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LEER: PROFANAR
Abrir un libro, hojearlo, en principio es una profanación, si seguimos a Panero (Leopoldo María), para quien un libro es una tumba. Suponemos que lo piensa porque lo más probable es, en la mayoría de los libros que leemos, que el autor esté bien muerto: por prudencia, tendemos a leer a las autoridades, las celebridades, los «clásicos». Pero podemos aligerar esta teoría tremendista (y gore, kitsch, de serie z, berreta, hollywoodiana) y platónica: no todo libro que abrimos, desempolvamos, hojeamos es necesariamente una tumba, sino apenas un avispero de fantasmas. Pues si el autor aún vive, en ese instante es norma que esté lejos de mí, separado por el espacio y las clases sociales, etc., y que yo esté hurgando, metiendo mis narices, y aun el dedo, en su huella ectoplasmática, invadiendo su casa de póras (Danielewski), etc…
(Digresión: Esto nos lleva a decir que el libro, como, por definición, la razón griega, mata a distancia, causa efecto a distancia. Apolo es el dios del arco –arma, también, del chamán siberiano–. Es el dios que lanza enigmas. Giorgio Colli cita un famoso ejemplo de enigma mortal, el de los pescadores, que Homero no puede resolver, por lo cual muere: «Lo que agarramos lo hemos dejado, y lo que no hemos atrapado lo traemos». Lo apolíneo, la razón griega, nos heriría mortalmente con su flecha llena de veneno, nos atosigaría –tósigo de la razón que interpela con enigmas y problemas a la vida–. La razón: Muerte Sagital, a distancia. Paralelo y opuesto es el mito, procedente del Amazonas, del Kurupi, que copula a distancia gracias a un implemento fálico de longitud prodigiosa. Sin embargo, ambos mitos, matar a distancia y copular a distancia, hoy desaguan en la conectividad –estar juntos a distancia– full time de las redes sociales, Facebook y Twitter (todas bajo el resguardo de Miss Google, espía del departamento de estado yanqui). Hablar, pensar, coquetear a distancia las 24 horas, navegar en la total sincronicidad de la comunicación global.)
ESCRIBIR: PESCAR EN EL ERROR
Y si abrir un libro es agitar de algún modo los pliegues fantasmales de una sábana, abrir Exuvia será doblemente fantasmal, ya que la firma del libro ni siquiera coincide con el nombre real y civil del autor. Al abrir un libro, hojear sus páginas o hacer correr sus páginas numeradas en el rodillo de la notebook, estamos desplazándonos dentro de la exuvia de una criatura ya desvanecida, acaso hecha polvo.
Muchos de los textos de Exuvia fueron rescatados por la autora de pc rotas, de archivos abandonados, insuflados nuevamente de vida con reescrituras puntuales, etc. Colaborador cercano de ese proceso antes de meter mano tratando de corregir o aceptar una corrección infinitesimal o un gazapo considerable, tuve vagamente en mente siempre las precauciones señaladas por la deconstrucción: que el lenguaje se vuelve constantemente contra sí mismo, de modo tal que, analizado de cerca, nunca decimos lo que queremos decir, o nunca queremos decir lo que decimos.
Sobre todo, andaba últimamente precavido con estas cuestiones vidriosas de la legibilidad, la comprensibilidad u oscuridad de los textos, estigma que ningún escritor desea soportar. Menos uno primerizo, acosado de dudas por su entorno paranoico.
Corregir, en el fondo, según Derrida, es reiterar lo ya dicho y sabido, mientras que el buen lector-escritor es el que va a la pesca de los «errores» de la escritura para alcanzar, si no lo nuevo, al menos horizontes más frescos y amplios. Corregir es mutilar las raíces de la liberación del sentido común. Dentro de esa estrategia de normalización, la oscuridad o ilegibilidad de un texto es –para el sentido común o la simplista hermenéutica hegemónica– una variante que debe ser erradicada y purgada como una plaga de un campo de maíz.
Pescar en el error (sintáctico, gramatical), en suma, es escribir. Lo otro es decir lo mismo. Repetir.
Ah, aún me falta otra definición tentativa (aprendida durante la edición de este libro que en un rato abrirán ustedes mismos para desbaratar todas estas teorías divagatorias y difusas): escribir es dudar de todas las palabras, ¡sobre todo de las que usamos todos los días!
Y Exuvia también es un libro primerizo. Lanzado al mundo de los póras y dudas de ese fantasma llamado palabra. Un objeto más lanzado al mundo. Frágil, cobrizo y leve objeto lleno de palabras fantasmales. «Redundancia», dirá alguien; las palabras se las lleva el viento, y a los póras –que nunca se van de nuestras mentes– se les atribuyen movimientos ondulados de vientos y corrientes de aire.
LEER EXUVIAS
Tras la fúnebre y aun platónica teoría de Panero y la fantasmal (también platónica, pues es el reino de los fantasmas, espíritus), es la del libro como exuvia, cáscara que deja el insecto-poema en su mutación o giro entrópico irreversible, teoría más positiva y, por fin, ya no platónica, pues lo que queda del insecto, su exuvia, tiene tanto o más que decir que su organismo o criatura primigenia. Aquí ya no se trata del doble degradado e inferior de un ser ido, perdido y superior. Aquí resto, sobras, es, equivale a ¡ser! Leer literalmente exuvias, cáscara material del insecto ya desaparecido, es leer en un pen drive el registro minucioso de una existencia como el biólogo lee en el ADN.
Para terminar, comento mi lectura, sin espoilear, de tres textos de Exuvia:
Tahýi: Recuerdo infantil que enlaza hormigas a olores. Los tahýis, al picar, hacen otra cosa: trazan diagramas olfativos. Demarcan el mundo desde entonces en espacios de olores específicos: campo=vacas, ciudad=desagües…
Alacrán: Permite vislumbrar, con un alacrán, la intimidad de alguien. Y la biblioteca del mundo que hemos hojeado o leído o soñado nos susurra con impertinencia: «¡Me recuerda a Monterroso o a Arreola o al mismísimo Kafka!»
Exuvia: «Recogerán las exuvias de las cigarras para hacerle una mortaja de miles de pequeñas patas, que luego endurecerán con la resina. (…) que tampoco queden rastros de mí».
Este último es el texto epónimo, centro descentrado del libro. Va dejando rastros, despojándose de su cáscara como un insecto en un desnudamiento o en una metamorfosis entrópica irreversible, de modo que, cuando lleguemos al punto final –a ese algo luminoso e intangible– ya solo tendremos el sol en nuestras manos.
El nuevo sello editorial La calle del viento norte utiliza solo materiales reciclados en todos los ejemplares de cada título, tanto en las cubiertas como en las hojas de sus libros
Sabina Candia (Asunción, 1979), autora con formación en filosofía, presenta en Exuvia, su opera prima, un conjunto de textos de narrativa breve
Asunción, 15 de diciembre del 2014
kurubeta@gmail.com