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A mediados del siglo XVI, nacía en Italia la commedia dell’arte, mezcla de la literatura teatral renacentista con las prácticas de carnaval. Descendientes directos de la comedia del arte son los enamorados Adina y Nemorino y el estrafalario dottore que vende un brebaje mágico, Dulcamara, que protagonizan, para la segura diversión del público, L’elisir d’amore, ópera bufa de Gaetano Donizetti (1797-1848) con libreto de Felice Romani (1788-1865), basado a su vez en el libreto de Eugène Scribe (1791-1861) para la ópera de Daniel-François Auber (1782-1871) Le philtre (1831). Estrenada un año después que esta, el 12 de mayo de 1832, con éxito resonante, en el Teatro della Canobbiana de Milán, El elixir de amor es ideal para el público en proceso de acercamiento al abarcador género de la ópera. De hecho, forma parte de ella Una furtiva lágrima, una de las arias más conocidas del repertorio universal y pieza cumbre del belcantismo.
Se cree que Donizetti concibió y llenó de melodías pegadizas al estilo de Gioachino Rossini (1792-1868) en dos semanas esta comedia, varias de cuyas melodías fueron integradas al pastiche de música del ballet La niña mal cuidada (La fille mal gardée), originalmente coreografiado por Jean Dauberval (1742-1806).
El argumento de esta obra –que fue el segundo gran éxito del compositor italiano más prolífico, padre de 70 óperas– gira en torno al amor de Nemorino por Adina. La acaudalada granjera, bella y caprichosa, atormenta al campesino con su indiferencia. Un día, este la escucha leerles a sus peones la historia de Tristán e Isolda, enamorados por obra y gracia de una poción mágica, y, convencido de que conseguirá el amor de Adina mediante el mismo recurso, acude a Dulcamara, charlatán ambulante que ha llegado al pueblo ofreciendo «pociones milagrosas». Dulcamara hace pasar vino por elixir de amor. Y así se da inicio a la comedia.
El virtuosismo de los cantantes nacionales
El elixir de amor, en versión concierto, se presentó el 26 y el 27 de octubre en el Auditorio Amba’y de la Universidad del Norte. El rey de los matices, Gordon Campbell, director general artístico de la Universidad del Norte, que condujo la orquesta, cuyo director titular es Fabián Vivé, aclaró al inicio de la presentación: «A mi padre no le era fácil disfrutar la ópera, porque no sabía cuándo debía aplaudir. Pero como la presentación de esta noche es una versión concierto con orquesta en vivo, ustedes pueden aplaudir cuando quieran». Así se dio un sinérgico diálogo entre los artistas y el público durante la compacta hora y cuarto de intercambio y diversión.
La partitura de El elixir de amor exige especial coraje de los cantantes por sus desafiantes arias belcantistas. Los solistas –bufo, tenor ligero y soprano– dieron lucimiento a la estrellada noche de ópera. Brillaron en todo su esplendor la simpatía de Juan Ángel Monzón (Dulcamara), la fina expresividad de Mustafá Dujak (Nemorino) y el doble talento, vocal y humorístico, de Sara Benítez (Adina), la gran soprano emergente del Paraguay de hoy. Estos jóvenes no necesitaron montaje escénico para descollar con su carisma y su instrumento.
La funcional orquesta y el disciplinado coro
No es fácil hacer sonar aún mejor una orquesta de por sí excelente. Pero Campbell logró la proeza, incorporando increíbles talentos de Venezuela, «el universo y otros sitios», como dice Dulcamara al referirse a los dominios en que son conocidos su «virtud preclara y portentos infinitos».
Una orquesta profesional no toca fuerte, no tapa a los cantantes: es funcional a su rol de acompañante del canto. «Lograr algo tan simple es difícil», decía Liida Laks, mi maestra de canto rusa, entrenadora del elenco estable del Teatro Colón. La orquesta de UniNorte, una vez más, logró lo difícil.
El virtuosismo del maestro Campbell, el profesionalismo de Benito Román, el director musical, los cuidados talentos del coro, los solistas y la incondicional entrega de los maestros ensayadores coincidieron en estratégica simbiosis. Solo así fueron posibles la nota, el color y la intensidad justos en cada instante y cada circunstancia.
El colofón de una noche de antología
La barcarola es un estilo de canción dulce, interpretada por los gondoleros venecianos, que representa el vaivén de la embarcación sobre las olas. Julia Florida, de nuestro Mangoré (1885-1944), es una barcarola. La barcarola que Dulcamara interpreta en el segundo acto y al final de El elixir de amor había sido usada por décadas en una canción infantil. Con su barcarola, al abandonar el pueblo, el doctor Dulcamara dejó a sus habitantes el mandato de ser felices. También se lo dejó al público, que acompañó con palmas el canto apoyado por el coro:
«Favorito de los astros, yo les dejo un gran tesoro, que lo tiene todo: salud y belleza, alegría, fortuna y oro. Que reverdezcan, florezcan, engorden y se enriquezcan, a ustedes les desea su amigo Dulcamara».
Así fuimos conducidos hasta el final feliz de El elixir de amor, que desató la espontánea ovación de los asistentes, entre quienes se encontraba quien firma estas líneas, y a quien cabe el honor de haber sido el primer Dulcamara paraguayo en 2006, con la pionera compañía de Ópera de la Universidad del Norte.
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