Breve historia del Paraguay (1811-2011) de Víctor-Jacinto Flecha

Víctor-Jacinto Flecha es poeta, sociólogo, investigador, un hombre de letras; en síntesis: un verdadero intelectual que ha crecido sin cesar. En efecto, su ascenso ha sido un factor clave en la configuración cultural del Paraguay de hoy. Visto desde su larga perspectiva literaria y periodística, es —en muchos sentidos— un protagonista relevante. Es cierto que como intelectual ha afirmado su derecho de contribuir con la sociedad desde un primer momento. Era y es una suerte de custodio de la cultura, de todas las artes, ya fuese en décadas pasadas o en la actualidad. Siempre fue un espíritu libre, un aventurero de la mente, un mentor.

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Ya que hablamos del intelectual, antes de entrar de lleno en materia, de comentar el libro de Víctor-Jacinto Flecha que hoy nos ocupa, permítanme hacer una breve disquisición histórica. Como todos saben, con la decadencia del poder eclesiástico en el siglo XVIII surgió un nuevo tipo de mentor para llenar el vacío y atraer la atención de la sociedad. El intelectual laico podía ser deísta, escéptico o ateo, pero estaba tan dispuesto como cualquier pontífice o presbítero a decirle a la humanidad cómo manejar sus asuntos. Desde el primer momento proclamaba una devoción especial por los intereses de la humanidad y un deber evangélico de promoverlos por sus enseñanzas. Aportaba a esta tarea que se adjudicaba a sí mismo un enfoque mucho más radical que sus predecesores religiosos. No se sentía atado por ningún cuerpo de religión revelada. La sabiduría colectiva del pasado, el legado de la tradición, los códigos prescriptivos de la experiencia ancestral existían para ser seguidos selectivamente o para ser rechazados en su totalidad, según decidiera su propio sentido. Por primera vez en la historia humana, y con confianza y audacia crecientes, los hombres se alzaron para afirmar que podían diagnosticar los males de la sociedad y curarlos con el uso solo de su propio intelecto; más aun, que podían idear fórmulas por las que no solo la estructura de la sociedad sino también los hábitos de los seres humanos podían ser transformados para mejor. A diferencia de sus predecesores sacerdotales, no eran servidores e intérpretes de los dioses, sino sus sustitutos. Su héroe era Prometeo, que robó el fuego celestial y lo trajo a la Tierra.

La historia del Paraguay

El libro de Víctor-Jacinto Flecha que hoy comentamos se titula Breve historia del Paraguay (Asunción: Fondec, 2012, editado por Servilibro), poco después del marco de la celebración del Bicentenario, y toma el período comprendido entre 1811 y 2011, centrándose de modo específico en los doscientos años de vida independiente y enfocando su mirada de modo panorámica de la consolidación de la República paraguaya.

Su libro trata de la historia. Y la mayoría de los libros de historia —algunos buenos y otros malos— casi siempre son aburridos, mal escritos y llenos de citas al pie de página. Nuestro autor ha saltado felizmente esas vallas tan comunes en el camino de los historiadores.

Sobre historia, repito, han escrito de manera mediocre tantos escritores. Yo quiero referirme a unos pocos, a los que escribieron de forma brillante, de modo específico a Jacinto Flecha. Primero me referiré a Montaigne, que dedica uno de sus ensayos al libro. En ese ensayo hay una frase memorable: “No hago nada sin alegría”. Montaigne apunta a que el concepto de lectura obligatoria es un concepto falso. Dice que si él encuentra un pasaje difícil en un libro, lo deja; porque ve en la lectura una forma de felicidad.

Recuerdo que hace muchos años se realizó una encuesta en Buenos Aires sobre qué es la pintura. Le preguntaron a Norah, la hermana de Borges, y ella contestó que la pintura es el arte de dar alegría con formas y colores. Yo diría que la literatura es también una forma de la alegría. Si leemos algo con dificultad, el autor ha fracasado. Por eso considero que un escritor, un historiador, ha fracasado esencialmente, porque su obra requiere un esfuerzo.

Un libro no debe requerir un esfuerzo (aunque sea de historia, novelas o cuentos), la felicidad no debe requerir un esfuerzo. Pienso que Montaigne tiene razón. Y el libro Breve historia del Paraguay, de Víctor-Jacinto Flecha, está escrito de forma sencilla, directa, poderosa, en verdad apasionada, lo que hace que sus concepciones parezcan tan vívidas y frescas, y llegarán por eso —estoy seguro— a hombres y mujeres con el impacto de una revelación; especialmente es una suerte de “homenaje a la juventud paraguaya, que gracias al proceso histórico de los últimos 22 años, creció y se desarrolló en un clima de libertad sin el sentido de opresión que vivieron sus padres y abuelos”, declara el autor en la presentación y continúa: “Razón en más de acercarle un libro que estudiase todo el devenir de la patria en los últimos 200 años”.

Por ejemplo, Emerson coincide con Montaigne en el hecho de que debemos leer únicamente lo que nos agrada, que un libro tiene que ser una forma de felicidad. Les debemos tanto a las letras. Aprovecho para decir a los jóvenes —ya que en cierto modo este libro va dedicado a ellos—, a los estudiantes que tengan poca bibliografía, que no lean críticas, que lean directamente los libros; entenderán poco, quizá, pero siempre gozarán y estarán oyendo la voz de alguien. Yo diría que lo más importante de un autor es su entonación, lo más importante de un libro es la voz del autor, esa que llega a nosotros. Pienso que el libro es una de las posibilidades de felicidad que tenemos los hombres.

“Se distingue por su llaneza”

El libro tiene todavía hoy, a pesar de internet y de los teléfonos celulares, cierta santidad que debemos tratar de no perder. Tomar un libro y abrirlo guarda la posibilidad del hecho estético. Como sucede con Breve historia del Paraguay. ¿Qué son las palabras acostadas en un libro? ¿Qué son esos símbolos muertos? Nada absolutamente. ¿Qué es un libro si no lo abrimos? Es simplemente un cubo de papel y cartón, con hojas; pero si lo leemos ocurre algo raro, creo que cambia cada vez.

Heráclito dijo —lo he repetido demasiadas veces— que nadie baja dos veces al mismo río. Nadie baja dos veces al mismo río porque las aguas cambian, pero lo más terrible es que nosotros somos no menos fluidos que el río. Cada vez que leemos un libro, el libro ha cambiado, la connotación de las palabras es otra. Además, los libros están cargados de pasado. Y el libro de Víctor-Jacinto Flecha está cargado de pasado. Es natural puesto que habla de historia.

Pongo otro ejemplo antes de entrar de lleno en el libro que nos ocupa. Cito a Borges: “Si leemos un libro antiguo es como si leyéramos todo el tiempo que ha transcurrido desde el día en que fue escrito y nosotros. Por eso conviene mantener el culto”. El libro puede estar lleno de erratas, podemos no estar de acuerdo con las opiniones del autor, pero todavía conserva algo de sagrado, algo divino, no con respecto supersticioso, pero sí con el deseo de encontrar felicidad, de encontrar sabiduría.

La influencia más patente del libro que comentamos —me atrevería a afirmar— se da en la órbita del estilo. Los asuntos, los temas y, por así decirlo, el estilo literario que cultiva le dispensarán muchos lectores, pero su gravitación realmente intensa se manifiesta en el plano de la forma, de lo sociológico. El rápido movimiento de los períodos, el ceñido enfilamiento de vocablos, la constante audacia significativa o sugestiva de los verbos, el persistente manejo de la historia, la singular disposición de épocas —que se potencian y llenan de sentido para ilustrar los tiempos—, el empleo de un lenguaje —voy a repetirme— que sin dejar de ser puro se distingue por su llaneza; la reducción de esos pesados nexos mecánicos que, como es forzoso, no despiertan imágenes ni pueden rozar nuestra efectividad expectante: he aquí algunos de los hábitos expresivos que Víctor-Jacinto Flecha establece en nuestra República histórica-literaria.

Desde diversos ángulos —tanto por las materias que asume como por el estilo a que las somete— inspirará y determinará seguramente a numerosos historiadores. Nos asiste razón, en consecuencia, para afirmar que su voz no carecerá de eco.

Breve historia

Breve historia del Paraguay no es un libro solamente de historia política, sino que intenta abarcar con una mirada totalizadora, en la medida de lo posible, el desarrollo histórico acontecido en los dos siglos. En el Paraguay independiente emergieron cuatro sistemas socio-políticos, cada uno con su respectiva forma de Estado. Creemos que esas diferentes formas estatales, antes que entes nacidos por generación espontánea o voluntad de una élite política, son expresiones de un proceso social históricamente determinado, son resultados de una constelación de relaciones económicas y relaciones sociales, étnicas y geográficas, políticas, ideológicas y culturales, que vienen del pasado y hacen al presente. “Hemos intentado relevar —dice el autor— no solo los aconteceres, sino dar una explicación del porqué de las cosas, dándole importancia al recorrido de los hechos en la construcción de cada momento concreto, ya que ello es fruto de su propia historia y de sus propias contradicciones”.

Breve historia del Paraguay está dividido en cuatro capítulos, de acuerdo a los sistemas socio-políticos que imperaron en el Paraguay, teniendo presente que los diferentes factores que intervinieron en la conformación de cada uno de estos sistemas dejaron en ellos su marca, de acuerdo a la fuerza con que han actuado.

Víctor-Jacinto Flecha, hombre inquieto y calvo como un Buda, que desde el último patio de su casa mira unos atardeceres casi agrestes, vive en un barrio de Lambaré y gusta poco de la calle. A veces, en medio de sus múltiples plantas y árboles, entre los que espera el segundo crepúsculo, luego de convocar a sus amigos, prepara un asado y da de comer a su perro Atila. Escribe sus libros y suele intentar de nuevo la poesía, pero las pruebas de galera de Breve historia del Paraguay, que corrige, lo tienen atado.

Una vez más hacemos memoria de las opiniones y pareceres que oímos de labios de Jacinto Flecha a lo largo de muchos diálogos animosos. Una parte considerable de nuestra reconstrucción corresponde a esos momentos de corrección, pero es evidente que no seguimos aquí un orden estrictamente cronológico. Nos libramos a los azares del recuerdo y del olvido, proceder que justamente por antimetódico acaso permite recuperar la fluidez y el sabor de una conversación que se renueva a través de muchos días. Jacinto Flecha (ese doctor Johnson sudamericano de quienes somos el atento Boswell) acuña juicios y observaciones sin recurrir a énfasis alguno, como si buscara con inocencia —ajeno a los efectos que originan sus palabras— el esclarecimiento de una cuestión que le preocupa. El tono y el ritmo entrecortado de sus frases dejan la impresión de que está pidiendo excusas por cuanto dice. Se advierte que escapa de la retórica y disimula sus aciertos.

Ahora que el libro está editado, que ha salido a la luz y con críticas laudatorias —no teníamos ninguna duda de que así fuera— le preguntamos si está contento con su libro. Víctor-Jacinto Flecha habla:

—Estoy contento, feliz. Me costó mucho trabajo escribirlo. Quería escribir un libro sencillo, que lo pueda leer cualquiera, pero que no perdiera su rigor histórico. Le di una mirada desde la sociología, desde la perspectiva amplia de dicha disciplina. Los libros de historia que conozco y que he leído no lo han enfocado desde este ángulo que, para mí, es muy importante. Yo le doy a la parte de 1811 al 2011 una luz inédita, lo digo sin pedantería, haciendo una síntesis apretada y original esquivando el carácter enciclopédico.

La angustia

No podemos dejar de citar al lúcido escritor Guido Rodríguez Alcalá, que dice: “Tomando partido por la interpretación sociológica, Flecha divide la historia del Paraguay en cuatro períodos: la Independencia (1811-1870), el Estado liberal (1870-1936), el Estado militar (1936-1989) y el Estado democrático (1989-2011). Y esta división, por lo demás justificada, nos lleva a otra permanente discusión histórica: ¿con qué criterio se divide la historia en períodos? Es una discusión interminable, y solo hay unanimidad en esto: sin dividirla en períodos es imposible estudiar la historia. Naturalmente, siempre cabrá o faltará algo en cualquier periodización”. (Última Hora - Correo Semanal, sábado 16 de febrero de 2013).

Por lo demás, siempre que se habla de historia, Jacinto Flecha se limita a decir que le gusta no traicionar la rigurosidad histórica ni caer en más de lo mismo. Acaso se trate de una actitud de su rigurosa formación académica y que ahora reitera, con alguna originalidad, de manera brillante. No se esfuerza por conocer el orbe puramente formal de la historia, sino la veracidad y el esclarecimiento. Dice con convicción: “Escribir es mi pasión y la historia me invita a investigar hasta llegar a límites nunca alcanzados. Acaso sea una pedantería de mi parte pretender algo así”.

Nos hallamos ante un investigador que hace confianza en el trabajo metódico. Más aun: la voluntad de conseguir la verdad y enseñarla es asombrosamente fuerte en él. Acaso intuye que esas búsquedas —cuyos beneficiarios, como es fatal, nunca alcanzan a ver la luz— son las únicas que conceden justificación y sentido a su vida. Así, las experiencias mudadizas y vanas que traen los años estarían referidas a un centro fijo, a una razón trascendente. En mayor o menor grado, de modo voluntario o involuntario, todos los hombres buscan su identidad, su inescrutable raíz. En Jacinto Flecha, ese empeño inquisitivo, esa apetencia óntica, ese afán que lo lleva a indagar en la historia, está regido por una fuerza intensa que no excluye la angustia. Hace poco, en el curso de una conversación nocturna, mientras tomábamos café en un conocido lugar de Buenos Aires, le enumeré algunos de los libros que él había consultado para escribir el suyo, una vasta bibliografía. En un trabajo como Breve historia del Paraguay —dijimos— ameritaba consultar más de un centenar de libros, amén de decenas de archivos, diarios y revistas. Quedé perplejo. En tono cansado, como sacándose un peso de encima, dijo: “Quizá tendría que haber consultado más libros por más que mi libro sea pequeño, de pocas páginas… Aunque cuatrocientas páginas no es poco”. Pero este caso de falta no dejó de preocuparlo. Esa misma noche, en otro momento del diálogo, nos dijo: “El escritor nunca está conforme con su libro, y menos que menos con un libro de historia. Ahora ya está en la calle, en manos de los lectores, ahora le toca defenderse solo…”.

Desafíos del Bicentenario

Estima —repite— que los libros de historia son en su mayoría pesados, mal escritos, enciclopédicos. No subordinan —dice Flecha— la veracidad a las historias, sino que abundan en pormenores de batallas cuya justificación el lector espera en vano. Las noticias biográficas solo tienen sentido y razón de ser cuando están sustentadas por el pensamiento o los actos del biografiado. En función de sus trabajos se justifican sus días. Sin embargo, los libros de historia paraguaya, por ejemplo, nos dicen todas las fechas, batallas y amoríos de los protagonistas, pero casi nada del porqué, del cómo, del cuándo. Nos informan sobre las fechas ordenadas cronológicamente, pero prescinden de lo humano, de la verdad sin partidismo, que es justamente lo que puede respaldar todo género de referencia o noticia.

Piensa de los historiadores

La historia la escriben los vencedores y nunca es objetiva en un ciento por ciento. El autor siempre se inclina para un lado o para otro. Yo me inclino para el lado de la justicia, de la verdad, de la objetividad. Trato, procuro, hasta donde puedo, de ser verás, auténtico. No quiero que mi obra esté teñida de tintes políticos.

Hace veinte o treinta años, debido a tantos años de dictadura militar, el problema de los derechos individuales, el problema de la libertad misma, presumiblemente no eran o no tenían la fuerza que hoy tienen. La cuestión de los derechos, por ejemplo, está profusamente promocionada. O la problemática de la mujer que ya ha ganado, en la concepción de lo social y lo político, un ensanchamiento bastante grande, comparado con el ayer.

Con precisión y lucidez, Jacinto Flecha reflexiona en su libro

Lo mismo se pudiera afirmar de la problemática de la juventud. El tema indígena es por sí demostrativo, la Constitución Nacional actual reconoce que la sociedad paraguaya es multiétnica y otorga derechos especiales a las minorías étnicas, entre ellas la de los indígenas. En la década del 50 e inclusive un poquito después, todavía existían “cazas de indios” y la venta de los niños indígenas como esclavos. O el problema del idioma guaraní mismo, anteriormente combatido y desterrado hoy es uno de los idiomas oficiales. Y no hablemos de otros derechos, como ser el de ciudadanos, comunitarios, sindicales, opción sexual, etc. Estas cuestiones son solo pocos ejemplos de cómo ha cambiado la sociedad paraguaya.

De Quincy escribe que la historia es una disciplina infinita o, a lo menos, indefinida, ya que los mismos hechos pueden combinarse, o interpretarse, de muchos modos. Esta observación data del siglo XIX; desde entonces, las interpretaciones han crecido bajo el influjo de la evolución de la psicología y se han exhumado culturas y civilizaciones insospechadas. Ahora Víctor-Jacinto Flecha agrega la sociología para encararla, y me atrevería a afirmar que su obra seguirá incólume y es verosímil conjeturar que no la tocarán las vicisitudes del porvenir. Dos causas colaboran en esta permanencia. La primera, y quizá la más importante, es de orden estético; estriba en el encanto, que, según Stevenson, es la imprescindible y esencial virtud de la literatura. La otra razón estribaría en el hecho, acaso melancólico, de que al cabo del tiempo el historiador se convierte en historia y no solo nos importa saber cómo era el campamento del Mariscal López, sino cómo podía imaginárselo un paraguayo del siglo XXI. Épocas hubo en que se leían las páginas de Arturo Bray en busca de precisiones; hoy las leemos en busca de su estilo literario, y ese cambio no ha vulnerado la fortuna de Bray. Para Víctor-Jacinto Flecha, no ha llegado aún ese día y no sabemos si llegará.

Leer Breve historia del Paraguay (1811-2011) es internarse y venturosamente perderse en una especie de novela, cuyos protagonistas son las generaciones humanas, cuyo teatro es el Paraguay y cuyo enorme tiempo se mide por guerras, revoluciones, dictaduras, tropelías y tormentos, prisiones, destierros y ultrajes hasta llegar a la tan ansiada democracia. No diré que es el mejor libro de historia; las afirmaciones categóricas no son caminos de convicción, sino de polémica. Diré, sí, que es un libro ejemplar, ya que cuenta nuestra historia de otra manera y mejor.

armandoalmadaroche@yahoo.com.ar

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