De Al-Mutamid a Ingmar Bergman: El ajedrez y la muerte

A Al-Mutamid le gustaban la guerra y la poesía...

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LA GUERRA Y LA POESÍA

Nacidos de la desmembración del califato de Córdoba, los reinos de taifas se enfrentaron en guerras mientras crecía la amenaza de los emergentes reinos cristianos del norte de la Península. Muhammad ibn ‘Abbad al-Mu‘tamid (que es aquel rey Abenabed cuya historia cuenta, en el Libro de los exemplos del Conde Lucanor, el infante don Juan Manuel), tercer y último rey de la dinastía abadí de la Taifa de Sevilla, conquistó uno a uno los reinos de taifas vecinos.

A Al-Mutamid le gustaban la guerra y la poesía. Su corte de Sevilla, que fue uno de los más importantes espacios culturales de la Edad Media, reunía a poetas, científicos y pensadores. Educó a Al-Mutamid, y también fue su visir, el poeta y aventurero Abu Bakr Mu’ammad ibn ‘Ammar, cuyo nombre solemos reducir a Ibn Ammar y que no es otro que el célebre e inolvidable Abenámar del romancero:

Abenámar, Abenámar, moro de la morería,

el día que tú naciste grandes señales había;

estaba la mar en calma, la luna estaba crecida…

Abenámar, o Ibn Ammar, tenía la reputación de ser invencible en el ajedrez.

En 1078, Alfonso VI de León, «El Bravo», cercó la Taifa de Sevilla, donde estaban la corte de Al-Mutamid y su visir Ibn Ammar y notables artistas e intelectuales de la época. Cercada la ciudad por las tropas cristianas, cuentan Claudio Sánchez Albornoz y Aurelio Viñas en Lecturas de Historia de España (Madrid, 1929):

…ante la inminente llegada de los ejércitos cristianos, Ibn Ammar mandó construir un juego de ajedrez de ébano y sándalo incrustado de oro e hizo llegar a Alfonso noticia de su existencia. El rey pidió ver el juego y quedó prendado de él por lo que intentó adquirirlo. Ibn Ammar propuso entonces una partida en la que si salía perdedor entregaría el juego a Alfonso, pero si ganaba se reservaba el derecho a hacer una petición al rey. Alfonso rehusó, temeroso de no poder cumplir las peticiones de Ibn Ammar, pero algunos nobles, sobornados por el oro andalusí y engañados por Ibn Ammar sobre sus verdaderas pretensiones, influyeron decisivamente en Alfonso y este, finalmente, aceptó el reto. Ibn Ammar ganó la partida y pidió la retirada de los ejércitos cristianos. Aunque la cólera de Alfonso fue notable y en un principio pareció no estar dispuesto a cumplir su promesa, los consejos de los castellanos le recordaron que el más grande de los reyes de la cristiandad no podía faltar a su palabra y deshonrarse. No le quedó pues más remedio a Alfonso que retirar a sus hombres, aunque se quedó con el juego de ajedrez y, de paso, aprovechó para doblar el tributo que el rey sevillano le entregaba anualmente.

OMAR EL UBICUO

Ocho años después, Al-Mutamid, harto de las presiones de Alfonso El Bravo, llamó a los almorávides, que les dieron una paliza a los leoneses en 1086. Pero estos monjes soldado, los almorávides, volvieron cuatro años más tarde, ya sin invitación, conquistaron las taifas y a Al-Mutamid lo enjaularon en una prisión en Agmat, al sur de Marruecos. Lejos de sus años de música y de vino y de sus tertulias con astrónomos y poetas, Al-Mutamid terminó sus días añorando su hermoso reino perdido para siempre, y escribiendo.

Uno de sus últimos poemas recuerda el rubaiyat de Ghiyath al-Din Abu l-Fath Omar ibn Ibrahim Jayyam Nishaburí, poeta persa que fue su contemporáneo, nacido en el año 1048:

…El destino tiene color de camaleón. Hasta su estado fijo es mudadero.

Somos en su mano juego de ajedrez; y quizá se pierde el rey por un peón.

La tierra se hace erial, los hombres mueren.

Dile a este mundo vil: Secreto de Ultramundo, Agmat lo esconde...

El nombre del autor persa nacido en la entonces capital seleúcida de Jorasán (hoy Irán), Nishapur, cuyo rubaiyat recuerda tanto este recién citado poema del rey Al-Mutamid, lo escriben unos como Omar Jayam u Omar Jayyam; otros, al modo árabe, como Omar al-Jayyam, Al-Jayyam u Omar ibn al-Jayyam; otros, en el mundo de habla inglesa sobre todo, como Omar Khayyam; y otros con acento, así: Omar Khayyám.

Fue un brillante matemático, un extraordinario astrónomo y un inquietante poeta, y en estas tres artes su nombre está entre los mayores, pero el Khayyam más grande es el Khayyam poeta.

Y si desde la prisión reflejaba su rubaiyat el rey Al-Mutamid en el fragmento citado, también aparece en un soneto de Borges ese mismo rubaiyat escrito en persa por él, Khayyam o Ibn Al-Jayyam (al que en interparentético gesto el autor alude; allí lo llama sencillamente «Omar»):

…También el jugador es prisionero

(la sentencia es de Omar) de otro tablero

de negras noches y de blancos días.

Dios mueve al jugador, y este la pieza.

¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza

de polvo y tiempo y sueños y agonías?

JAQUE MATE

En el mundo medieval, esta imagen del tablero de ajedrez se asociará al lado más macabro de una iconografía de inspiración religiosa sobre la finitud de la vida, lo vano del mundo terrenal y lo fatal de la muerte.

Al norte de Estocolmo, un tétrico mural de la Iglesia de Täby conserva la terrible escena imaginada y pintada en el siglo XV por Albertus Pictor, «Alberto el Pintor». El mural se llama La muerte jugando al ajedrez.

Hace algunas semanas vimos en línea Branded (2012), grotesca y siniestra contrautopía en la que Max von Sydow hace el papel de un inquietante y fantasmagórico gurú capitalista. Puede cobrar mil formas en cada momento histórico, pero el gran miedo en el fondo es siempre el mismo. Y por eso esto me hace pensar en Max von Sydow, pero en otra película, de otro sueco (Bergman: El Séptimo Sello, de 1957), como Antonius Block, caballero que regresa de las Cruzadas a la Europa medieval de la Peste Negra. Cuando aparece la Muerte para llevárselo, Antonius la reta, como retó Ibn Ammar a Alfonso VI de León cuando sus tropas cercaban Sevilla, a una partida de ajedrez.

En la película de Bergman, Antonius y Jöns entran en una Iglesia. Un pintor está allí, trabajando, y es Albertus Pictor.

Cuando el caballero (Max von Sydow) encuentra a la Muerte (Bengt Ekerot) que lo está esperando, tiene lugar este diálogo:

El caballero: ¡Un momento! Tú juegas al ajedrez, ¿verdad?

La Muerte: ¿Cómo lo sabes?

El caballero: Lo he visto en pinturas y lo he oído en canciones.

La Muerte acepta la apuesta y los dos se sientan a jugar una partida de ajedrez. Si el caballero gana, se pospondrá su fin un tiempo más. Si no, como en el rubaiyat de Omar Khayyam:

Todo es un tablero de noches y días

y el Destino juega con hombres como piezas.

Los mueve aquí o allá, los siega, les da mate

y uno por uno a la caja los regresa.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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