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Dos caras del teatro paraguayo: el título que le puso Edda de los Ríos a su publicación de 1994 hoy le calza como media de licra a los entretelones, entre bastidores y entre tachos que rodean los premios al teatro que llevan su nombre.
¡Escandalete! Hace un año aproximadamente, la Liga de Difusores Culturales de Asunción, que suena luego así como la
Liga de la Justicia: Smash (www.smashasu.com), Más Público (www.maspublicopy.com), Asunción Kultural (facebook.com/asuncionkultural) y La Agenda de Ale (@aleszpecht), convocó corajudamente a todos los amantes del teatro para el lanzamiento oficial de los premios. Ahí ya se adivinaba un proceso doloroso, un parto peligroso y un desenlace incierto pero valiente y necesario.
¿En dónde creo yo, humildemente, que estuvo el pa’ã? En que solo 3 jurados van a ver cada obra, la califican y pasan en sobre cerrado su veredicto.
Así que un intelectual profundo que busca un contenido trascendental que transforme la horrible cotidianeidad del deplorable espíritu humano capaz le pone un modesto 6 a La mansión de doña Treme, comedia ligera pero buena, y no es nominada. Y si a la función de El castillo de don Pocholo va un artista cool (aunque mis hijos me retan, ahora se dice facha, cool ya no es cool), capaz aunque solo haya dos focos ve luces iridiscentes, escucha las carcajadas en surround, las lágrimas que brotan de los actores le salpican todo y degusta la sal del dolor ajeno, y le pone 10 de punta a punta.
Con la misma obra, si te tocan 2 intelectuales profundos quedas fuera, y si te tocan 2 artistas fachas open mind full hd, arrasas con todos los premios. Sin demeritar a los premiados, quizá si iban de 8 a 12 jurados a ver cada obra los premios se repartían de otra manera. Es difícil: 65 obras inscriptas y 25 jurados ad honorem. ¿Sabían que en Asunción suele haber 11 obras una misma noche? Ustedes que leen este suplemento seguro lo saben; pues los que no lo leen, tampoco.
Dos caras tiene el teatro y eso saltó a la vista en la Fiesta del Teatro Nacional. No vamos a generalizar, pero sí tomaremos para este análisis lo que sobresalió, porque los sensatos, discretos, calladitos, son muy aburridos.
Antes de las nominaciones, los Premios Edda eran lo máximo de lo máximo, lo más, justo lo que necesitaba el maltratado teatro paraguayo, la reivindicación de tantos años de lucha sobre las tablas, el reconocimiento tan anhelado.
Durante la etapa de inscripciones, los Premios Edda ya pasaron a ser una especie de embole burocrático, que «Para qué lo que piden tantas cosas, qué engorroso, qué rompebolas. Cómo luego vamos a participar si nos piden hasta las últimas 3 facturas de la Ande firmadas por el último antepasado vivo cuyo nombre empiece con Q y su número de cédula sea capicúa». No era nio tan así, pedían el nombre de la obra, el género (se podía inscribir un drama como comedia y viceversa), el logo, el flyer, cuatro líneas de currículum de cada actor, nombre del autor, sinopsis, y alguito más, básico, para un premio de semejante envergadura.
Los que quedaron atascados en este peaje documental, ya iban dando un paso al costado. Algunos más tarde admitieron que dieron ese paso, otros dijeron que saltaron, otros que salieron corriendo ante cosas turbias, otros que se tropezaron demasiado grande y alegaron haber aprendido mucho, otros sí que hasta ahora se están levantando de la caída, sacudiéndose la rodilla e intentando entender qué pa lo que pasó todo.
Después sí que… ¡Chan! La lista de nominados. «WTF! ¿Y por qué por ejemplo no está Silvio Rodas? ¿Cómo no va a estar un Silvio Rodas? ¿Y don Jesús Pérez? ¿He? ¿Cómo? ¿Y ese español que tanto nos hizo reír en El hijo de la novia? ¿Ese español del que todos los teatreros y no teatreros hablaron en el 2018 y que hizo que mucha gente pisara el teatro por primera vez en su vida porque en su chat del cole le dijeron que se iba a cagar de risa y llorar un poco al mismo tiempo? ¿Por qué Borja García no está nominado? ¿Por qué una de las organizadoras está nominada a Mejor Actriz? ¿Qué es esto? ¿Y la ética? ¿Y la lógica? ¿Y la equinidad?» Sí, equinidad, porque al caballo regalado le estaban mirando con lupa los dientes.
Acá ya se desató el kilombete, explotaban los chats oficiales de todos los elencos y los chats clandestinos si qué Oh My God, había que leerlos con mascarilla y guantes de látex para no intoxicarse con tanto veneno. La gente vomitaba su opinión a cuanto ser humano tuviera paciencia para leer los posteos interminables y los mensajes de whatsapp kilométricos, y AQUELLOS gifs –los stickers todavía no estaban en todo su apogeo–… Las posturas e imposturas eran el tema de conversación en cualquier mesa con vinito, fernet con coca o pilsen’i que se destapara, de acuerdo al level de la producción de ese grupo.
«¿Cómo puede ser que la propia organizadora esté nominada?» ¡E’a! ¿Cuánta gente hay en Paraguay con la valentía, el tiempo y la energía para crear y organizar los Premios del Teatro? Si esa gente, para crearlos y organizarlos, dejara de actuar, producir, dirigir, escribir teatro… Si dejara de hacer lo que ama para hacer lo que hace falta… Nos perderíamos, o de muy buen teatro, o de los Premios.
Clarísimo está, a mi entender, que los organizadores que hicieron teatro en el 2018 no se involucraron con el jurado, con las nominaciones ni con la premiación. No faltó la teoría conspirativa de que estaba todo preparado por las escuelas y escuelitas de teatro para que se premiara a sus egresados («escuelita» es el apodo tierno que les dan con cariño los egresados de escuelas de 5 veces a la semana a las de una vez a la semana). ¿Que estuvo todo armado, digitado por el amiguismo? Y… no creo, che. Si estos organizadores hubiesen metido mano realmente, capaz hubiesen arreglado algunos desajustes de un sistema aún mejorable para que fueran nominados grandes que increíblemente brillaron por su ausencia.
¿Premio Revelación dado por amiguismo? Vamos, na. Que ese chico tuviera amigos sería una revelación. Casi nadie lo traga. Solito subió a recibir sus premios, sin compartir el minuto de gloria con su elenco.
Pero cuando se acercaba la noche de la premiación, toditos los que despotricaban llamaron volando a exigir sus invitaciones y la aclaración de sus ubicaciones, y ahí estuvieron presentísimos, espléndidos y sonriendo a cuanta cámara pasara delante. Las dos caras del teatro paraguayo.
¿En qué más se vieron las dos caras? En el dress code. Gala, he’ise de largo las damas, como para boda, que el vestido toque el piso, gran soirée. ¿Y los hombres? Smoking, traje, pajarita, camisa y corbata o moño. ¿Cómo piko? ¿De dónde? Obviamente, la ocasión lo amerita, y uno debe ir vestido de tal manera que de realce al evento y respete el laburazo que hay detrás y de paso luzca ante las cámaras. ¿Pero cuántos actores tienen auto? ¿O para su pasaje y una empanada al terminar de ensayar de madrugada? ¿Y seguro médico? ¿Cuántos pueden arreglarse una caries? ¿Cuántas marcas apoyan el teatro? ¿Cuánta gente va a ver obras de teatro nacional? ¿De dónde sacar ropa de gala? Péa la truque. El canje salvó a muchos. Los demás recurrieron a lo que un actor tiene de sobra: imaginación. Aplicada a lo que hubiera en su ropero y en el del vecino, a la cortina y a las lentejuelas del vestido de 15 de la ahijada, y allí estuvieron, felices, celebrando esta gran fiesta, que, con sus aciertos y errores, es una quijotada digna de aplaudirse, de pie, como fue aplaudido el premio mejor ganado de la noche, el Premio de Reconocimiento a María Elena Sachero.
Quería cerrar con la frase de Alain Émile Chartier –«El teatro es como la misa; para sentir completamente sus efectos hay que ir frecuentemente»–, pero como la misa es gratis e igual no vamos, mejor me despido con «Mucha mierda. Por más salas llenas», como dicen los que hacen teatro en Paraguay.