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En 1914 nacen el gran historiador Jean-Pierre Vernant y el escritor William S. Burroughs, gurú de los beatniks de los 50, los hippies de los 60 y 70 y los ciberpunks de los 80 y 90. En 1914 las sufragistas británicas incendian el pabellón del Lawn Tennis Club y rompen las ventanas del Ministerio del Interior. En 1914 nacen Philippe Ariès y Julio Cortázar, muertos ambos al unísono también siete décadas más tarde. En 1914 las fuerzas de Pancho Villa derrotan al ejército de Huerta. En 1914 don Santiago Ramón y Cajal anuncia la neurociencia actual con su Degeneración y regeneración del sistema nervioso y Freud publica la «Introducción al narcisismo». En 1914 Debussy, una las grandes influencias musicales de Lara Bareiro, estrena Trois poèmes de Stéphane Mallarmé en la Sala Gaveau de París, termina Six épigraphes antiques y empieza la Berceuse héroïque. En 1914 la bailarina Loïe Fuller, admirada por el citado Mallarmé, uno de los poetas que más inspiraron a Debussy, y por Flammarion, Valéry, Marie Curie, Rodin, los Lumière, Méliès, Giaccomo Balla y otros mil, de gira por Egipto, es fotografiada bailando gozosa ante la Esfinge de Gizeh.
En 1914 el asmático Marcel Proust corre por los bulevares de París jadeando bajo los aviones. En 1914, millones de muertos desconocidos y de sobrevivientes irreconocibles bailan también –como la Fuller bailaba apenas anoche, en un mundo completamente extinto, de golpe, una mañana, en el Folies Bergère y en los afiches de Toulouse-Lautrec– pero ellos hacen una espantosa ronda en la gran danza macabra de todos los locos y los mutilados porque en ese año de 1914 Gavrilo Princip asesina a Franz Ferdinand, heredero del trono austrohúngaro, y Austria-Hungría declara la guerra a Serbia y Rusia se une a su aliado eslavo y Berlín declara la guerra a Petrogrado y París se la declara a Berlín por su alianza con Rusia y Londres se la declara a Berlín porque Alemania viola la neutralidad belga para invadir Francia. La Primera Guerra Mundial se ha desatado. En 1914 empieza una nueva era de barbarie sin precedentes. En 1914 se desata la primera guerra tecnológica del siglo XX. La seguridad y la quietud, dirá Konrad Adenauer, desaparecieron de la vida de los hombres en el año de 1914, y el primer ministro británico Macmillan añadirá que el mundo en el que él había nacido se terminó para siempre una mañana de 1914, y en versos creacionistas dirá Huidobro en el poema «1914» algunos años después:
Nubes sobre el surtidor del verano
De noche
Todas las torres de Europa se hablan en secreto
De pronto un ojo se abre
El cuerno de la luna grita
Halalí Halalí
Las torres son clarines colgados
AGOSTO DE 1914
Es la vendimia de las fronteras
Tras el horizonte algo ocurre
En la horca de la aurora son colgadas todas las ciudades
Las ciudades que humean como pipas
Halalí Halalí
Pero esta no es una canción
Los hombres se alejan
En 1914 el ojo de cirujano de Henry Tonks observa y dibuja escenas difíciles de mirar. En 1914 Norberto Bobbio, al que no hace mucho ciertos estudiantes leían en Asunción para entender la noción de «democracia», es un niño de diez años. En 1914, Heitor Villa-Lobos, cuya obra también influirá en la del maestro Lara Bareiro, compone Danzas Africanas. En 1914, un flaco, miope y simpático Fernando Oca del Valle de veintiún tacos se gasta unas pesetas en ir de bares por un Madrid que hoy ya no existe. En 1914 Marinetti ha roto hace cuatro años con el pasado y con la tradición en el Manifiesto Futurista para propugnar el insomnio febril, el paso gimnástico y la bofetada irreverente y adorar a la máquina. En 1914 Suiza se llena de poetas y artistas refugiados que en soberbio gesto de mofa de todos los valores vigentes hasta entonces ensordecerán a Europa con grandes carcajadas dadaístas. En 1914 los europeos olvidan todos los valores de la Ilustración entre el barro y el horror de las trincheras. Terminarán de enterrarlos décadas después en Auschwitz. En 1914 comenzó a mutar Europa con las armas químicas, el declive de las clases medias, el movimiento obrero, el feminista y la primera aerolínea, y con ella mutó todo el planeta entero. A un siglo de la «Gran Guerra», estamos ante un futuro, en rigor, amenazante, y en un presente que sigue sucio y manchado por la fealdad, por la degradación y el desencanto revelados hace un siglo y no desmentidos aún. Porque la que entonces se llamó la «Gran Guerra», ya que era imposible que algo así, tan infame, pudiera repetirse, después solo fue, terriblemente, la «Primera», y la siguiente, a su vez, ya fue solo la «Segunda», y a nadie se le ocurrió hasta hoy llamarle la «Última».
«Fue en España donde mi generación aprendió que uno puede tener razón y ser derrotado, que la fuerza puede destruir el alma y que a veces el valor no tiene recompensa», dijo Albert Camus cuando la Guerra Civil Española volvió a cubrir de muertos el suelo entre una conflagración mundial y la siguiente. Hombres y mujeres de todos los rincones de la tierra, de cincuenta y cuatro países, fueron a dar sus vidas por unos desconocidos cuyo idioma muchos de ellos ni siquiera entendían cuando llegaron a la Península: las gloriosas –las llamó así Dolores Ibarruri– Brigadas Internacionales. El poeta Charles Donnelly nació, también en el año de 1914, en Killybrackey, pero murió en la Batalla del Jarama veintitrés años más tarde, en 1937, y en el valle del Jarama está enterrado, junto con otros voluntarios caídos ahí, tan lejos de su casa, como el escritor y teórico político Christopher Caudwell. Aunque también hubo algunos –entre otros, el tataranieto de Darwin (e hijo del filólogo, poeta y recordado profesor de cultura clásica de Cambridge Francis Macdonald Cornford), Rupert John Cornford, escritor comunista que vivió exactamente veintiún años y un día, o el historiador de Oxford Ralph Winston Fox– que cayeron antes (Cornford y Fox, en 1936, en Jaén, en la Batalla de Lopera). Y sobrevivieron también a la Guerra Civil algunos ilustres, como Paul Robeson, el bajo profundo del folclore afroamericano, o el imponente muralista mexicano Siqueiros, o el entomólogo yugoeslavo Nonveiller, o el gran Eric Blair, famoso como «George Orwell», y unos cuantos más. Los mejores cerebros y espíritus de su época, intelectuales polémicos ayer y nombres históricos unánimemente respetados hoy, legiones de conocidos y desconocidos, de anónimos y célebres, todos por igual los corazones más grandes y valientes de su tiempo, murieron por defender la República sin que eso impidiera que fuera aplastada.
Después vino el exilio, huir de la represión franquista de la posguerra. Muchos intelectuales llegan a Paraguay y a toda Suramérica: unos cruzan los Pirineos, y otros cruzan el Charco hacia aquí. Y mientras los desterrados de la España de la posguerra encuentran en Paraguay un puerto después del éxodo, hay paraguayos que parten al destierro, perseguidos en su país desde el poder estatal. Pasa el tiempo, y el régimen que proscribió la obra y que desterró al culto instrumentista, compositor y director de orquesta Carlos Lara Bareiro, el régimen de Stroessner, es derrocado en 1989, dos años después de que el músico muriera en el exilio; y la llegada del «proceso de transición», y el concepto y la experiencia (supuesta e inexistente) de democracia, contra todo maniqueísmo, son problematizados con una evocación melancólica y cómica a la vez de sus facetas más vacuas y espectrales de, en su contexto, flatus vocis, y aun así, y pese a todo, reforzados con una apuesta final, tal vez la única posible, en el artículo del doctor José Manuel Silvero.
Destinos marcados por la historia que El Suplemento Cultural recoge en su edición de hoy. Fraternidades nacidas del azar y confirmadas por la voluntad. Postales de una guerra en las que el ojo de Henry Tonks desnuda algo que no puede caber más que dentro de una monstruosa pesadilla. Generaciones paraguayas cuyo pasado confuso y desconcierto presente ilustra Manuel Silvero con humor amable y espíritu crítico. Y dos hombres arrojados por la historia de un siglo violento a un futuro incógnito: vidas paralelas, como las de Plutarco, de un español y un paraguayo. La de don Fernando Oca del Valle, que deja España como tantos otros y nos da lo que Armando Almada-Roche llama en su artículo «la fisonomía teatral de Paraguay». Y otra vida, la de un «hombre libre» que, desterrado por la dictadura a causa de sus ideas, muere en el exilio, lejos de su tierra y sin poder volver jamás a ella: el compositor y director de orquesta Carlos Lara Bareiro, a quien dedica su artículo el maestro Luis Szarán.
montserrat.alvarez@abc.com.py