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En proporción al cuerpo del edificio, un poco más alta que la del Panteón Nacional de Roma y más baja que la de los Inválidos de París, la cúpula del Oratorio de la Asunción es, según entendidos en la materia, la media naranja, más perfecta y más elegante que se conoce y, sin disputa, una de las joyas arquitectónicas más bonitas del mundo entero. El gran Sarmiento se pasaba, desde la vereda de enfrente, horas enteras contemplando el edificio, y nunca se curó del asombro que le produjo, encontrar en el lejano Paraguay, en este país pobre y abandonado, un primor de arte semejante.
Fue siempre un vivo deseo de mi existencia como paraguayo y como asunceno, el ver concluido cuanto antes el Oratorio de Nuestra Señora de la Asunción, que había de ser adorno glorioso de esta ciudad y de la América entera. Y ese anhelo me parece heredado de mi finada madre, que en su cariño maternal al felicitarme de mis éxitos como estudiante, me predecía que yo algún día había de ser ministro de Culto y haría concluir el Oratorio de Nuestra Señora de la Asunción y que su mayor gusto sería llegar a verlo concluido antes de su muerte.
No pudo la pobre señora ver cumplido su ardiente deseo antes de dejar este mundo, pero yo tuve siempre muy presente, en mi corazón y en mi mente aquel deseo.
Desgraciadamente nunca llegué a tener con ningún gobierno ascendiente bastante para que me permitiese propugnar eficazmente tan loable empeño. Tampoco mi suerte me permitió costear la conclusión del Oratorio con recursos propios, como lo hubiese hecho en caso de disponer dinero suficiente para ello.
Año por año he comprado billetes de las grandes loterías argentinas y uruguayas de fin de año, que destinaba in - peto para costear la conclusión del Oratorio de la Asunción y si alcanzase, ¡también el Templo de la Encarnación! Pero los sueños sueños son.
Tuve pues que reducirme a este respecto al papel de propagandista, para ver si otro ciudadano, con más poder y posibilidad que yo, alcanzaba la gloria que yo apetecía.
Y como es este asunto al que tengo especial cariño, pido al lector permiso para entrar en detalles minuciosos en la relación de mis esfuerzos en ese sentido.
Ascendido a la Presidencia de la República don Manuel Gondra, persona capaz de darse cuenta de lo edificante que sería para su gobierno la conclusión del Oratorio de la Asunción, máxime cuando la obra ya estaba autorizada por una ley del Congreso y no había de costar mucho dinero (alrededor de 50.000 pesos oro) y el porvenir se presentaba risueño, y se tenía mucha esperanza en su nuevo ministro de Hacienda y se decía que en Norteamérica, antes de dejar la Legación Paraguaya para venir a asumir la presidencia, se le había ofrecido empréstitos desde cinco hasta treinta millones de dólares, en muy buenas condiciones, principié la campaña, haciendo reproducir en un diario la hermosa poesía con que nuestro inspirado vate nacional Victorino Abente, 25 años antes, deploraba el criminal abandono en que se tenía por pueblo y gobierno paraguayos, al Oratorio de la Asunción inconcluso. Ante tan sublime invocación de arte poético, el gobierno nacional ni el municipal dieron señales de vida.
Dr. Teodosio González
Fue siempre un vivo deseo de mi existencia como paraguayo y como asunceno, el ver concluido cuanto antes el Oratorio de Nuestra Señora de la Asunción, que había de ser adorno glorioso de esta ciudad y de la América entera. Y ese anhelo me parece heredado de mi finada madre, que en su cariño maternal al felicitarme de mis éxitos como estudiante, me predecía que yo algún día había de ser ministro de Culto y haría concluir el Oratorio de Nuestra Señora de la Asunción y que su mayor gusto sería llegar a verlo concluido antes de su muerte.
No pudo la pobre señora ver cumplido su ardiente deseo antes de dejar este mundo, pero yo tuve siempre muy presente, en mi corazón y en mi mente aquel deseo.
Desgraciadamente nunca llegué a tener con ningún gobierno ascendiente bastante para que me permitiese propugnar eficazmente tan loable empeño. Tampoco mi suerte me permitió costear la conclusión del Oratorio con recursos propios, como lo hubiese hecho en caso de disponer dinero suficiente para ello.
Año por año he comprado billetes de las grandes loterías argentinas y uruguayas de fin de año, que destinaba in - peto para costear la conclusión del Oratorio de la Asunción y si alcanzase, ¡también el Templo de la Encarnación! Pero los sueños sueños son.
Tuve pues que reducirme a este respecto al papel de propagandista, para ver si otro ciudadano, con más poder y posibilidad que yo, alcanzaba la gloria que yo apetecía.
Y como es este asunto al que tengo especial cariño, pido al lector permiso para entrar en detalles minuciosos en la relación de mis esfuerzos en ese sentido.
Ascendido a la Presidencia de la República don Manuel Gondra, persona capaz de darse cuenta de lo edificante que sería para su gobierno la conclusión del Oratorio de la Asunción, máxime cuando la obra ya estaba autorizada por una ley del Congreso y no había de costar mucho dinero (alrededor de 50.000 pesos oro) y el porvenir se presentaba risueño, y se tenía mucha esperanza en su nuevo ministro de Hacienda y se decía que en Norteamérica, antes de dejar la Legación Paraguaya para venir a asumir la presidencia, se le había ofrecido empréstitos desde cinco hasta treinta millones de dólares, en muy buenas condiciones, principié la campaña, haciendo reproducir en un diario la hermosa poesía con que nuestro inspirado vate nacional Victorino Abente, 25 años antes, deploraba el criminal abandono en que se tenía por pueblo y gobierno paraguayos, al Oratorio de la Asunción inconcluso. Ante tan sublime invocación de arte poético, el gobierno nacional ni el municipal dieron señales de vida.
Dr. Teodosio González