Bravo mundo nuevo

La llegada de un atípico presidente nº 45 a la Casa Blanca, explica en este ensayo el periodista y analista político internacional Alfredo Grieco y Bavio, consagra y condensa un cuarto de siglo de transformaciones sociales en Estados Unidos. El septuagenario Donald Trump es el hijo nacido de apuro de esos cambios, no su padre.

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Confundir los efectos con las causas es un pasaporte seguro para extraviarse en el presente hasta el embotamiento, pero al mismo tiempo es un método certificado para llevarse bien con los contemporáneos. Con los que nos señalan que anteayer, viernes, con la jura en Washington del republicano independiente o indiferente Donald Trump como cuadragésimo quinto presidente de Estados Unidos, ese país y aun el mundo han iniciado una metamorfosis tan novedosa como inquietante. Es exactamente al revés. Un megamagnate massmediático ganó las internas partidarias primero y la presidencia después porque Estados Unidos y el mundo ya habían cambiado.

SURFEANDO ARRIBA DE LA OLA MÁS GRANDE

Trump presidente parece resultado inevitable de cambios ya cumplidos, e irreversibles. La rivalidad electoral de sus adversarios se convirtió en gárrula, gratificante, belicosa hostilidad. Con una inconsecuencia intelectualmente humillante, los vencidos, que votaron por la candidata demócrata derrotada, Hillary Clinton, se manifiestan en sus marchas del orgullo para gritar lo obvio, que «Trump no es mi presidente». Es cierto. No es el de ellos, jóvenes estudiantes universitarios, profesionales treintañeros o cuarentones, trabajadores de cuello blanco, ideas progresistas y costumbres relajadas que viven en entornos suburbanos o urbanos que han gentrificado y museificado sus lodos. Es el presidente de la mayoría.

En las elecciones del martes 8 de noviembre el candidato republicano quedó consagrado presidente: ganó más electores que su rival demócrata. En Estados Unidos, las presidenciales se han celebrado sin discontinuidad cada cuatro años desde el siglo XVIII. Desde George Washington, el agricultor que tomó las armas por la independencia, el presidente Número 1 de la república federal, el que está en cada billete de 1 dólar.

Los militantes anti-Trump, movilizados en algunos de los centros urbanos más civilizados del mundo, que son demócratas, pidieron civilizadamente permiso para protestar –¡concedido!– a autoridades locales demócratas. Que abandonaron sus oficinas municipales demócratas (y los civilizados trabajos que tuvieran entre manos) para ir a militar en las calles que ellas mismas autorizaron con los peticionantes de esos espacios para protestar. Contra Trump, que encarna el Mal. Poco a poco, advierten que el vencedor de las elecciones presidenciales no es un manipulador, ayudado por los rusos, que ha generado trampas e impulsado conspiraciones. Su superioridad es apenas intelectual: ha reconocido el cambio, y ha sabido surfear esa ola. No en vano uno de los grupos de rock que tocaron en su asunción fueron los míticos Beach Boys.

NO ES FASCISMO, ES HARTAZGO

Los votantes de Trump son más pobres y menos instruidos que los que votaron por la esposa de Bill Clinton. Es cierto. Pero lo de ellos no es primitivismo, nativismo, populismo, aislacionismo. Es hartazgo. Proletarios de overol de cuello azul, hartos de la lección a los desposeídos que escuchaban día y noche de las élites políticas de Washington, de los medios, de Hollywood, de las corporaciones de la educación y la salud. Durante los meses que duró la campaña, fueron rutinariamente tratados de analfabetos, rústicos, racistas, xénofobos, misóginos, homofóbicos, transfóbicos, supremacistas blancos, violentos, irracionales.

¿Cómo iban a responder antes de las elecciones, cuando les preguntaban por su intención de voto, que iban a votar por Trump? ¿Cómo iban a responder, el jueves, en vísperas de la asunción, que estaban contentos con Trump? Si la pregunta venía formulada con rigor por jóvenes señoritas o señoritos encuestadores y sondeantes, que les harían pasar un mal trago, puritanos y fundamentalistas que son, si decían lo que pensaban.

EL DESDÉN CON EL DESDÉN

Indetenible, la ola del cambio colocó en la Casa Blanca a un empresario multimillonario y especulador, sostenidamente aplaudido capo cómico de suculentos talk-shows y tele realities. Fue votado por la ciudadanía que repudia a las élites, que ha sufrido la inequidad del sistema, que ha quedado fuera de los elogiados beneficios de la globalización y que descree de lo que le dicen los medios y el sistema de educación nacional, a cuyas instituciones superiores por otra parte no puede, y en algunos casos ni siquiera quiere, acceder.

Trump atacó a Hillary Clinton como desconfiable, mentirosa, fraudulenta, falsa abogada de provincia, incapaz, corrupta, esposa que capitaliza a su esposo Presidente inmoral corruptor de pasantes en el Salón Oval de la Casa Blanca. Casi todo esto es verdad.

LA PRENSA CANALLA

Desde los diarios elitistas de la costa Atlántica, como el New York Times o el Washington Post, a las revistas y foros on-line de Silicon Valley y la costa del Pacífico, las cadenas de noticias jamás interrumpieron su denigración del candidato y sus partidarios. Su parcialidad era abierta, aunque sin usar ese nombre. De ahora en más, sus denuncias solo convencerán a los conversos. La mayoría solo creerá a Fox News y a oscuros pero prósperos websites calculadamente conspiranoicos de la nueva derecha.

El gigantesco sistema de espionaje y contraespionaje norteamericano ya está librando guerras intestinas sin piedad ni cuartel. En la que sigue siendo la primera potencia industrial y militar del mundo, los servicios de seguridad son decenas, y las relaciones entre ellos son horizontales, verticales y diversamente transversales. Si ya en períodos de rutinaria institucionalidad hay entre ellos conflictos y competencia –incluso estimulados desde su creación, con la creencia de que competir mejora el rendimiento–, en la actualidad la «guerra fría» entre ellos parece recalentarse.

AL CRISOL DE RAZAS SE LO LLEVÓ EL VIENTO NORTE

En las crisis, los migrantes cargan culpas. A veces, la xenofobia tiene un móvil racional, por antiético, antipolítico y, finalmente, antieconómico que sea. Si China, si el sudeste asiático, si la globalización, quitaron trabajo al proletariado porque fabricaban más y más baratos bienes, los migrantes orientales, que califican mejor en los empleos y la educación, quitan puestos de trabajo en el mercado laboral interno de Estados Unidos. Esto, en la franja superior de la clase media. En la franja inferior, los migrantes mexicanos, centroamericanos, haitianos, africanos, dispuestos a trabajar en negro y por pagas mínimas, también quitan empleos. En suma, muro, control, búsqueda de antecedentes, expulsión y deportación producen lo que buscan: los barrios están más limpios, los trabajadores «auténticos» tienen despejado, a su favor, el mercado. Las consecuencias a mediano plazo, obviamente, están por verse. El Washington Post, enemigo declarado de Trump, publicó un análisis según el cual el TLC de 1994 generó pobreza (y migrantes) en varios bolsones agropecuarios de México. Sin TLC, ¿menos pobreza mexicana, menos desesperada migración económica? No es en absoluto seguro, pero se verá. También se limitará radicalmente la «importación» de cerebros. No más analistas de sistemas de la India. El Times of India publica: mejor para nosotros.

LA VICTORIA FINAL SOBRE EL NEO-LIBERALISMO

Los océanos de tinta y de saliva gastados en denunciar al neo-liberalismo dieron fruto. Trump ataca con una furia verbal todavía mayor al libre comercio y a la globalización, que tantos males trajeron al proletariado blanco norteamericano, que le cambiaron para siempre su estilo de vida.

A la caída de los tratados multilaterales le seguirá un bilateralismo oportunista, con China, con Argentina, con Sudáfrica, con quien convenga, en horizontes menos extensos pero más intensos. Los tratados de libre comercio, de los que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA es la sigla en inglés) con México y Canadá, que entró en vigor en 1994, es el más importante, incluyen, previsores, cláusulas que permiten a Washington su fácil rescisión.

NUNCA MÁS INVASIONES MILITARES

Trump es también la respuesta a las plegarias de todos cuantos escarnecieron por un siglo la política exterior norteamericana. El ciclo que se inició en 1917 cuando Estados Unidos salió de su aislacionismo americano para intervenir decisivamente en favor de las democracias occidentales en la Primera Guerra Mundial se cierra puntualmente cien años después. La intervención militar, la «exportación de la democracia», la generación por la fuerza de un «cambio de régimen» en países sin sistema electoral multipartidario, que marcaron los dos períodos del último presidente correligionario de Trump, el republicano George W. Bush –que abrió dos frentes bélicos con invasiones en Afganistán y en Irak–, llega a su fin. Trump no quiere que Estados Unidos sea el gendarme del mundo.

Esto no significa, por cierto, el final del Estado industrial-militar. Lo que quiere Trump es alquilar los servicios, cobrar por los sistemas de Defensa, vender armas y tecnología y experticia. La Unión Europea y la OTAN ven apagarse el activismo del socio antes más guerrero. Para remplazarlo por el marketing de un CEO mercenario.

* Periodista y analista político

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