«Dígote sí porque calles...»

Cuando los habitantes de los siete pueblos que serían entregados a los portugueses de acuerdo al Tratado de Límites firmado por las coronas de Portugal y España aceptaron abandonarlos, la discusión se centró en el tiempo que les daban para la mudanza.

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En un momento dado, los indígenas aceptaron abandonar sus pueblos, que serían entregados a los portugueses por el Tratado de Límites firmado por las coronas de Portugal y España, y la discusión se centró en el tiempo que les daban para la mudanza. Los portugueses ponían tres meses. Los indígenas pedían cinco años para poder hacer una mudanza de manera organizada a fin de no perder, en la precipitación de un tiempo breve, buena parte de sus bienes y animales indispensables para su sustento. A estos inconvenientes había que sumar las grandes distancias a recorrer. Algunos hablaban hasta de 400 leguas y comparaban el trecho que hay en España desde el mar Cantábrico hasta el estrecho de Gibraltar; vale decir, debían de recorrer un camino similar al que cruza toda la península.

Se encontraban realizando sus preparativos para la mudanza cuando les llegó a los del pueblo de San Miguel una carta del padre provincial «en que compadecido de los muchos trabajos no menos de los pobres indios que de los misioneros, exhortaba a estos a que cuanto pudiesen, como buenos hijos de obediencia se esforzasen en cumplir en todo cuanto fuese de nuestra parte, la voluntad del rey y sus ministros cooperando a la mudanza de los indios, como sabían que lo harían con las mayores veras en conformarse y ajustarse en un todo con lo que esta carta del padre provincial les pedía, no había más dificultad que la que ya todos tenían vencida, haciendo lo mismo a que se les exhortaba, como lo habían hecho desde el principio y lo proseguían con el mismo tesón haciendo» (1).

«Mas a las instancias del padre comisario se le respondió, representándole a su reverencia la imposibilidad que en los indios y pueblo de San Miguel había para una tan pronta mudanza como se les mandaba. Porque para recoger el ganado había precisamente de llevar de la estancia para su sustento y el que había de quedar para el residuo del pueblo adonde se había de traer con la misma presteza, por lo menos se necesitaba de 1.500 caballos y de 800 mulas mansas para el viaje, y que nada de esto era dispensable, ni se podía sin ello hacer ni aun emprender tal mudanza, mientras que todo ello al dicho pueblo no se le aprontase de otra parte; porque realmente no lo sería de suyo» (2).

«El padre comisario seguro ya a su parecer de que la mudanza se empezaría luego que a los dichos 400 miguelistas se les aprestasen los dichos caballos y mulas, todo su cuidado lo ponía en la presteza de ella. Y así obligó desde luego a otros cuatro pueblos, o a sus curas a que de ellos aprontasen al de San Miguel la dicha cantidad de caballos y 400 mulas por lo menos; y eso aunque para cualquiera otra cosa se necesitasen en dichoso pueblos. Y envió precepto de santa obediencia a los padres curas para que así se hiciese, se aprontase y se diesen, y finalmente estuviesen sin falta alguna en el paso del río Uruguay para el día que su reverencia les señalaba, y que en el tal día y lugar los recibiesen los miguelistas, y así no les valiese la excusa de que no los tenían para mudarse desde luego como se les ordenaba» (3).

«No faltó quien en esta ocasión le propusiese al padre el reparo de que según estas sus disposiciones quería su reverencia que en solo la mudanza de los dichos 400 se gastaba más de los 4.000 pesos que el rey nuestro señor daba para mudarse a todas las 1.300 familias que tenía el pueblo que precisamente había de pagar todos aquellos animales a sus dueños. No le hizo al padre comisario este reparo tanta fuerza, que no persistiese en su determinación y pesó más con su estimación el que la mudanza de los miguelistas se empezase, aunque fuese a tanta costa de ellos. Como tampoco parece que halló especial dificultad (o si la halló la venció) en que uno de los dichos cuatro pueblos a que mandaba dar y aprontar los caballos y mulas para la tal mudanza, fuese el pueblo de San Nicolás, que siempre había estado y estaba todavía tan resistente a la mudanza, que abominaba de ella, y aun de los demás, que se reducían a hacerla. Pensaría el padre que aunque el dicho pueblo repugnase tanto a su propia mudanza, no repugnaría a que se hiciese y con su ayuda la de los otros, a lo menos, si esto pidiesen los misioneros. No lo pensó así su cura. Antes le respondió que por lo que de su parte estaba, le obedecería puntualísimamente como debía; pero que dudaba mucho que los indios nicolasistas le obedeciesen tan ciega y puntualmente a él; y que ni creía ni esperaba que por más que él hiciese se reducirían a ayudar en cosa alguna a lo que su reverencia mandaba. Es de creer que en esta su disposición no tanto quiso el padre comisario ejercitar o probar la obediencia del padre cura, cuanto ponerles a sus feligreses delante de los ojos para su imitación y ejemplo la obediencia de los miguelistas que trataban de mudarse aun cuando no tenían forma de hacerlo» (4).

«Pero ello sucedió lo que el cura se temía. Porque como buen obediente pidió, rogó, suplicó, instó y aun importunó a sus indios, pero sin fruto alguno; antes con daño, porque a más de no querer dar lo que el cura así les pedía fueron a disuadir a los miguelistas de la pretendida mudanza; bien que no tuvieron que cansarse mucho en disuadírsela. Con esto se empeoraron las cosas en ambos pueblos; porque los nicolasistas se mantuvieron y arraigaron más en su inflexible pertinacia de no mudarse, y los miguelistas se volvieron a su determinación antigua ni de prisa ni despacio, ni después de los cinco años que pedían, ni en tiempo alguno. Y así se acabó de una vez todo el fruto que parecía haberse hecho con aquel fervorosísimo asalto de misión hecho con tantas exterioridades; las cuales, como he dicho, no tanto los convirtieron cuanto los aturdieron y pasmaron de ver el empeño con que los padres procuraban persuadirlos a que se mudasen; tal que no lo podían mostrar ni poner mayor en que eternamente se salvasen. Por esto yo siempre juzgué (y no fui solo) que lo que el padre comisario tenía por conversión, no era otra cosa que un “dígote sí porque calles y me dejes” como solemos decir a quien nos importunan sobre lo que no nos gusta» (5).

Notas

(1) Legajo 120, 54, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid.

(2) Ibid.

(3) Ibid.

(4) Ibid.

(5) Ibid.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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