero chocantes por su bizarría y delirio pajero.
Dos observaciones: las largas citas de este artículo han sido extraídas todas del libro de Cálcena (son párrafos a su vez entresacados por el autor de los diarios que cubrieron en 1977 las vicisitudes de la muerte y desaparición del cadáver del criminal nazi). Y me parece que las ilustraciones hubieran debido tener una mejor calidad de impresión. El material iconográfico –de gran valor historiográfico, y no solo periodístico– que trae la edición de Servilibro se lo merece largamente, aunque entiendo que, acaso, hubiese encarecido el precio final para el bolsillo del lector.
Juan Cálcena Ramírez
Un nazi en el sur. El «Carnicero de Riga» en Paraguay
Asunción, Servilibro, 2017, 246 pp.
Notas
(1) Fue, tal vez, el menos conocido de los criminales nazis hasta que la novela de Forsyth lo sacó de la oscuridad del olvido, del anonimato, para mostrarlo al mundo. Frederick Forsyth revela uno de los métodos utilizados para exterminar a los judíos: «se trata de los ómnibus que oficiaban de cámara de gas. Roschmann había ordenado pintar, en los vidrios de esos ómnibus, figuras de seres humanos sonriendo. El que veía pasar esos ómnibus pensaba, tal vez, que se trataba de gente feliz camino a su “weekend”; y, sin embargo, en ese mismo momento, esa gente se asfixiaba allí dentro».
(2) Asesor de Forsyth para su bestseller, famoso cazanazis judío. Desde 1977, una institución de investigación de crímenes nazis lleva su nombre.
(3) «Le fue practicada la autopsia correspondiente por el forense Dr. Lorenzo Hernán Godoy García, brindándose un informe en el que puede leerse el “tatuaje en la cara interna del brazo izquierdo a nivel del tercio superior que dibuja un número ‘7’ y un guión; ausencia por amputación de los dedos 1º y 5º del pie izquierdo y de los dedos 2º, 4º y 5º del pie derecho”. A estas características se sumaron otras como las huellas de numerosas operaciones de cirugía estética».