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La civilización jesuítica, en materia de bellas artes (arquitectura, escultura, pintura, grabados, etc.) ha sido una de las más brillantes de los tiempos modernos.
Los países católicos de Europa y algunos de América, que fueron su teatro de acción, particularmente Méjico, Perú, Ecuador y también el Paraguay, atestiguan, con la elocuencia incontrastable de los hechos, hasta qué punto alcanzó la habilidad de los maestros jesuitas y de algunos de sus discípulos indígenas, en las bellas artes.
Le siguieron de cera los frailes franciscanos, que también dejaron en la América, monumentos y obras de arte de gloria imperecedera.
En el Paraguay, los jesuitas nos legaron recuerdos inmortales de su arte en los templos de las Misiones a saber, San Ignacio, Santa Rosa, San Miguel, Santa María, Santiago, San Cosme, Jesús y Trinidad, etc. Quien quiere conocer a qué punto llegaron los jesuitas del Paraguay en el siglo XVIII en la reconstrucción de monumentos arquitectónicos, no tiene sino que visitar las ruinas de Jesús, las más hermosas y mejor conservadas de todo el Río de la Plata.
Los franciscanos dejaron sus gloriosos recuerdos, más cerca de la capital en los de Yaguarón y Capiatá.
En estos templos, más que el edificio, que no revestía la suntuosidad arquitectónica de los templos jesuíticos y franciscanos de otras ciudades de América, por ejemplo Méjico, Quito, Lima, Cuzco, era de admirarse la profusión y riqueza de las esculturas, pinturas, grabados y decorados, particularmente sobre madera.
En el Paraguay, esos monumentos y obras de arte fueron objeto durante los gobiernos de Francia y los López, ya que no del cuidado asiduo y preferente que merecieron, por lo menos del respeto. Y así hasta el año 1870, esos monumentos y objetos de arte permanecieron intactos y en pie en estado de regular conservación.
Pero durante la época constitucional, esos monumentos se derrumbaron y las obras de arte se perdieron por completo.
Los templos vinieron al suelo, derruidos por la acción del tiempo. En los presupuestos, jamás figuró un centavo destinado a la conservación y refacción de los monumentos públicos.
Las obras de arte, en pintura, escultura, decorados, platería, etc., fueron completamente saqueadas. Las más valiosas fueron enajenadas a extranjeros que pasaron por allí como turistas o por colectores que vinieron expresamente del exterior en su busca. Las de menor valor pasaron al dominio de las familias lugareñas, que después las conservaron o regalaron a personajes de la Asunción, algunos de los cuales, se sabe que tienen de ellos un verdadero museo en su casa particular.
Las autoridades locales sabían de esto, pero nunca tomaron medidas; el despojo se perpetraba a su vista y paciencia en la mayor parte de las veces, y a menudo, con su expreso conocimiento.