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Conocer la infancia de un autor que ha roto con los formalismos del lenguaje a través de un estilo experimental que muchos lectores no alcanzaron a comprender, es por demás valioso y anecdótico. Alto y de manos con dedos largos y huesudos, aquel pibe no cabía en los juegos de los demás.
Julio Cortázar nunca dejó de ser ese niño tímido que vivía en Banfiel (Argentina), una pequeña ciudad de casas bajas, que aspiraba a convertirse en centro urbano.
Su obra Rayuela causó enorme influencia en las letras latinoamericanas. Hay un antes y un después de Cortázar. Pero para que este escritor llegara a imprimir, a marcar el después, tuvo que vivir mucho mundo y pasar por graves situaciones monetarias. La realidad familiar lo obligaba a tomar la enseñanza de numerosas cátedras; se había convertido, tras la fuga del padre, en cabeza de familia y sostén económico.
Su amistad con Borges
Enzo Maqueira nos escribe sobre las veleidades de su corazón (a pesar de su timidez crónica), su adicción a las aspirinas (que más tarde lo llevarían a la tumba) y su primer relato importante Casa tomada.
Sin ser miembro de la revista SUR, dirigida por la intelectual argentina Victoria Ocampo, aparece una oportunidad para la publicación de Casa tomada, y esa oportunidad viene de la mano de Jorge Luis Borges. Los dos escritores se conocen y traban una sencilla amistad. Borges, pidiéndole tiempo para leer su trabajo, sorprende después a Cortázar: Casa tomada es editada por la revista SUR. El relato forma parte de Bestiario, una de las obras cumbres de la literatura latinoamericana.
Hasta ahí todo va bien, pero la figura de Perón, y aquel discurso de Eva Duarte, que llama mis queridas cabecitas negras a los trabajadores rurales que abandonan las provincias para trasladarse a la capital, terminan por provocarle náuseas y ganas de mandarse a mudar.
El pibe eterno
Salta a las claras que Julio Cortázar es un constante experimentador. El autor del famoso relato La autopista del sur, sigue desafiando a la estructura narrativa, aunque fiel a las palabras cotidianas, al lenguaje común de los porteños, y sobre todo, a su idiosincrasia. Radicado temporalmente en París, se enamora y se desenamora. Ya se casa, ya se divorcia. Además, su fama de escritor, y aquel rostro imberbe, gusta a las mujeres, que lo asedian. Admirador de Edgar Allan Poe, lo traduce. Toma apasionada comunión con la revolución cubana, y muy pronto, triunfante ésta en la isla, de manos de Fidel Castro y su hermano Raúl Castro, Camilo Cienfuegos y el Che Guevara, participa junto con Gabriel García Márquez, Mario Benedetti, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, José Lezama Lima y Antón Arrufat, del jurado La Casa de las Américas. El Premio Casa de las Américas, en sus inicios, intenta favorecer el intercambio cultural entre los países del continente y sumar aficiones con la causa revolucionaria. Cuando Fidel Castro empieza a imponer su tiranía sobre el pueblo cubano, Cortázar se desentiende de la revolución y se convierte en su detractor. Pero la política, que tiene muchos caminos, casi todos engañosos, le lleva años después a mantener un firme amistad con Fidel.
Amores
Muchas mujeres pasaron por su vida. Este hombre que amaba el jazz, arrancaba notas musicales mediocres al piano, entregaba su alma a una flaca trompeta, y seguía con pasión las peleas de box, se enamoraba -solamente- de mujeres que sabían de literatura. Carol Dunlop, dama culta, se convirtió en 1981 en su esposa después de cuatro años de convivencia. También le dio un hijo, Stéphan, que después se convertiría al socialismo. Carol hizo con él el viaje real, y por lo tanto el más loco y absurdo de todos los viajes, por la autopista del sur. Un día ella se le fue de las manos, empapada de un virus que afectaba su producción de glóbulos rojos y plaquetas. Aurora Bernárdez, Licenciada en Letras, una dignísima mujer que estuvo a su lado siempre, por esas coincidencias afectivas e intelectuales que marcan un enlace entre un hombre y una mujer, fue quien conversaba con él sobre los cronopios o lo acompañaba a conciertos de música clásica. Fue también quien estuvo a su lado, cuando un triste 12 de febrero de 1984, Cortázar se escapó definitivamente del mundo para viajar por una autopista borracha de luces.
Las cartas
Adicto a las cartas, rescato una de las muchas enviadas a sus amigos:
Es curioso (una vez más debo apelar a la dimensión poética): tuve la sensación que golpeaban a mi puerta, una especie de llamada . (...) Y fui a Cuba y me di cuenta de que había hecho muy bien en ir, y que, efectivamente, era la cita porque me bastó un mes estar ahí y ver, simplemente ver, nada más que dar la vuelta a la isla y mirar y hablar con la gente, para comprender que estaba viviendo una experiencia extraordinaria, y eso me comprometió para siempre con ellos y con el camino que luego fueron siguiendo.