Brahms, el progresista

“Jamás olvidó las hermosas melodías populares, la loca, trágica alegría de las canciones de juerga...”

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Si en un mismo concierto se presentan una obra de Brahms y una de Richard Strauss, lo más fácil es creer que el desafío principal debe estar en la segunda. Es natural; a mediados del siglo XIX, la música centroeuropea se divide: por un lado, Brahms y la gran tradición clásica; por otro, Wagner y la disolución de la tonalidad postulada como música del futuro. Al llegar el siglo XX, los wagnerianos parecen haber triunfado. ¿El dodecafonismo de Schönberg acaso no les da la razón? Pero entonces, ¡sorpresa!, el mismísimo Schönberg escribe su célebre artículo Brahms, el progresista. Comienza así: “Es el propósito del presente ensayo demostrar que Brahms, el clásico, el académico, fue realmente un gran innovador, sí, un progresista en el ámbito del lenguaje musical”.

Y enseguida se pone a analizar obras de Brahms y a demostrar que en ellas está el germen de la variación continua, arquitectura musical que Schönberg ve también como suya propia y que es la de un edificio en permanente construcción. Edificio que a Brahms le costó levantar, por su extremo perfeccionismo, que lo obligaba a destruir casi siempre gran parte de lo que componía.

Aunque hubo excepciones (como la del musicólogo Eduard Hanslick, que defendió la música de Brahms como autorreferencial, autónoma respecto de todo programa literario o glosa), la estética de Brahms fue condenada durante mucho tiempo como conservadora y reaccionaria. Sin embargo, para Schoenberg, como expone en este artículo, esta música integra las innovaciones de su tiempo y la tradición en una continuidad que convierte a Brahms en el verdadero exponente del avance en la música a través de lo que Schönberg llama variación progresiva. Schoenberg invierte la opinión común: la música del hamburgués Brahms no solo no es reaccionaria sino que, por el contrario, encarna el auténtico progreso artístico; Brahms, para Schönberg, liberó la composición de sus últimas restricciones.

Visto así, no es de extrañar que Brahms haya sido tal vez el músico favorito de un filósofo tan innovador y audaz como Ludwig Wittgenstein. Y tal vez también el de un escritor tan original y preciso en sus preferencias como Jorge Luis Borges.

Johannes, el hijo de Johann Jacob Brahms, un apuesto y disoluto músico que se ganaba la vida tocando en los bares el contrabajo, el violín, la flauta, el corno y el violonchelo, y de Christiana Nissen, costurera, en ese momento de 44 años (17 años mayor que el padre, dato curioso), nació en Hamburgo el 7 de mayo de 1833. Era la suya una familia modesta, que vivía en la casa de la abuela materna, en el humilde barrio de Gängeviertel. Johannes creció en medio de la música, de las alegrías, a veces dolorosas y terribles, de la noche, y del duro pan de los trabajadores. Jamás olvidó las hermosas melodías populares, la loca, trágica alegría de las canciones de juerga, los bailes proletarios de bar y de burdel, las ardientes danzas campesinas, húngaras, gitanas; son parte fundamental de lo mejor de su obra. Más tarde, entre sus mejores amigos estuvieron el desdichado genio Robert Schumann, que perdió la razón, su mujer, la pianista Clara Wieck Schumann, y Joseph Joachim, el gran virtuoso del violín de la época. Brahms nunca se casó. No tuvo hijos. Se dice, hipótesis bastante bien fundada, que amó sin esperanza a Clara, la esposa de su amigo Robert. Tuvo varias aventuras con jóvenes cantantes y trato habitual con prostitutas. Brahms bebía mucho, cerveza y vino, sobre todo, y solía llevar entre los dedos un enorme cigarro. Brahms murió de cirrosis en 1897. Un momento antes, bromeó: “Qué mala suerte, morirme sin probar ese vino que acababan de enviarme”.

WITTGENSTEIN Y BRAHMS

En la rara vida del extraordinario filósofo vienés Ludwig Wittgenstein la música era, por así decirlo, inevitable. Él tocaba el violín. Todos en su familia tenían conocimientos musicales. Su hermano Paul brilló como concertista de piano, aun después de perder el brazo derecho en la guerra (para él Ravel y Prokofiev, entre otros, compusieron conciertos para la mano izquierda). Sus abuelos adoptaron a un niño de doce años que sería después el violinista y compositor Joseph Joachim (el futuro amigo de Brahms antes mencionado). Y enviaron a Joseph Joachim a estudiar con Mendelssohn. Y existía una amistad familiar con Johannes Brahms. Brahms era el profesor de piano de dos tías de Wittgenstein. De hecho y con esto dejo de enumerar los factores musicales en la vida de Wittgenstein para no prolongar la lista hasta el infinito (pues hay más), el Quinteto para clarinete de Brahms se estrenó en la casa de los Wittgenstein en Viena, en su mansión de la Alleegasse. Music, dijo Wittgenstein a su amigo Rhees, que lo cuenta en Conversations with Wittgenstein (en R. Rhees, ed., Ludwig Wittgenstein. Personal Recollections, Oxford, Basil Blackwell, 1981, p. 127), came to a full stop with Brahms; and even in Brahms I can begin to hear the sound of machinery (“La música se detiene en Brahms; e incluso en Brahms puedo empezar a escuchar el ruido de las máquinas”). La música de Brahms, atravesada por el rugido ubicuo de la expansión industrial de las últimas décadas del siglo XIX, música del fin y del inicio de sendos universos. Como la escritura de Wittgenstein, claro.

Tal vez el músico favorito de Wittgenstein haya sido Brahms. Al menos, en Aforismos. Cultura y valor, lo define (cito de memoria) como “un Mendelssohn sin defectos”. Para Wittgenstein, por otra parte, las frases musicales son, en cierto modo, proposiciones lógicas; algo permite escuchar y entender el pensamiento como música (y viceversa). La analogía no será tan rara para el lector si piensa el concepto de mousiké, que vincula matemática y gramática; mousiké, kosmos, psyché, logos: conceptos que hablan de la estructura melódica (estética) de la razón (y del Cosmos, al menos para un intelecto pitagórico, obviamente). Y cuando Wittgenstein habla de pensamiento musical, su modelo es Brahms. O eso que, en Aforismos. Cultura y valor, trata como “La fuerza del pensamiento musical de Brahms”.

BORGES Y BRAHMS

A diferencia de Wittgenstein, Borges no es conocido por su melomanía, pero menciona a Brahms con frecuencia en sus entrevistas y en algunas de sus obras. Y, por encima de todo, le dedicó este notable poema:

A JOHANNES BRAHMS

Yo que soy un intruso en los jardines

que has prodigado a la plural memoria

del porvenir, quise cantar la gloria

que hacia el azul erigen tus violines.

He desistido ahora; para honrarte

no basta esa miseria que la gente

suele apodar con vacuidad el arte.

Quien te honrare ha de ser claro y valiente.

Soy un cobarde. Soy un triste. Nada

podrá justificar esa osadía

de cantar la magnífica alegría

–fuego y cristal– de tu alma enamorada.

Mi servidumbre es la palabra impura,

vástago de un concepto y de un sonido;

ni símbolo, ni espejo, ni gemido,

tuyo es el río que huye y que perdura.

(Jorge Luis Borges)

juliansorel20@gmail.com

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