Desobediencia y deseos que no se rinden

Probablemente el campo intelectual que hoy presenta más cambios y diversificaciones y se somete a más autocrítica sea el feminismo contemporáneo. Bajo la polisemia del término “feminismo”, que parece difícil aplicar a tal pluralidad de corrientes e interpretaciones, “si algo en común nos mueve a las feministas, es el deseo”, escribe la comunicadora y activista Verónica Villalba, máster en Género y Políticas Públicas.

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«Desobediencia, por tu culpa voy a ser feliz»: la frase pertenece a Mujeres Creando, grupo anarquista, feminista y lésbico que irrumpe en los noventa con sus grafitis en La Paz (Bolivia) –sí, acá al lado, no en la Rusia de las Pussy Riot ni en la Ucrania de las Femen–, agitando a la sociedad paceña al punto que sus frases eran respondidas en las mismas paredes; difícil imaginar cómo lo hicieron siendo solo tres, sin internet, sin redes. El movimiento feminista es y ha sido irreverente, quizás porque cuestiona como ningún otro movimiento social el orden del mundo en el que vivimos, sus bases más profundas, sus definiciones –y lo que traen consigo (normas, leyes, etc.)– del ser mujer y hombre de acuerdo a cada cultura, establecidas a través de su historia; aunque el movimiento de la disidencia sexual (de lesbianas, bisexuales, trans, intersexuales y gays, LGBTI) le ha superado, interpelando las mismas teorías feministas en la medida en que siguen reproduciendo y fortaleciendo como verdad natural la diferencia sexual en el cuerpo, en la que según ellas se asientan esas construcciones de género sobre lo que cada sociedad dice que son (o deberían ser) las mujeres y los hombres.

La famosa frase «No se nace mujer, se llega a serlo» (Simone de Beauvoir, El segundo sexo, 1949) todavía responde a un sistema que se resiste a cambiar: el patriarcado, sobre el que asentó su organización el capitalismo. Los pensamientos, su transformación: palabra y acción han sido las armas del movimiento feminista. Uno de sus aportes más controvertidos –y potentes– es el desarrollo de la teoría de género, herramienta central para rebatir el destino biológico de las mujeres y objeto de ataques desde sectores religiosos fundamentalistas que lo ven como el destructor de la monógama (e inexistente) familia paraguaya. Un debate de la agenda pública –en Paraguay y la región de América Latina y el Caribe– de los que más fuegos cruzados encienden en nuestra sociedad, acostumbrada a no confrontar ni posicionar argumentos, sino más bien a menospreciar la crítica, reconfortada casi siempre en autohalagos que actúan como placebos arropando miedos a transitar incertidumbres de caminos desconocidos.

Distintas feministas han criticado este pensamiento por occidental y colonizador, porque, además de cuestionar el orden del mundo fundado en un sujeto universal hombre biológico / blanco / de clase privilegiada, y el lugar de las mujeres en él, el feminismo también se interpela constantemente a sí mismo, desde las propias feministas, amplias y diversas, negras, lesbianas, poscoloniales, travestis, trans, de pueblos indígenas, campesinas. Están las otras y estamos las otras de las otras, impugnando discursos hegemónicos que se reproducen en cada acto de nuestras vidas y sobre todo desde el poder que excluye para mantener los privilegios de una clase en un sistema de sexos binario. Tal vez ahí –en sus propias interpelaciones– esté su poder transformador, junto a sus debilidades.

Si algo en común nos mueve a las feministas es el deseo como centro de nuestras vidas en la búsqueda de sentidos diferentes de los que nos han impuesto. Por eso los feminismos se construyeron sobre las diferentes identidades, subjetividades y deseos de las mujeres y de otros cuerpos y subjetividades, trans, intersexuales; de ahí que lo personal sea político; los deseos de las feas, gordas, brujas, locas, lesbianas, putas, bandidas de siempre, feminazis de hoy, de izquierda, más o menos liberales y señoras políticamente correctas (que también las hay, y si no lo creen pueden mirar como ejemplo a la expresidenta de Chile, Michele Bachelet), posicionadas en lugares y búsquedas distintas desde complejas historias personales transformadas en acciones políticas, que se disputan unas a otras entrelazando el poder del deseo por cambiar el mundo.

El feminismo, pese a sus siglos de existencia como movimiento, es un gran desconocido para la sociedad e incluso para las feministas de las nuevas generaciones, que, aunque atravesadas por sus consignas, desconocen su historia (y lo que nos ha costado llegar hasta acá con «sangre, sudor y lágrimas», como decía mi profesora). Ninguno de los derechos conseguidos por este y otros movimientos sociales ha sido reconocido sin una lucha detrás, desde el derecho a votar –cuando la ley nos trataba como menores de edad– hasta el de decidir nuestro destino (las mujeres estábamos bajo la tutela de los hombres en el Código Civil paraguayo hasta 1987: las casadas debían tener el permiso de sus esposos para viajar, las solteras el de sus padres, como lxs menores de edad en la actualidad–), así como el reconocimiento de la violencia intrafamiliar como violación de los derechos humanos (antes era un asunto privado). Las manifestaciones masivas a las que hoy asistimos y vemos en todo el mundo no son una novedad para el movimiento feminista, y tampoco lo es la resistencia. La lucha por el derecho al voto, como lo muestra el cine en películas recientes (1), llevó a que las mujeres salieran a las calles en forma masiva, además de tomar medidas extremas como las huelgas de hambre; son conocidas las fotografías de las huelguistas sufragistas obligadas a comer a través de sondas, y hay historiadoras que atribuyen las primeras huelgas de hambre como medida de presión para el reconocimiento de los derechos a las sufragistas (y no al movimiento sindical). El movimiento feminista siempre está (y estuvo) en disputa con otros movimientos sociales, porque el patriarcado es el sistema de organización del poder de los espacios públicos y privados, aunque el tema de la disputa del poder merecería un artículo aparte.

Al igual que el movimiento feminista, también son invisibles la historia de las mujeres y sus aportes, y nuestra palabra, que sigue ninguneada porque no habla de lo que el poder considera importante, aunque esto es lo que hoy está cambiando. Sería imposible conocer la historia de la librepensadora anticlerical Ramona Ferreira (Concepción, 1902), que dirigía el periódico La Voz del Siglo –hoy es considerada la primera mujer que dirigió un periódico en nuestro país– y denunciaba la misoginia de los sacerdotes católicos, «esos deófagos» que habían tratado a las mujeres en uno de sus Concilios de «animales sin alma» (2), o la de Serafina Dávalos –la primera abogada que tuvo Paraguay, miembro de la Corte Suprema de Justicia en 1908, conocida en la actualidad pero de cuya existencia nadie sabía nada hace veinte años– de no haber sido rescatadas por feministas e historiadoras preocupadas por que podamos pensarnos no solo desde las guerras y batallas que libraron los hombres valientes y aguerridos acompañados de mujeres sumisas, sino desde otras personalidades y –sobre todo– desde las otras mujeres que nos permiten reconocernos y conocer un Paraguay diferente del que la historia oficial nos ha contado, y en el cual ese poder masculino militar pareciera el único referente posible.

El movimiento feminista, quizás porque se interpela constantemente a sí mismo, tiene contradicciones (de las que aprende y construye), como lo poco que se ha pensado sobre la maternidad como deseo. Cuestionar la imposición patriarcal de la maternidad como experiencia femenina por antonomasia es un gran avance para construir una autonomía por encima de los mandatos sociales para el ser mujer, y un gran paso para subvertir un sistema que ha construido como base de la identidad del ser mujer el ser madre, pero es también necesario, para quienes elijan esta opción, pensar cómo vivir la maternidad con placer, sin que medie el consumismo capitalista que carcome nuestras vidas. El debate sobre la legalización del aborto en Argentina, instalado en ese país por las feministas con muchos años de lucha, está llevando a que pensemos nuevamente en estos temas.

¿Por qué el movimiento feminista representa una esperanza de cambio social y político para el mundo hoy?

«Nuestro bienestar no puede construirse sobre el sufrimiento del otro», afirma la pensadora feminista Silvia Federicci al cuestionar el modelo capitalista asentado en el trabajo de cuidados y doméstico que realizan las mujeres y sostiene la economía mundial, pero que sigue siendo el de menos valor (cuando tiene alguno). No pueden seguir muriendo mujeres pobres por abortos clandestinos, ser madre no puede seguir siendo un destino irremediable para las mujeres –incluso para niñas adolescentes, justo en el momento en que están comenzando a experimentar y sentir placer sexual con sus cuerpos–, no pueden seguir siendo violadas o asesinadas cada día una o más mujeres y la violación no puede seguir siendo el dispositivo de control de un sistema que impone y privilegia unos deseos sobre otros, o los vuelve mercantiles como a los cuerpos, como al amor. Los feminismos están creando alternativas de vida –con mayor libertad, sin sometimientos– para que el puritanismo y la doble moral dejen de ocultar y naturalizar los abusos, las violaciones y agresiones hacia las mujeres en nuestra sociedad.

Dicen que «la emancipación de la mujer duele» (3), ya que implicará profundos cambios culturales, económicos y políticos. Uno de ellos es sobre los hombres y la violencia hacia las mujeres. Si bien no todos los hombres son violadores ni maltratadores, deberían comenzar a pensar que todos gozan de los privilegios que genera, por ejemplo, la cultura de la violación como dispositivo de control de los cuerpos de las mujeres; con la violación se nos dice a las mujeres que en cualquier momento nos puede pasar algo si no estamos en el lugar correcto (nuestras casas), y a los hombres que ellos son dueños de este mundo: nosotras somos las presas, ellos están libres (4).

Sin embargo, son ya profundas las grietas hechas a este poder instalado en su heteronorma patriarcal, que solo admite cuerpos acordes a su disciplinamiento sexual. El movimiento generado en Argentina en 2015 Ni Una Menos marca un hito –el inicio de la cuarta ola del movimiento feminista–, el poder masculino hollywoodense se tambalea con el #Metoo y la condena social de actores y productores denunciados por acoso sexual, como Harvey Weisntein, y en la prestigiosa Academia Sueca la denuncia pública de dieciocho mujeres por violación, acoso sexual y agresiones de parte del artista Jean Claude Arnault, esposo de la presidenta del consejo directivo, provocaron su renuncia y la de todo el consejo, obligando a la institución a posponer la entrega del premio Nobel de Literatura para el año que viene. Y con el conocido caso de La Manada, en España –cuya sobreviviente, que denunció a sus cinco violadores, ha recibido apoyo con manifestaciones públicas masivas en diversas ciudades de ese país y del mundo luego de que la Audiencia de Navarra, conformada por un Tribunal (dos jueces y una jueza), dejara en libertad provisional a los condenados a nueve años de prisión por abuso sexual (y no violación) con seis mil euros de fianza– se está proponiendo incluso que se revise el Código Penal español (5).

Las nuevas masas feministas también salieron a las calles asuncenas, desempolvando al movimiento feminista institucional, aletargado en su lobby políticamente correcto sin percibir que la revolución feminista ocurrió (Despentes, 2007). ¿Quién hubiera imaginado hace solo cinco años que en Paraguay las jóvenes estarían exigiendo debatir el derecho al aborto? (O que la periodista Menchi Barriocanal sería atacada por posicionarse a favor de este debate). Internet, las redes sociales, junto con toda la historia y permanencia de un movimiento que no se rinde, han posibilitado la expansión a gran escala de las propuestas de transformación feministas, sus discursos y acciones; así se han roto los límites de lo que estaba permitido y se ha transformado al mundo; la esperanza es que esto siga hasta que el patriarcado estalle.

Notas

(1) Como Las Sufragistas (Suffragette, Reino Unido, 2015) o Ángeles de Hierro (Iron Jawed Angels, Estados Unidos, 2004).

(2) Citado por Line Bareiro en el documental Alquimistas: la otra historia del Paraguay (Asunción, Alta Producciones-Centro de Documentación y Estudios-Decidamos, 1995. Basado en: Line Bareiro, Clyde Soto y Mary Monte: Alquimistas, documentos para otra historia de las mujeres, Asunción, Centro de Documentación y Estudios, 1993).

(3) Darío Sztajnszrajber: «La emancipación de la mujer duele diez veces más que la discusión por la existencia de Dios», La Nación, 5/07/2018.

(4) Virginie Despentes, entrevista en El Salto Diario, 22/03/2018 (en línea: https://www.youtube.com/watch?v=VBGXL8dezOE).

(5) Para más información en estas mismas páginas: Montserrat Álvarez, «Fueron cinco», El Suplemento Cultural de ABC Color, 1/07/2018.

verovillalbamorales@gmail.com

Dónde denunciar hechos de violencia contra la mujer

Si sos víctima o tenés conocimiento de un caso de violencia contra la mujer llamá al 137 “SOS mujer”. Tiene cobertura nacional las 24 horas, todos los días, y es gratuita.

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