Carlos Lara Bareiro: la batuta prohibida o el fundamento de la dignidad

«Profesión: músico; color: trigueño; estatura: 1.70 m; edad: 46 años; cabello: castaño cano; ojos: pardos; nariz: recta; barba: afeitada; cara: ovalada; etc.». De esta manera lo registraba en una de sus miles de fichas la brigada externa del Departamento de Investigaciones para las actividades antidemocráticas (DIPA), órgano represor de la Policía Federal Argentina, al finalizar un procedimiento en el Gran Buenos Aires. El 22 de mayo de 1962 fueron detenidos Carlos Garcete, Ramón Maciel, Carlos Lara Bareiro, Severo Rodas y otros destacados intelectuales y artistas paraguayos a los que les son incautados material de propaganda comunista y papeles relacionados con el movimiento de resistencia paraguayo.

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En el centenario de su nacimiento (1914-2014)

PERSECUCIÓN POLÍTICA Y EXILIO

Apenas habían pasado cinco años desde que la policía de Alfredo Stroessner expulsara del Paraguay a uno de sus más ilustres ciudadanos, Carlos Lara Bareiro, violinista, compositor y director de orquesta sinfónica, acusado de liderar un movimiento por la paz mundial.

En la capital argentina, continuaba esa vida marcada a fuego y, junto a centenares de compatriotas, soportaba los rigores de la intolerancia y la opresión y recorría los patéticos senderos de los confinamientos, la persecución y los apresamientos con valor y resignación. Este hombre, que amó como pocos a su tierra, y que en silencio vio y sufrió las injusticias de una patria nacida con el símbolo de la sangre y a la que siguieron castigando por siglos los tiranos de turno; este fino artista nos dejó una de las lecciones más profundas que es posible dejar, tanto en su obra como en sus actos: la dignidad.

Este aspecto, resaltado por todos los que lo conocieron junto a sus elevados conocimientos musicales, nos llevó en 1980 a peregrinar, junto con el eminente pianista Pierre Jancovic, hasta Villa Udaondo, en Castelar, partido de Morón, cerca de Buenos Aires, donde, en su pequeña vivienda, Carlos Lara Bareiro lloraba, amaba y soñaba a su patria, un sitio donde se respiraba el mismo aire puro de la dulce Capiatá. Nos impresionó la claridad de sus ideas sobre lo que necesitaba el Paraguay en materia de música: es muy frecuente escuchar de los músicos paraguayos proyectos delirantes y obsesivos devaneos, pero el maestro Lara nos alentaba a luchar con racionalidad para crear instituciones, dejar huellas, formar nuevos valores, como si se remontara a los maravillosos años de realizaciones artísticas con la Orquesta Sinfónica de la Asociación de Músicos del Paraguay e ignorase en ese instante su desgraciada condición de exiliado por décadas.

Perseguido políticamente y combatido por colegas mediocres, jamás le oímos una sola palabra de rencor. Esto se puede comprobar en sus propios escritos, donde los nombres y apellidos de sus verdugos, y la documentación pertinente en cada caso, constan con el mismo rigor con que estudiaba las partituras para dirigir sus ensayos y conciertos frente a la orquesta.

IDEAS PELIGROSAS

En el ámbito musical nacional, es difícil entender, a la distancia, la intensidad de las luchas de la generación de músicos posterior a la Guerra del Chaco (1932-1935). La falta de instituciones culturales sólidas, la escasa formación intelectual de los músicos, la visión limitada a lo inmediato, frutos de un sistema educativo miserable, fomentaban la creación de grupos humanos en enfrentamiento permanente, aunque en general, y en forma separada, los bandos coincidieran en la nobleza de los ideales y la bondad de las intenciones. Folcloristas contra académicos, oficialistas contra independientes, cultos contra populares o viceversa. Esos años, del 38 a la década de 1950, dieron a luz numerosos proyectos artísticos de corto alcance y vieron morir instituciones y emprendimientos a la velocidad de un amanecer. En ese contexto, Lara Bareiro no se dejó seducir por los aplausos a sus primeros logros como flamante violinista egresado del Ateneo Paraguayo. A edad poco común para iniciar altos estudios, se embarca en el proyecto de consolidar el desarrollo musical para el país y comienza su paciente y sólida formación académica en el exterior, gracias a una beca del Gobierno de Brasil, primero, y al apoyo familiar después, y se convierte en uno de los músicos más capacitados académicamente de su generación, con Remberto Giménez y Juan Carlos Moreno González.

Regresó al Paraguay y sorprendió a los abúlicos asuncenos, caracterizados por su indiferencia ante las expresiones del arte y por entonces deprimidos por la recién terminada revolución del 47, con «ideas extremadamente peligrosas y revolucionarias», como la de dotar a Paraguay de una gran orquesta sinfónica para interpretar a Mozart, Beethoven, Brahms, Wagner, Tchaikowsky y los grandes autores nacionales. Este proyecto, emprendido con los heroicos miembros de la Asociación de Músicos del Paraguay, apuntaba a crear un conjunto sinfónico estable. Paraguay era el único país de América que no tenía una orquesta sinfónica oficial. Lara logró involucrar, en pocos pero intensos años, a comienzos de la década de 1950, a todas las fuerzas vivas de Asunción, y, a la vez, en contrapartida, despertar sospechas en las oficinas de inteligencia policial por «el inminente peligro que significaría un país culto, que se nutriera de los más altos valores del pensamiento y la creación universal» y que eso «contribuyera a despertar en los habitantes el sentido crítico y la capacidad de manifestar sus pensamientos».

UN HOMBRE LIBRE

Lara Bareiro no solo fue el más brillante de los directores de orquesta de su tiempo: fue además un extraordinario compositor, autor de obras sinfónicas, de cámara y de canciones. Su estilo, influenciado por la tardía corriente nacionalista, no cae en el folclorismo de tarjeta postal ni en el patriotismo barato ni confunde los nobles fines de una sinfónica con los de una gran orquesta típica de música bailable, como ha sucedido con frecuencia. Bajo el influjo de Grieg, Debussy, Villa-Lobos y otros, su música nos habla con un lenguaje accesible, directo y de notable elaboración, siguiendo la línea profunda del tejido sonoro y no la búsqueda de aparatosos efectos para el aplauso fácil. Se suman a estos elementos un gran desarrollo en el campo armónico y del contrapunto, con una orquestación rica por su variación y acabado conocimiento de los instrumentos orquestales.

Desafortunadamente, los paraguayos no conocen estas partituras, ya que el de su autor fue un nombre prohibido durante los años de Stroessner, y quienes estaban a cargo de las instituciones musicales no deseaban correr el riesgo de ejecutar sus obras –salvo excepciones, como el citado Pierre Jancovic, Aura Mendoza y Victoria Alfaro–; optaron, los sometidos al régimen, por cantar obsecuentemente loas al tirano con extravagantes y grotescos acordes que hoy, por fortuna, solo suenan en las alcobas de los nostálgicos. Lara no tuvo la suerte de José Asunción Flores o de Herminio Giménez, que registraron en discos gran parte de su producción. Cada vez que este venerable maestro tuvo la oportunidad de dirigir un concierto o de grabar un disco prefirió, con la humildad reservada a los grandes, dirigir y grabar las obras de sus compatriotas; dejó así importantes registros sonoros de creadores como Luis Cañete, Severo Rodas, Francisco Alvarenga y Julio Escobeiro. Esto nos revela la grandeza de su personalidad. Y su dignidad, su compasión, su vida cristalina, honesta y fiel a sus principios de gran patriota, solidario con los pobres, rebelde a la tiranía y, sobre todo, de hombre libre.

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