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Beatriz González de Bosio (*)
Al hablar de diversidad cultural no estamos sino reconociendo la necesidad del respeto a la diferencia, étnica-lingüística, religiosa, o de género. Atravesamos un proceso de globalización que pudiera amenazar esta diversidad, para reemplazarla por una uniformización cultural, que aunque obtenida por medios de persuasión pacífica, no sería muy diferente a aquella ambicionada por los fracasados regímenes totalitarios del siglo pasado.
Hoy en día no se concibe la paz sin un desarrollo humano armónico e igualitario y precisamente las nuevas tendencias políticas apuntan a que una sana diversidad cultural es el punto de partida para la prosperidad de los pueblos.
Nuestro país, el Paraguay, se enorgullece de haber iniciado el proceso del ejercicio de la diversidad, como sociedad plural y multiétnica. Los paraguayos tenemos también el legítimo orgullo de habernos convertido en la segunda patria de inmigrantes de los cinco continentes que encontraron en nuestra tierra una vida armónica y la posibilidad de desarrollar sus esfuerzos en conjunción con el resto de los ciudadanos. A partir de 1870 a las etnias originarias y a la población ibérica, así como a los descendientes de los afroamericanos que acompañaron al Gral. Artigas en su refugio y otros, comenzaron a sumarse los italianos, franceses, ingleses de origen australiano y alemanes. Ya entrado el siglo XX, recibimos migración de judíos, árabes, rusos, menonitas y japoneses. En la segunda mitad del S. XX, a todos ellos se sumaron coreanos, chinos y africanos del Sur. Hoy en día el Paraguay es verdaderamente un crisol de etnias y nacionalidades y el flujo de compatriotas del MERCOSUR es incesante.
El mundo atraviesa por un momento carente de sosiego debido a las guerras y a la violencia desatada en las diversas sociedades humanas. En algunos casos esa violencia se genera precisamente en la falta de respeto y tolerancia hacia la diversidad cultural. No siendo ese nuestro caso, sin embargo nuestro país tampoco se sustrae de esa preocupación extendida cuya solución requerirá de la solidaridad y la comprensión hacia las grandes mayorías carenciadas que si bien no son la única fuente de conflictos, son una importante generadora de incertidumbre y temores. Por ello queda un largo camino por recorrer para lograr la ansiada meta que nuestros ancestros, los guaraníes, definieran tan elocuentemente como la tierra sin mal, y que es el objetivo último de nuestra cultura paraguaya.
(*) Centro UNESCO Asunción.
Hoy en día no se concibe la paz sin un desarrollo humano armónico e igualitario y precisamente las nuevas tendencias políticas apuntan a que una sana diversidad cultural es el punto de partida para la prosperidad de los pueblos.
Nuestro país, el Paraguay, se enorgullece de haber iniciado el proceso del ejercicio de la diversidad, como sociedad plural y multiétnica. Los paraguayos tenemos también el legítimo orgullo de habernos convertido en la segunda patria de inmigrantes de los cinco continentes que encontraron en nuestra tierra una vida armónica y la posibilidad de desarrollar sus esfuerzos en conjunción con el resto de los ciudadanos. A partir de 1870 a las etnias originarias y a la población ibérica, así como a los descendientes de los afroamericanos que acompañaron al Gral. Artigas en su refugio y otros, comenzaron a sumarse los italianos, franceses, ingleses de origen australiano y alemanes. Ya entrado el siglo XX, recibimos migración de judíos, árabes, rusos, menonitas y japoneses. En la segunda mitad del S. XX, a todos ellos se sumaron coreanos, chinos y africanos del Sur. Hoy en día el Paraguay es verdaderamente un crisol de etnias y nacionalidades y el flujo de compatriotas del MERCOSUR es incesante.
El mundo atraviesa por un momento carente de sosiego debido a las guerras y a la violencia desatada en las diversas sociedades humanas. En algunos casos esa violencia se genera precisamente en la falta de respeto y tolerancia hacia la diversidad cultural. No siendo ese nuestro caso, sin embargo nuestro país tampoco se sustrae de esa preocupación extendida cuya solución requerirá de la solidaridad y la comprensión hacia las grandes mayorías carenciadas que si bien no son la única fuente de conflictos, son una importante generadora de incertidumbre y temores. Por ello queda un largo camino por recorrer para lograr la ansiada meta que nuestros ancestros, los guaraníes, definieran tan elocuentemente como la tierra sin mal, y que es el objetivo último de nuestra cultura paraguaya.
(*) Centro UNESCO Asunción.