Cosmovisión y práctica migratoria guaraní en la sociedad paraguaya actual

A principios de este siglo, XXI, nuevamente se dio una masiva emigración de paraguayos, esta vez allende al mar, a España. Se habla en informes no oficiales de una cantidad aproximada de 350.000 paraguayos en un espacio de cuatro años, teniendo como dato que el grueso de la emigración fue entre los años 2006-2007, concentrándose, especialmente, en Madrid, Málaga y Barcelona. Según informaciones de organizaciones de la colectividad paraguaya en España, un alto porcentaje de esta emigración está compuesto por profesionales y de nivel medio de educación, aun cuando un alto porcentaje, sobre todo mujeres, trabaja en el servicio doméstico y los hombres, en tareas de la construcción.

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La forma compulsiva de esta emigración de paraguayos a España, que como una fiebre recorrió el sector de la clase media paraguaya, llama poderosamente la atención. Por primera vez se dio una emigración tan masiva y concentrada en el tiempo a un país tan lejano que de por sí supone un esfuerzo económico y personal grande. ¿Qué fue lo que impulsó a las personas a convertir a España en la tierra de la satisfacción plena? ¿Era una búsqueda al infinito de la solución de todos sus problemas personales? La imagen casi real de los sueños revelados de una España como una isla de la fortuna donde todo abundaba fue corriendo de boca en boca, de pueblo a pueblo. La oficina de Identificaciones, institución que otorga la cédula de identidad y el pasaporte para viajes al exterior, no daba abasto. La gente formaba fila desde la noche anterior en la posibilidad de que el día siguiente tenga la suerte de ser atendida. Hay personas que lograron ingresar su solicitud en tres días de espera, día y noche, a pesar de que la dirección de Identificaciones en Asunción aumentó sus ventanillas de atención para la solicitud de pasaporte. El fenómeno en sí despertó la atención de las agencias de viajes, que vieron en ello una fuente segura de ganancia. Las agencias, ellas solas o en sociedad con financieras, abrieron programas especiales de financiamiento de esos viajes, tomando inmuebles como garantía. La deuda era mucho menor que el valor de las propiedades, con un muy alto interés y condiciones leoninas, pero eran aceptadas por la gente ante la total certeza de que llegaban a España y fluiría el dinero con el que pagarían esos préstamos. Según testimonios publicados por la prensa, mucha gente llegó a perder sus casas, construidas durante años con mucho sacrificio. Pero la idea fuerza de esta apocalíptica emigración era la traslación hacia el mundo de la felicidad.

En los últimos 50 años se han procesado hechos parecidos a la emigración arriba indicada. En la década de los años 60, más del 80 % de la población del municipio de Caraguatay emigró en un lapso de dos años a la ciudad de Nueva York y sus alrededores. Fue como si un azogue persiguiera los pies de los emigrantes que en masa fueron atraídos por el otro lugar desconocido, pero con la certeza de que era el sitio de la felicidad. Hasta tal punto fue esta emigración que la Administración norteamericana dejó de expedir visa de entrada a los EE. UU. a los ciudadanos del pueblo de Caraguatay.

También en los años 1974/75 se dio otra emigración masiva, interna, de jóvenes campesinos a Ciudad del Este (Paraguay), cercana a la construcción de la represa hidroeléctrica de Itaipú (la más grande del mundo en esa época). Aún cuando la demanda de mano no era en la dimensión esperada por la gente y cuyo cupo ya estaba lleno, los jóvenes de todos los pueblos abandonaban familias, amigos, seguridad para emigrar a una ciudad desconocida, en la perspectiva de que allí encontrarían bienestar y facilidad en la vida.

Nuestra hipótesis para esta comunicación es que esta emigración masiva, coincidente en el tiempo y espacio, que no tiene una causalidad notoria de catástrofe social o económica, sino que se manifiesta como una cuestión mística, una atmósfera de contagio colectivo que obliga a la gente a abandonar la seguridad de sus hogares, dejar sus hijos, sus familiares, sus amigos e inclusive dejar empleos de acorde a su formación y capacidad y empeñar sus propias casas para dirigirse hacia lo desconocido pero seguros de hallar en ese sitio la felicidad y la solución de todos sus problemas, sean de la laya que fuere, no tiene nada que ver con la tradicional emigración paraguaya al exterior, sino una causal mucho más profunda, originada en el sustrato de la conformación de la sociedad paraguaya, la cultura guaraní, en su manifestación de la búsqueda del yvy marane’ÿ (la tierra sin males).

La cultura guaraní

El mundo guaraní se extendía en un territorio que hoy abarca el Paraguay y parte del Brasil, Bolivia, la Argentina y el Uruguay. Unos 350.000 kilómetros cuadrados y una población, calculada por Clastres (1974, p. 82/86), de 1.500.000 habitantes.

La cultura guaraní era neolítica; su sustento estaba basado en la caza, la pesca y la recolección de frutos, y en menor medida eran cultivadores, generalmente las mujeres, con pequeña producción de subsistencia.

Los “cultivadores neolíticos practican también una cultura depredadora, pues emplean el método de la roza, un método que no permite el cultivo eficiente por más de dos años. Luego de dos años, la roza ya no dará resultados y habrá que cambiar el rozadero”.

Lo que hace que permanente migren en búsqueda de nueva tierra de cultivo. Es decir, los guaraníes fueron seminómadas, muy pocos afectos a la vida sedentaria.

Pero además de estas migraciones constantes en búsqueda de la buena tierra, existió otra forma de migración, la mítica, en la busca de yvy marane’ÿ (la tierra sin mal).

De tanto en tanto, sin una razón aparente, comenzaba una urgencia de la búsqueda de la tierra sin mal, impulsada por el karai, el superior o más respetado, o temido chamán, único que era bien recibido en todas las tribus de la región guaraní, mismas en aquellas que se consideraban enemigas a pesar de pertenecer a la misma nación, con el mismo idioma y cultura.

El karai, como el único chamán que interpretaba los signos del futuro y seguro guía para llegar a la tierra sin mal, recorría los pueblos guaraníes y anunciaba, con el don de la palabra del que era propietario, la hora de la búsqueda de la tierra sin mal, sitio donde la abundancia de alimentos, de la buena tierra, donde no se muere, donde son satisfechos todos los deseos, las aspiraciones, sitio sin problemas, con áurea de la felicidad.

Existen diferencias en cuanto a la definición, de acuerdo a las tribus, de la tierra sin mal; en algunas culturas ni siquiera se trabajaría, sino las propias flechas cazarían los animales y una reposición automática de los frutos de la naturaleza, y en otros, que la tierra era tan buena que el trabajo daba gran resultado. También existe diferencia en cuanto al sitio donde se encuentra la tierra sin mal. Para algunas tribus, la tierra sin mal está ubicada detrás del océano Atlántico; para otras, en una isla dentro del mar. Lo cierto es que para la mayoría se llega al paraíso a través de una transportación mágica, gracias a las danzas y los cantos que van entonando mientras bailan dirigiéndose en búsqueda del mar.

Centenares de personas danzaban cantando para llegar al estado de purificación, a la liviandad necesaria que les permitiera la traslación de sus cuerpos al yvy marane’ÿ. Así andaban por los caminos de la selva, quedando atrás los villajes, los parientes, solo la certeza de que llegarían a la tierra sin mal los mantenía con fuerza para seguir danzando y cantando día y noche hasta que encuentren el camino que los conduzca a la magnificencia de la tierra anhelada.

La cultura paraguaya y la cultura guaraní, una condensación.

Prestigiosos estudiosos de la antropología guaraní (Bartomeu Meliá, Branislava Susnik, Hélène Clastres, entre otros) concluyen que la sociedad paraguaya tiene su origen y continuidad en la nación guaraní, antiguos habitantes del Paraguay.

En 1537, los conquistadores españoles vencen a los Kario (tribu perteneciente a la nación guaraní) y fundan el fuerte de Asunción, que será la avanzada para la conquista territorial hacia el centro del continente. Los guaraníes, ante la derrota, de acuerdo a su cultura, ofrecen como alianza de paz a sus jóvenes mujeres, que vinculan al vencedor con el vencido en una parentela en que se ofrecen mutuo socorro. Los españoles, carentes de mujeres, aceptan, primero, como regalo a estas y, luego, el pacto en el que los hombres guaraníes, como “cuñados”, ayudarían a los españoles no solo a construir el fuerte, sino las casas de los mismos, y los españoles ayudarán a los guaraníes contra las tribus enemigas. El pacto funcionó, en los primeros años, cuando los guaraníes, grandes guerreros, acompañaban a los españoles en la conquista territorial e inclusive en atravesar el gran territorio del Chaco, semiárido y poblado por tribus belicosas, hasta llegar hasta los contrafuertes andinos, donde se enteraron que otros españoles ya habían conquistado el “territorio del oro”.

La no existencia de minas de oro en el territorio paraguayo obliga a los españoles a organizar el sistema colonial sobre la base de la explotación de la tierra y de los indígenas. Organizan la repartición de tierras en grandes fundos y las pueblan con mujeres-concubinas, ya que, de acuerdo a la cultura guaraní, son las cultivadoras de la tierra. Entonces, no solo necesitaban de ellas para satisfacer sus necesidades sexuales, sino como fuerza de trabajo; así comenzaron las razias para secuestrar mujeres de las tribus guaraníes. La enorme cantidad de mujeres raptadas en estas razias minó la estructura de la sociedad guaraní y los fue debilitando. En contrario, convirtió la sociedad de hombres españoles en el “Paraíso de Mahoma”, como lo calificó un cura benedictino ante el escándalo de la posesión de 200 o 300 mujeres por cada conquistador español.

El mestizaje entre las indias y los españoles no se hizo esperar. Surgió así una primera generación de criollos que, debido a su generalización, no manifiesta el problema racial como conflictivo y traumatizante, como sucedió en otros lugares. Así surge un hecho capital dentro de la conformación de la sociedad colonial: el mestizaje. En 1595, el virrey del Perú reconoció que los hijos y sus descendientes, habidos entre indias y españoles, sean considerados españoles y herederos de las potestades de sus padres.

Por otro lado, se constituye en forma compulsiva, por parte del poder, la conformación de los pueblos de indios. Los mismos solucionarían los problemas con que enfrentaban, ya por entonces, los españoles debido a la enorme extensión del territorio conquistado, que les inhibía un control más estricto del contingente humano y un uso más racional de esa fuerza de trabajo. Es decir que, por un lado, con esta medida se dificultaban las sublevaciones indígenas y, por el otro, la concentración de la mano de obra cerca de las tierras de los encomenderos.

A los pocos años esta política, sumada al aislamiento de la metrópolis, dio como resultado que la población de la misma estuviera estructurada sobre la base del mestizaje en el plano social. Los españoles adoptaron el comportamiento y el estilo de vida indígena, inclusive en sus hábitos de poligamia. La costumbre del amancebamiento masivo del español con las indígenas les daba el servicio personal de los parientes de las mujeres (sobre la base del “pacto”) constituyéndose en la base de la unidad económica y social de los conquistadores y actuando al mismo tiempo como un elemento de desintegración de las primitivas comunidades guaraníes.

El poder español fue en cierta manera el artífice de la nueva estructura social y su éxito dependió de la capacidad para redefinir antiguas formas de producción (utilización de la mano de obra femenina en la agricultura y en el desmonte, la caza, la pesca y la guerra a los hombres), organizar y legitimar, mediante la fuerza, las nuevas modalidades de explotación nacidas de la conquista. Si bien el “pacto” funcionaba como elemento de mediación en las relaciones entre el indígena y el español, no siempre fue suficiente como para no ser utilizada la fuerza. Pero por otro lado, al parecer tampoco los españoles necesitaron redefinir otras costumbres culturales indígenas como elemento consensual de adoctrinamiento, como lo harían posteriormente los jesuitas. Presumiblemente porque toda reformulación de ancestrales manifestaciones culturales, si bien a la larga pudiera cumplir su cometido de reemplazar la vieja visión de mundo por una nueva que favoreciera a la dominación, en el corto tiempo también pudiera fortalecer la unidad grupal que los españoles quisieran destruir.

Como existían muchas tribus guaraníes fuera del sistema colonial, el rey de España, a pedido del primer gobernador español criollo (hijo de indígena y español) Hernando Arias de Saavedra, acordó a la Compañía de Jesús emprender la conquista espiritual de los indios guaraníes. A los jesuíticas se le fue otorgado un territorio bastante extenso, que hoy forma parte del Paraguay, Brasil y Uruguay, donde crearon las misiones jesuíticas, compuesta de 33 pueblos, donde solo el papa y el rey tenían autoridad para ingresar. Apartaron a los indígenas, una población cercana a las 200 mil personas, de todo contacto con el español y la única lengua corriente era el guaraní. Los mismos sacerdotes jesuitas aprendieron el guaraní, estudiaron su gramática y la volvieron una lengua escrita. Durante un siglo y medio duró el “reinado jesuítica”. En 1768 fueron expulsados, quedando el territorio de las misiones a cargo de autoridad civil española. El sistema creado por los jesuíticas prontamente fue minado por asentamientos de españoles en sus ciudades y territorios, y los indios fueron emigrando hacia poblados españoles e inclusive hacia Buenos Aires a ejercer sus profesiones artesanales.

En 1848, el presidente paraguayo Carlos Antonio López decreta la extinción de los pueblos de indios, incluidos los pueblos jesuíticos. Les concedió la ciudadanía pero les expropió de todas las tierras comunales. Una especie de acumulación originaria capitalista. Esta medida no hizo más que reconocer la paridad racial y cultural del paraguayo.

La Guerra de la Triple Alianza —Brasil, Argentina y Uruguay contra el Paraguay— terminó en la defensa total a la conjunción de la sociedad paraguaya.

Aún hoy, además de la lengua guaraní, que es universal en el Paraguay, que hasta 1950 había más paraguayos guaraniparlante que español, la cultura popular paraguaya es una cultura basada en la tradición guaraní invadida de alguna forma, alguna veces como ropaje, de la cultura española.

El Paraguay y la emigración

El Paraguay ha sido en toda su historia un pueblo que ha migrado en forma casi permanente. Ya el gobernador español Lázaro de Ribera, un poco antes de la Independencia, en 1808, en un memorial al virrey del Río de la Plata, Santiago Linier, decía: “Vuestra excelencia en sus dilatados viajes habrá observado en todas partes paraguayos fugitivos de su provincia…”. En el siglo XX, se escribieron numerosas obras o estudios cuyo centro de preocupación era la migración paraguaya al exterior. Andrés Flores Colombino, a fines de la década del 60, decía en un estudio sobre la Reseña Histórica de la Migración paraguaya: “El fenómeno de la dispersión del pueblo paraguayo por los países del continente es considerado actualmente como una de las anomalías más notables y uno de los problemas capitales del Paraguay”.

Al analizar esta emigración paraguaya encontramos diferentes oleadas, épocas, destino y posibles causales, también diferentes. A principios de la Independencia, con la instalación de la dictadura perpetua de Gaspar de Francia (1816-1840), se cerraron las fronteras y nadie podía ingresar ni salir sin un permiso especial del dictador. Entre 1840 hasta 1870, la emigración estuvo compuesta por familiar “pudientes”, normalmente no adeptos al Gobierno de esa época, y jóvenes estudiantes, que viajaban para estudiar en el extranjero, algunos inclusive becados por el Gobierno.

Entre 1864 y 1870, Paraguay se batió en una guerra llamada de la Triple Alianza (Argentina, Brasil y Uruguay), en la que se perdió las dos terceras partes de la población, constituyéndose en la primera guerra de exterminio en la historia contemporánea. La pobreza y el hambre impulsaron a una emigración hacia tierras fronterizas argentinas. Hacia fines del siglo XIX, además de la emigración transitoria de carácter político, existía también una emigración conocida como golondrina. Trabajadores rurales emigrando a países de la región, sobre todo argentina y el Brasil, en las zonas fronterizas. Migrantes estacionales para cultivo o recolección de algodón y otros productos. Este tipo de emigración fue la forma dominante de emigración sin que ello no suponga también la existencia de una emigración más permanente, sobre todo clase media alta.

La Guerra del Chaco (1932-1935), que dio origen a la emergencia de los militares en el poder político de la República (1936), inaugurando la época de las dictaduras militares (1936 -1989), cambiará el sentido de las emigraciones colectivas. El exilio político, sin retorno, algunos hasta el final de la dictadura militar (1989) será una constante. En cada crisis política, la emigración tendrá como contrapartida una oleada de emigración. Así, después de la guerra civil de 1947, más de 400.000 personas emigraron, en su mayoría hombres, de una población cercana al millón de habitantes, ganaron territorio extranjero para huir de la violencia estatal y paraestatal. Flores Colombino calcula que desde 1957 a 1969 se ha trasladado al exterior más de la mitad de los que en décadas anteriores han emigrado de forma permanente. Con la maquinización de los cultivos se agotó el sistema de la migración golondrina. Desde la década del 1970 hasta en la actualidad, la emigración paraguaya sigue vigente.

El problema de emigración

A pesar de los diferentes estudios que abarcaron diversos aspectos, épocas hasta el presente no existe una lectura comprensiva general de la problemática. La mayoría de los análisis desembocan como causales de la emigración a la cuestión económica o política, o ambas a la vez, sin cuestionarse si pudiera existir una cuestión cultural subyacente que estuviera en la base del apego del paraguayo, en términos generales, a emigrar. Aún cuando algunos estudiosos como Eligio Ayala (Migraciones, Berna 1915) hablaba de una “sugestión colectiva inconsciente, patológica”, o Genaro Romero, quien decía en 1927 que “la emigración es un fenómeno en que los unos arrastran a los otros” que si bien apuntaban, de alguna forma, explicar la evidente internalización del proceso de migración como “una forma viable de respuesta para superar las circunstancias desfavorables a que se sienten expuestos continuadamente” (Rivarola, 1967), pero sigue siendo parcial al no incluir un elemento fundamental para nosotros, el aspecto de herencia o tradición cultural conformante de la sociedad paraguaya.

La hipótesis para esta comunicación esta basada en la cosmovisión de la sociedad paraguaya es la continuidad, en muchos de sus aspectos esenciales, de la cultura guaraní. Que el fenómeno de la emigración, además de los elementos económicos, sociales y políticos, esta consubstanciado en la misma cosmovisión y práctica de la sociedad paraguaya proveniente de sus antepasados guaraníes, de eternos migrantes, la búsqueda de nuevos sitios. Ová ová hohekavo po’á (mudarse, mudarse buscando la suerte).

Pero, como hemos anotado, existe diferencia entre la emigración “normal” sostenida en el tiempo, cuyos destinos privilegiados son la Argentina, especialmente Buenos Aires o el Brasil, especialmente San Pablo, con el fenómeno de emigración de traslado masivo, alentado por una urgencia de desapego, de desesperación por llegar a un sitio en donde solo existe la abundancia, la felicidad, el bienestar. Como empujados unos a otros, como una sicosis colectiva, los emigrados llenan aviones y parten con la certeza de llegar al paraíso prometido. Tal cual que sus ancestros guaraníes, los paraguayos de hoy, iluminados por una certeza de hallar la tierra sin males, enardecidos por la psicosis colectiva, se embarcan a lo desconocido, allende al Atlántico, territorio ubicado por lo guaraníes como el sitio de la tierra sin males, el yvy marane’ÿ .

Sobre los altos cipreses

Maria Eugenia Garay

a mi padre

Observo caer la lluvia como si esos hilos de agua
fueran desgajos migrantes de un apacible misterio.
Su diminuto susurro se ovilla en las densidades
de follajes taciturnos con melancólicos ecos,
sobre los altos cipreses y en las lápidas musgosas
que custodian el silencio abismal del cementerio.
Allí donde solo quedan deshabitadas memorias
y entramados a las nubes los reflejos de otros soles,
que alumbraron un pasado de transcurrir irredento.
Somos cauces sin riberas, libélulas en el viento,
retazos de estrellas ígneas, jirones de firmamento.
Desde donde hemos venido, y hacia dónde nos iremos,
son preguntas sin respuestas, son umbrales de misterios.

¿Habrá un Dios que nos aguarde?
¿Existirá otro universo?
Será que en nosotros hay un aliento de infinito
que sobrevive a los lazos, tan efímeros del tiempo.
Habrá alguna eternidad que permanece inmutable
en esa comarca ignota donde se encienden luceros.
O solo somos las hojas con que el otoño divaga,
con burilar caprichoso,
antes que llegue el invierno.

Tal vez, después de la nada, desde el perfil de la arena,
cuando se asome la luna, renazca un corazón nuevo.
O quizás, solo seremos polvo entre el polvo que sueña
apenas broten los lirios al costado del sendero,
soltar las viejas amarras, desencadenar olvidos
y despojados de todo, como ave en el mediocielo,
para exorcizar tristezas volar en alas del viento.

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