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Al igual que la novela y las películas –dos formatos, uno escrito y uno fílmico, de ficción– la graphic novel, la novela gráfica, tiene géneros (comedia, tragedia, drama) y subgéneros (relato histórico, policial, psicológico, de aventuras, de suspenso, de detectives, de terror, de ciencia ficción, etcétera): con las herramientas del cómic, igual que con las del cine y la literatura, uno lo puede contar todo.
Lo que etiquetamos actualmente –por esnobismo los unos, por comodidad los otros y por marketing la industria– como «novela gráfica» no es la adaptación de obras literarias al lenguaje de la historieta (viñetas, bocadillos, etcétera), ni el libro ilustrado, que se presta aún menos a confusión porque no emplea los, interparentéticamente citados arriba, recursos del cómic.
La novela gráfica es un relato extenso y sin límites en cuanto a profundidad o complejidad. Eddie Campbell, el dibujante de From Hell, excelente cómic etiquetado como novela gráfica (pese a que –como muchas grandes novelas del siglo XIX, hoy clásicas– antes de ser publicado en forma de libro apareció «por entregas»), en su manifiesto The Fate of the Artist (está en su sitio web), ve en la novela gráfica una nueva forma de arte, algo que no sorprende a nadie a estas alturas, por otro lado.
Un hito de este auge artístico de la graphic novel fue, obviamente, el Pulitzer otorgado en 1992 al muy célebre y tétrico relato Maus, de Art Spiegelman, tortuosa evocación de la desintegración y la tragedia individuales e históricas que llevó, a los últimos resistentes que tal vez todavía no lo valoraban demasiado, a reconocer en el cómic una de las formas de la literatura.
La etiqueta «novela gráfica», claro está, tiene interés comercial: permite a los libreros poner cómics en los estantes sin parecer frívolos, y a los lectores ojearlos sin parecer incultos. Pero, dicho esto, y pese a ello, el caso es que, fuera del interés mercantil por dar prestigio cultural al cómic, si algo ha permitido a gente como Campbell hablar del nacimiento de un nuevo arte ese algo es la aparición, en los últimos años, de obras ambiciosas e innovadoras que caben cómodamente dentro de la quizá respingona y petulante, pero útil, etiqueta de novela gráfica, con lo cual los amantes de la historieta no podemos sino estar de lo más contentos.
La historia del cómic, desde el siglo XIX hasta hoy, desde las jugarretas de Max und Moritz (Wilhelm Busch, 1865) hasta la previsible, comercial e irritante pero, pese a todo eso (y a sus fans), muy bien lograda «incorrección política» de V de Vendetta (Alan Moore-David Lloyd, 1988), desde la tensa picardía del naciente siglo XX de Krazy Kat –o Krazy & Ignatz– (George Herriman, 1911) hasta, en la otra punta de la misma pasada centuria, la melancolía finisecular, noventosamente sutil, tan grunge en el fondo, de Ghost World (Daniel Clowes, 1993-1997), revela que es uno de los medios de expresión más vivos de este nuestro nuevo milenio.
Y entre los muchos, y muy apetitosos, lanzamientos del 2014, uno de los más deseados es la versión hecha por el conocido dibujante Martin Rowson de una de las más hilarantes, temerarias y complejas novelas de la literatura anglosajona, de ese gran viaje burlesco aparecido –como, invirtiendo un párrafo anterior, muchas novelas gráficas, que aparecen en fascículos antes de formar un libro– por entregas de 1759 a 1767. Sátira llena de la ferocidad de un humor que mata a golpe de carcajadas, y poblada de personajes grotescos e inolvidables. Nos referimos a ese libro raro en el que Lawrence Sterne (1713-1768) pintó al caballero de los largos monólogos –cuyos soliloquios a veces hacen pensar en otro gran irlandés estrafalario, Joyce (parece que no hay irlandeses mentalmente sanos en la literatura, y que solo los hay excelentes)– y la corta nariz.
La vida y opiniones del caballero Tristram Shandy (The Life and Opinions of Tristram Shandy, Gentleman), que recorre los senderos más tortuosos de la vida junto a su extraño tío Toby: perversamente moderna, la novela del gran Sterne hablará sin duda –como, ya en el 2005, bajo la dirección del notable Michael Winterbottom, aprendió a hablar el del cine en A Cock and Bull Story– con salvaje elocuencia el poderoso idioma del cómic.
montserrat.alvarez@abc.com.py