Brindando otra vez con Hermann en el bosque de la noche

El escultor paraguayo Hermann Guggiari nació en Asunción hace ahora noventa años, el 20 de marzo de 1924. «La figura de Hermann Guggiari aparece en la escena de la modernidad paraguaya casi solitaria, no vinculada a ningún movimiento particular, y en paralelo a otros afanes rupturistas», señala, en un artículo del año 2012 la crítico de arte Adriana Almada. Hermann fue hijo del ingeniero Pedro Bruno Guggiari, intendente que cambió el perfil de Asunción al llenar esta ciudad de calles y avenidas arboladas, y de la pianista Ana Brun. «En su imaginario personal, su ser de artista se gestó entre la música del piano de su madre y la arborización de Asunción que realizó su padre cuando era intendente municipal», apunta, en ese mismo artículo, Adriana Almada.

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Hermann estudió ingeniería y escultura en Buenos Aires, en la Escuela Superior de Bellas Artes «Ernesto de la Cárcova». En 1947, durante la Revolución Democrática en contra de la dictadura de Higinio Morínigo, entonces presidente de la República, peleó en las filas de la resistencia, por lo que fue desterrado. Se exilió en Argentina hasta 1954. Posteriormente, bajo la dictadura del general Stroessner, sus ideas le valieron a Hermann Guggiari la marginación cultural y el apresamiento en varias ocasiones. En su escultura Monumento a los Luchadores por la Libertad, las rejas de una cárcel son rotas en la vieja y eterna pelea humana contra todas las formas de opresión. «Desde la periferia que es Paraguay, nuestro escultor ha venido construyendo, cual espejo de su vida, una obra original, repleta de fuerza y poesía. Atento a su tiempo, esta conexión lo llevó a pensar plásticamente formas con que celebrar vitalmente o protestar contra el tiempo infame, “cuando uno era feliz y no se sabía”», decía en un artículo del año 2009 el crítico Fernando Moure.

Hermann Guggiari fue uno de los fundadores del Museo de Arte Moderno de Asunción en 1965, fundador y primer presidente del Centro de Escultores de Paraguay y fundador, en 1970, de la Feria del Bosque de los Artistas.

«En el cruce de las avenidas España y General Santos, junto a un solar ocupado por una firma comercializadora de automóviles, el arte tiene, desde hace más de un cuarto de siglo un santuario en el que se refugia. Un lugar en el que la belleza preside el paso de las horas, el tránsito fugaz del hombre por la vida. Es un lugar –un templo podría ser, tal vez, una definición más precisa– en el que la naturaleza y la cultura se confunden en un todo confuso y, a la vez, maravilloso, un caos cargado de sentido y poblado de misterio. El sancta sanctorum de este templo, pacientemente edificado por Hermann Guggiari a lo largo de tantos años lo constituye un extraño y gigantesco árbol que levanta su estatura sobre los tejados de las casas y que rodea su tronco de escaleras o deja descolgar de sus ramas extrañas figuras trabajadas en acero y hierro. La materia mineral, modelada por las manos del artista, se encarna así, en forma de cruces, de estrellas o planetoides, en vida vegetal, trastocando, por milagro del arte, las leyes de la naturaleza», decía la crítico de arte Vicky Torres sobre el Bosque de los Artistas  (Vicky Torres, Ars Longa, Arandurã, Asunción, 2004).

El Bosque de los Artistas era en realidad la propia casa de Hermann Guggiari, y su taller. En la avenida España, casi General Santos, en pleno centro del tráfico de Asunción, vivía y trabajaba Hermann como un habitante del bosque. Así lo describieron las palabras de la crítico de arte Luly Codas en la presentación del libro-catálogo Hermann Guggiari, editado por Javier Rodríguez Alcalá y Gabriela Zuccolillo, en el 2008: «Escultor-ecologista, sus esculturas parecen muchas veces creaciones de la propia naturaleza por la manera como invaden el espacio y se funden con ella».

Allí se celebró cada año, desde 1970 hasta 1995, la Feria del Bosque de los Artistas, un espacio abierto a las propuestas de todos los creadores, tanto noveles como consagrados, con exposiciones de pintura, escultura y artes visuales en general, festivales de música, lanzamientos de libros y funciones de teatro.

«En una ciudad cuya arquitectura se definía por casonas abiertas a los jardines tropicales y el ornato de paredes y cornisas, Hermann prefirió experimentar (y hacer experimentar a su familia) las cualidades de un nuevo tipo de vivienda, esférica, semienterrada, con módulos dispuestos e intercomunicados en medio de la vegetación», describe el Bosque Adriana Almada en el mismo artículo antes mencionado.

El Bosque de los Artistas era un punto de encuentro, intercambio y debate entre amigos y amantes del arte y de las ideas. El crítico Fernando Moure hablaba de ambos, del bosque y de su habitante, Hermann, en ese artículo del año 2009, como dos partes de la misma libre e irrestricta atmósfera: «Guggiari es una persona que basa su grandeza en la modestia, un artista reconocido por colegas, críticos y público. Es un hombre que hasta hoy continúa fiel a su libertad, que se permite ser tierno bajo esa apariencia de guerrero; pasional y a la vez relajado, como las plantas salvajes que invaden su casa y su hermoso jardín... y que ojalá nunca, nunca se corten».

«Dos han sido –señalaba, en ocasión de la primera retrospectiva de Hermann, inaugurada en noviembre de 2004, la crítico de arte Vicky Torres en su columna del diario ABC Color– los objetos a los que ha dedicado la casi totalidad de sus esfuerzos: el mundo percibido como realidad ineludible que somete al ser humano a la férula de la necesidad y sus consecuencias; y el mundo como espacio de libertad y de realización individual y colectiva, un mundo ideal imaginado como utopía».

En medio de esa realidad ineludible, a modo de imaginario espacio ideal, en el Bosque de los Artistas se escribió una de las páginas más felices y generosas de la cultura paraguaya. En palabras de Hermann: «Todos pasaron por la feria: los Novísimos, Ángel Yegros, Pratt Mayans, Rasmusen, Margarita Morselli y tantos otros. Eran premiados en la feria, y de ahí se volvían conocidos. El jurado era de todos los sectores y de muy buen nivel: Olga Blinder, Josefina Plá, Livio Abramo, Edith Jiménez, todos participaron y no había sectarismos» (Gabriela Zuccolillo y Javier Rodríguez Alcalá: Hermann Guggiari. Centro Cultural de la República El Cabildo y Fondec, Asunción, 2008).

«Fue –dice de Hermann Guggiari, en el artículo antes citado, Adriana Almada– una de esas raras personalidades que, sin instalar preceptos o desarrollar, generan ambiente, tienen la cualidad de abrir espacios y crear momentos propicios para el acontecimiento. Este ha sido el espíritu del Bosque de los Artistas, la feria que organizó ininterrumpidamente durante 25 años, de la que emergieron nombres clave de la plástica paraguaya».

«Sin duda, Hermann Guggiari es no solo el gran exponente de la escultura paraguaya, sino el pionero de su modernidad», apuntaba el crítico de arte y escritor Ticio Escobar en su Breve reflexión sobre la obra de Hermann Guggiari, de enero del 2012.

«La potencia de su escultura –proseguía Ticio Escobar en la Breve reflexión…– asume las posibilidades matéricas y formales del metal: el hierro o el acero, elementos duros, formas que aspiran a lo incorruptible y la trascendencia, son lacerados y abiertos en su interior mediante un movimiento preocupado siempre por mentar la condición concreta de la existencia humana, y obsesionado por aquella irrenunciable utopía que asume las condiciones del tiempo y la destrucción para sostener empecinadamente los valores éticos de la libertad».

Hermann tuvo ocho hijos, de los que viven siete; cuatro son, también, artistas. Su esposa, doña Deidamia, se le adelantó varios meses: murió el 25 de enero del 2011. Hermann Guggiari llevaba, pues, viudo casi un año cuando, en su ciudad natal, Asunción, harto de no poder entender nada de este mundo sin la sonrisa paciente de su compañera de toda la vida, dio un portazo y se marchó, gruñendo, a buscarla el primero de enero del año 2012.

La noche de este pasado jueves 20 de marzo, fecha de su cumpleaños, reunió por igual a los vivos y a los muertos en aquel lugar feliz, y los espíritus del Bosque de los Artistas brindaron para convocarlo. Su obra ha vencido a la muerte. Ars longa, vita brevis.

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