Creían que los venderían como esclavos

Cuesta imaginar las dificultades con que tropezaban los habitantes de los siete pueblos que serían entregados a los portugueses por el Tratado de Límites para emprender la mudanza.

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Resulta difícil imaginar las verdaderas dificultades con que tropezaban los indígenas para abandonar sus pueblos. No sólo eran de carácter afectivo sino también físico. Anotaba en el artículo anterior que los habitantes de San Miguel necesitaban 1500 caballos y 800 mulas mansas para poder llevar a cabo la mudanza. Por otro lado, los comisarios venidos de España y Portugal que de este modo entraban por primera vez en contacto con los pueblos aborígenes no llegaban a entender del todo de qué manera actuaban y la fragilidad de la palabra empeñada. Tan pronto era «sí» como era «no» su compromiso de abandonar sus pueblos. Así, tanto portugueses como españoles, buscando una explicación a tales cambios de carácter, no encontraban nada más fácil que echarles la culpa a los padres misioneros, aun viendo que en muchas ocasiones arriesgaban la vida tratando de convencer a los nativos de que debían abandonar los territorios que hasta entonces habían ocupado.

Los habitantes de San Miguel se echaron atrás y cambiaron el «sí» por el «no». «No obstante esto, en fuerza del semejante “sí” que habían dado los de San Juan, salieron el día 8 de enero de este año de 1753 hasta doscientos y veinte y tres de ellos, encaminándose a su Ñeembucú o lomas de Pedro González; y llegaron al paso del Uruguay todos menos cinco: tres de ellos, porque se arrepintieron y cansaron del bien comenzado; y así, sin alejarse mucho, se volvieron a su pueblo, y los otros dos, porque se pusieron (o porque acaso se fingieron) enfermos en el camino. Mas a poco rato de haber llegado los demás al paso dicho, y mientras se disponían las embarcaciones para el transporte a la otra banda en donde ya los estaban varios aguardando para pasarlos, faltaban ya 30 de ellos, quienes poco a poco, y sin sentirse casi, y como quienes no hacían nada, sin advertirlo siquiera los padres que iban con ellos, se fueron entrando e internando en el monte, como que iban a hacer otra cosa, y prosiguiendo por él adelante, torcieron después y volvieron a salir al camino real que habían traído, y por él se enderezaron otra vez con mucha paz y sosiego a su pueblo. Y aquella misma noche del día o tarde en que llegaron faltaban ya otros 40 que también se volvieron más a las claras, y sin que los padres que fueron tras de algunos de unos y otros, les pudieron persuadir por más que lo procuraron el que volviesen al paso, sin que todos ellos así los 30 como los 40 prosiguieron la derrota a su pueblo, que les tiraba más que todas las persuasiones de los padres y la palabra que tan públicamente había dando de que lo dejarían y se mudarían» (1).

«Ni hallaron los dichos padres vueltos al paso, de mejor disposición para proseguir a los que habían quedado en él. Así aunque con no menores veras lo procuraron, no les pudieron persuadir a que se embarcasen a la otra banda a los que hallaron, que no eran ya más de unos 70, y estos ya casi furiosos contra los padres y contra el corregidor de su pueblo, porque decían (y aun clamaban, como si en la realidad fuera sí, y los tuvieran muy averiguado) que él y ellos, y ellos y él los habían vendido como esclavos a los españoles, así como habían vendido sus tierras y pueblo a los portugueses, y que ni querían pasar ni pasarían de allí; porque los miguelistas, sus parientes, y aun los lorenzistas que no lo eran y estaban ya empezados a mudar, les habían dicho y asegurado (al pasar por sus dos pueblos se supone que sería, sino mentían) que en el río Paraná, donde habían también de pasar, si prosiguieran su viaje, estaban dichos españoles aguardándolos con una grande embarcación, en que meterlos por fuerza, y llevaros aherrojados a Buenos Aires para que allí los sirviesen como si verdaderamente fuesen sus esclavos, y como de tales disponer de ellos, y como si ellos hubieran nacido con alguna obligación de servir a los españoles, o no fueran tan libres, como cualquiera de ellos, y tan dueños de su libertad, de su pueblo y de sus tierras, como los españoles lo eran de las suyas, aunque en lo demás fuesen unos pobres indios. En conclusión ellos no quisieron embarcarse, ni proseguir adelante sino tornarse a su pueblo como lo hicieron y los dos padres seguirlos mal que les pesó, volviendo otra vez a desandar inútilmente lo andado» (2).

«Llegaron todos al pueblo, y en llegado empezó todo él a alborotarse, amotinarse y enfurecerse con el corregidor de él, arremetiendo muchos de tropel a su casa, intentando quitar la vida al que tan vil y traidoramente los había vendido por esclavos a los españoles, en cuyas manos decían que hubieran caído si hubieran proseguido hasta el Paraná su viaje. El corregidor por consejo de uno de los padres que acudió a la bulla ganó la iglesia, después de haberle los amotinados apaleado muy bien a él y a un hijo suyo que quiso defender a su padre, y después de haberle ya dado sobre los palos una lanzada y un flechazo de que después sanó, como también el hijo a quien de un garrotazo que le dieron en la cabeza dejaron sin sentido, y caminaban ya con su padre de la casa para ponerlo en la cárcel, cuando el padre misionero llegó y con el tal cual respeto que aún le confesaban pudo librarlo, y darle tiempo para que se refugiase a sagrado. Ni paró aquí el motín sino que pasó a meter con efecto en la cárcel aquella misma noche al teniente de corregidor y a uno de los dos alcaldes y a deponer de su oficio al corregidor» (3).

Notas

(1) Legajo 120, 54, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid.

(2) Ibid.

(3) Ibid.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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