Color crepúsculo

La aparición en forma de libro –La Guerra del Paraguay en primera persona. Testimonios inéditos (Asunción, Tiempo de Historia, 2015)– del Fondo Estanislao Zeballos, del Archivo Juan Bautista Gill Aguinaga, un complejo documental de notable valor, merece dar pie a más revisiones, desde todos los puntos de vista posibles, de una figura tan polémica y un momento tan complejo.

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RAZA Y RAZÓN

La figura de Estanislao Zeballos se ha vuelto cada vez más polémica para el pensamiento crítico reciente. Por citar un caso, el historiador chileno Pablo Lacoste es claro al señalar que las ideas de Zeballos, muy vigentes antes y después de su muerte –algo visible en las ediciones y reediciones de sus obras–, ideas marcadas por el positivismo y el darwinismo social, derivaron en racismo y xenofobia. Para Lacoste, los textos de Zeballos son diáfanos en esto; así su discurso sobre Argentina como nación a la cual la inmigración europea del siglo XIX y principios del XX habría vuelto un país de raza blanca y, por ende, superior a sus vecinos, en los que predominaba el elemento mestizo. Las ideas de Zeballos influían a todos los niveles: La Prensa las llevaba al gran público, los sectores intelectuales las ahondaban en la Revista de Derecho, Historia y Letras (fundada, financiada y dirigida por Zeballos) y los jóvenes y niños las bebían de El Tesoro de la Juventud, enciclopedia escolar en la que nuestro autor, por ejemplo, afirma:

«El carácter de esta población es enteramente europeo, pues […] la raza blanca ha hecho desaparecer, por absorción, a los indios y a los mestizos. […] Esta homogeneidad de la población da al pueblo argentino su carácter viril, inteligente, de imaginación intensa y rápida, y emprendedor en todas las ramas del progreso humano. Explícase así que la República haya desarrollado sus adelantos hasta llegar al envidiable estado de prosperidad y riqueza en que hoy se encuentra» (Estanislao Zeballos, «Suma geográfica argentina», en El Tesoro de la Juventud, 1915, Tomo V, p. 1474).

Además de racista, el discurso de Zeballos era, al parecer, falaz. La inmigración europea impactó en la composición humana de algunas ciudades y provincias, pero en el noroeste argentino, por ejemplo, no superó el cinco por ciento del total de habitantes, y el perfil era claramente mestizo. Zeballos exageraba, pues, aquello que –de acuerdo a sus valores– hacía a Argentina superior a sus vecinos. En especial porque, para él, Argentina estaba llamada a cumplir el papel de una potencia agresiva:

«La República Argentina necesita transformarse gradualmente en potencia naval, si ha de cumplir su misión política en el futuro del mundo. Tal es el sino extraordinario que nace […] de la situación continental, de sus costas a islas oceánicas, de las vecindades altivas y fuertes, de la riqueza adormecida aún en las entrañas de su territorio, del clima estimulante y del carácter varonil y audaz de sus hijos» (Estanislao Zeballos: «El caso del Nueve de Julio», en: Revista de Derecho, Historia y Letras, Buenos Aires, 1899, tomo V, p. 119).

EL MALO, EL BUENO Y EL INDIO

Lacoste no es, ni mucho menos, el único investigador y académico que subraya el marcado evolucionismo biologista y racista de la obra de Zeballos. El reconocido doctor en Historia por la Universidad Católica de Lovaina Mario Maestri reseña la edición argentina de este mismo Fondo Estanislao Zeballos (Historia de la Guerra del Paraguay: relatos y memorias en primera persona, Buenos Aires, Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, 2015) y deja claro por qué son fundamentales estas facetas del pensamiento de Zeballos, facetas que, sin embargo, tanto la edición argentina como la paraguaya omiten –omisión que, a su vez, tanto la reseña de la edición paraguaya que publicamos en este mismo número del Suplemento Cultural como la reseña que hace Maestri de la edición argentina coinciden en señalar–.

Maestri afirma que la visión de Zeballos aflora aquí y allá, al comentar o transcribir sus entrevistas y los demás documentos que reúne. Es fantasioso, admite, hablar de la obra que Zeballos no escribió, pero indica que sus ideas, su militancia política, su cercanía a Mitre, su plan de trabajo, todo sugiere una intención que parece confirmada por las entrevistas que produjo, los entrevistados que eligió, los temas, las preguntas, las transcripciones (Zeballos raramente reproduce de modo literal lo dicho). Zeballos, fiel a la tradición positivista, señala, entre otros puntos relevantes, Maestri, si bien entrevistó a algunas mujeres, no se preocupó demasiado por su voz (Zeballos siempre se opuso al voto femenino: sostenía que la función de la mujer era criar niños y «darles una conciencia nacional en el seno del hogar», señala este historiador en su reseña).

Para Maestri, en fin, cabe prever en el libro proyectado por Zeballos sobre la «Guerra Guasu» un sesgo patriótico mitrista que propondría tal conflicto –crucial en la formación del Estado unitario argentino– como lucha entre civilización y barbarie debida a la ambición del tirano al que –exclusivamente– se le habría declarado la guerra. Zeballos procura confirmar su tesis con los testimonios que reúne, y como, escribe Maestri, «sobre las anchas espaldas de Francisco Solano López se acomodaron inicialmente las elites paraguayas […] que administraron el país destruido y refundado en la tradición liberal-mercantil-latifundista» («todos reconocían los buenos servicios aliancistas por poner fin al reinado del despotismo en el Paraguay»), al entrevistar a legionarios y a antiguos miembros de la administración paraguaya, recibe la confirmación que busca: la guerra fue culpa de López, hombre despreciable, malévolo, cobarde, falso. Zeballos le pide al padre Maíz «datos sobre el carácter y origen de los López» y (de seguro para regocijo de este científico positivista del siglo antepasado), el padre le responde que, por parte del abuelo paterno, la familia López «no era de raza blanca».

MALPENSANTE OPINIÓN FINAL

Sobre el lugar que la historiografía argentina dio a la «Guerra Guasu», me permitiré opinar. Es casi de sentido común que un nuevo estado necesita mitos fundacionales en los imaginarios sociales, y creo que el lector y el observador curiosos pueden detectar, en diversos escritos y testimonios (gráficos, artísticos, etcétera) de la época, que la Guerra de la Triple Alianza se volvió en Argentina un hito en la forja de la Nación; es más, creo que cabe especular que habrá ayudado en el proceso de depurar esa Nación de «lastres» como, probablemente, la cultura guaraní, que, en medio del ascenso del pensamiento positivista, que despreciaba cuanto difiriese del ideal de la Inglaterra decimonónica, habrá pasado a ser «solo de Paraguay»: en la nueva Nación, hablando mal y pronto, no cabían indios ni sectores populares que pudieran resistirse a los cambios sociales y políticos dispuestos por los grupos gobernantes con miras a ese progreso económico del cual los nativos serían incapaces por sus limitaciones biológicas –incapacidad que tenía que ser «científicamente evidente» en este momento en que el Estado estaba apostando al modelo norteamericano de inmigración.

El triunfo de la civilización (los países aliados) sobre la barbarie (encarnada en la figura de un López desfigurado hasta lo repugnante y aun lo infrahumano con ayuda de la ciencia) fue la oportuna y poderosa forma que cobró el mito en esa encrucijada histórica.

Me permito opinar sobre este tema porque el discurso de Zeballos, sus ideas, sus valores, me son familiares: aunque a posteriori (nací cuando ese mundo ya era el pasado, pero en un entorno extrañamente lleno de vestigios y de fantasmas suyos), he conocido palabras como las suyas, y con ello he accedido, en fascinada exploración, casi desde la cuna al espíritu de ese fin de siglo, de ese mundo decadente, kitsch y europeizante de las elites latinoamericanas de antaño. En la enorme biblioteca de mi abuelo materno, con las bellezas y los errores propios de su era, estaba ese Tesoro de la Juventud en el que Zeballos escribió, y muy pronto aprendí a trepar los altos estantes de vieja madera color crepúsculo y a, para mis adentros, descubrir sus alcances y criticar sus límites.

Lo que parece quedar, por consenso, fuera de dudas es que el Fondo Estanislao Zeballos, del Archivo Juan Bautista Gill Aguinaga, es un complejo documental de enorme valor, lo que hace de su presentación en forma de libro –y esto a pesar de las falencias que ya se le han encontrado, como vemos; falencias que, más que importante, es imprescindible señalar– una excelente noticia.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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