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El 7 de noviembre de 1917 (25 de octubre en el calendario juliano, vigente en aquel entonces en lo que fuera el Imperio Ruso), los guardias rojos de León Bronstein, «Trotsky», ocupan Petrogrado, la capital de Rusia. Los bolcheviques pasan rápidamente a controlar los principales centros de poder, así como la administración y los servicios esenciales. También pasan a controlar el Congreso de los Soviet (Consejo) de obreros y soldados, al retirarse masivamente sus oponentes. En un golpe de audacia espectacular, Vladimir Ullianov, «Lenin» («Llénin»), se proclama presidente de los Comisarios del Pueblo y se erige en supremo dictador de lo que fuera el Imperio Ruso.
Es la llamada Revolución de Octubre (sucedió en octubre, según el calendario juliano), la más impresionante insurrección de la historia de la humanidad.
Sin embargo, frente a este asalto al poder de un grupo de facciosos turbulentos e intimidantes, realizado bajo una férrea dirección vertical, no existe oposición armada. Ni de civiles, ni de militares, ni de agrupación política alguna. Es un golpe al vacío cuyo resultado solo puede ser el triunfo de la única facción sedienta de poder político, la de los bolcheviques.
Este golpe pone fin a la experiencia democrática iniciada con la Revolución de Febrero (marzo, en el calendario gregoriano) del mismo año, que sepulta el régimen monárquico absolutista de los zares. Particularmente, es el fin del gobierno democrático provisional presidido por Alexander Kerensky, quien huye del país.
Sin embargo, este golpe de estado no surge fortuitamente. Tiene profundos antecedentes en la última fase del Imperio, entre finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Estos antecedentes son múltiples y de diverso orden; social, político, económico, administrativo y militar. Incluso de orden personal en su última fase, cuando imperaba Nicolás II.
En 1865, en Rusia prácticamente no existía clase obrera. Sin embargo, a finales de ese siglo XIX se desarrolló en forma muy acelerada la explotación de los inmensos recursos naturales del país, como el carbón, el hierro, el petróleo y una diversidad de metales requeridos por la industria. Al mismo tiempo, se promueve la industria, y sobre todo el transporte ferroviario, vital en Rusia dada la enorme extensión de su territorio. Se construye en ese entonces el ferrocarril transiberiano, que une la Rusia europea con el extremo oriente.
Paralelamente a estos procesos, surgen problemas sociales asociados a la aglutinación de grandes masas de obreros, tanto en la industria como en los servicios, que requieren mejores condiciones de trabajo. Surgen, sobre todo, pensadores críticos del absolutismo del gobierno en una Europa en la cual ya imperan regímenes constitucionales con participación popular. En este contexto, algunos radicales comienzan a pensar en soluciones que contemplan el terrorismo entre sus métodos. En cierta manera, los servicios policíacos rusos no están preparados para eso. Primero tiene que ocurrir algún atentando, y después serán encontradas las soluciones. Así es como funciona.
El 1 de marzo de 1881 es asesinado en San Petersburgo el zar Alejandro II en un atentado con explosivos cometido por una asociación terrorista llamada «La Libertad del Pueblo». Sigue a este atentado una dura reacción desde el gobierno, debida a la fuerte personalidad de Alejandro III, el nuevo zar.
Los primeros grupos marxistas rusos se forman –tanto en la propia Rusia (sobre todo, en San Petersburgo) como en el extranjero– después del asesinato de Alejandro II y la asunción de su sucesor, Alejandro III. Surgen tanto pensadores como agitadores. Se va creando una base filosófica para combatir la monarquía y su sistema absolutista. Se multiplican las ideas radicales. Las figuras más destacadas son Mijail Bakunin y el príncipe Piotr Kropotkin.
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