Cuentos violentos: Añapytï chupe 3 tiro

Dos relatos en guaraní y siete en español integran el libro del periodista Arístides Ortiz que acaba de salir de la imprenta: “Cuentos Violentos”(Fondec, 2016). Directo, ágil y fresco, recoge el sonido de fondo de la vida en Paraguay. Sobre él nos habla el poeta y editor Cristino Bogado.

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“Un asunto de trabajo” es mi cuento preferido del libro. Si yo me lo apropiara, lo titularía, sin embargo, “El llamado de la sangre”.

Sigue las peripecias de Tañykã, un sicario sempiternamente montado en su Kenton como un samurái posmo, un sicario de frontera full time, no un cario de la bahía. Lo contratan para matar principalmente, según la narración, a candidatos de la oposición, a campesinos que molestan a los sojeros de la patria grande... Su única regla: no aceptar como objetivos ni narcos ni conocidos.

En su vida tuvo dos mujeres. Casimira, la actual, es una mujer ideal, morenita hovy, pasiva fémina que nunca pregunta de dónde sale la guita que alimenta a la familia (por cierto, un modelo muy asiduo hoy día dentro de nuestra bendita clase media alta gran asuncena); la anterior, Regina, era una rubia mbarete, preguntona y metiche, que abandonó a su hombre llevándose a su hijo con ella.

El relato es eficaz y contundente; incluso esconde un final sorpresivo a lo O’Henry. Dos reflexiones se pueden lanzar al acabar su lectura. Que se trata de un análisis de la psicología del matador profesional. Y que este tiene la sensibilidad tan anestesiada que no solo no distingue las fotos en un celular como lo hace con las fotografías a la antigua, sino que ha obliterado toda interpelación –intelectual, emocional, sensorial– del otro, que ya no reacciona ni siquiera como lo haría un animal ante el llamado prístino y ancestral de la sangre.

Lo de las fotos es un capítulo aparte para la historia del absurdo: me hace recordar a Buñuel en El Fantasma de la libertad: anodinas fotos de edificios observadas y paladeadas como obscenas y pornográficas.

“Las balas de Stroessner” se presenta como un relato verídico, narrado, supuestamente, por uno de sus propios protagonistas al autor.

El género “atentados-contra-el-tirano” es más bien pobre en nuestra literatura. Dentro de su brevedad, este cuento nos presenta dos posibles visiones para encarar la guerrilla, sobre todo la Weltanschaaung del héroe que, indignado, se levanta contra la tiranía.

Goiburú, médico como El Che, es el romántico, fetichista, esteticista, tozudo en su idea fija, no solo de despenar a Stroessner –el “qué”– sino de perforar –el “cómo”– la cabeza de El Rubio a toda costa. Filártiga, médico también, pragmático, está preocupado sobre todo por cumplir su misión principal, asegurarse –atiborrando las balas del M2 con cianuro– de acabar con la fuente de los males de la patria, antes que por satisfacer oscuras obsesiones de grandeza. «Ajapíta iñakãitépe» («Le daré en la cabeza»), dice el primero. «Acertálena donde sea… el cianuro hará el resto», le insiste el segundo: es la melodía que las olas del Paraná aún siguen agitando desde aquel año inútil de 1972.

“Juan Tóro” es el primer relato en guaraní puro, o sea un verdadero caso ñemombe’u. Si en Murena («MAMÁ nasció otogenaria. Sí: otogenaria. Porque quísolo ¡ansí y ya! ¡Vaya genio de la otogesimidade!», Folisofía, 1976), las madres nacen a los ochenta años, acá pasa lo mismo, solo que el nacimiento de la madre del autor es literario, pues el relato oral de ña Mercedes acerca de un infame de sus tiempos termina siendo transcrito tal cual por su hijo de sangre. En “Juan Tóro” el autor usa un guaraní oral, cotidiano, pero muy bien escrito, rectamente acentuado, gramatical y ortográficamente digno de mención en esta era de desprolijidades y negligencias de todo tipo. Igual queda la incógnita si los adolescentes de hoy día, que viven bajo el hechizo de los smartphones, tendrán la paciencia suficiente para concentrarse en un texto (frondoso) íntegramente escrito en guaraní y llegar hasta su punto final. Cuesta un poco habituarse, pero es reconfortante su cumplimiento en este caso de narrativa breve.

“La rebelión de Overa”: la fuente de este cuento, nos dice el autor en el introito, es Branislava Susnik. Estamos en tiempos coloniales, con la biopolítica local pastoreada por los tata yvyra (arcabuces) encañonados desde la altura de los yagua guasu (caballos). Predomina el afán didáctico, revisionista. El furor mesiánico de Overa refulge en su nombre: brillos del Universo, resplandor de luz cósmica que el chamán en su trance espiritual vislumbró enceguecido al tocar al niño su cabeza bien masajeada. El arma principal de su retórica subversiva es esgrimir al yaguareté hovy, tigre azul volador al que el novelista alemán Alfred Döblin, acuciado por la persecución nazi, dedicó todo un libro para mayor gloria de su nueva fe.

“Concierto en el golpe” es un cuento que reconstruye la noche del golpe de Stroessner de 1954 (lunes 4 de mayo, 21:00 horas) con una luz a medias entre Kusturica (Underground) y Wajda (Cenizas y Diamantes): es decir, que yuxtapone balas y farra. Las músicas de Debussy, Mozart, Beethoven son las que elige el autor para banda-sonorizar tal fecha aciaga e, in fine, endémica. Retintinea en nuestra cabeza atiborrada de Vico una especie de bajo fondo eterno, o, mejor, una especie de eterno retorno de esta melodía mortal al recordar que lo mismo pasó en los ochenta cuando se juntaron, al azar mallarmeano, en Asunción, ¡los bronces de la banda de Stan Getz y las bazukas que atentaron contra Somoza!

“Un día de furia”: Weltraumspaziergang sobre terreno minado de bombas o vomedia negra de bric à brac de situaciones onerosas y eventos sulfurosos de la microcotidianidad explosiva, empuja el relato inexorablemente a un ataque de locura apoteósico que fulmina y oblitera el cerebro pocas pulgas de nuestro protagonista Yso (Gusano), que ejercía, a la sazón, de guardia privado, escopeta recortada en ristre.

“Óscar ‘Aguara’ Morel: Historia de un muerto sin epitafio” es una especie de romance en prosa sobre las hazañas y tribulaciones de un sicario de las fronteras cuyo eslogan de vida es toda una filosofía del fuera de la ley: «Bandido não more de velho». Morel: producto de frontera surgido «de un esperma brasileño, del vientre de una paraguaya». Por sus vertiginosas hojas de vida vemos que pasó la sombra siniestra de Fernadinho Beira Mar, y que acaso alguna reliquia de su cuerpo aún se pueda husmear en Zanja Pytã. Es apenas un ejemplo de los cientos de hagiografías infames que pueblan los pixeles de capitanbadonews.com, altoparana.net, curuguatydigital.com, saltocristalaldia.com, canendiyutronic, etc.

“La caída” es un cuento que ya habíamos leído en el recopilatorio de textos de varios autores Anales Urbanos (2007). Según el propio autor, está inspirado en “A la deriva”, de Horacio Quiroga.

“Ñembohory vai” es el segundo texto en guaranieté. Hay que decir que Arístides Ortiz escribe un guaraní brillante, claro y cartesianamente distinto, digno de elogio y de imitación (como es modesto o cazurro, le tira todo el fardo a Tadeo Zarratea, cuyo La finadorã es su niña de los ojos literario en cuanto a narrativa guaranófona). Pero su español no por eso es malo o mediocre. Cumple su cometido de acercarnos las historias truculentas que ha oído o vivido. Este segundo caso ñemombe’u es, ciertamente, clínico o psicoanalítico, es sobre violencia de género, o doméstica. También tendría un antecedente en nuestros compuestos (esos descendientes bastardos de los romances españoles). Hay en él una cercanía con historias como aquella que cuenta la polca jahe’o «Mateo Gamarra», aunque cruzada con El ángel azul.

Arístides Ortiz

Cuentos violentos

Asunción, Fondec, 2016

kurubeta@gmail.com

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