Benedicto XVI, Oriana Fallaci y los musulmanes

El papa Benedicto XVI, el pasado martes 12 en la universidad alemana de Ratisbona, citó a un emperador bizantino del siglo XIV que comparó la fe musulmana “solamente con cosas malvadas e inhumanas”. Dos días después, el jueves 14, moría la periodista Oriana Fallaci cuyos últimos libros, La rabia y el orgullo, La fuerza de la razón y El apocalipsis, contienen la esencia del pensamiento del citado emperador.

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Frente a la reacción de los musulmanes de distintos países, Benedicto XVI pidió disculpas en dos ocasiones. Dijo que la cita medieval que incluyó en su discurso “no expresa en ningún caso mi pensamiento personal”. Las frases que ocasionaron el enfado de medio mundo son: “Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba”. El Papa comentó: “Dios no goza de la sangre; no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios”. Fue para expresar la tesis de que “la difusión de la fe mediante la violencia (La Guerra Santa) es una cosa irracional”.

Llama la atención que un intelectual de la dimensión del Papa no actuara de acuerdo precisamente con sus consejos. O sea, “según la razón”. De acuerdo con esta, sus críticas a la religión musulmana –aunque extraídas del siglo XIV– fueron inoportunas.

Con el uso de la razón se podía haber vaticinado las consecuencias. Además, antes de que el emperador bizantino se pronunciase contra Mahoma, hubo siete Cruzadas emprendidas por los católicos occidentales para expulsar a los musulmanes de los Santos Lugares. Estas expediciones a Jerusalén, iniciadas en 1095 al grito de “¡Dios lo quiere!” del Papa Urbano II, fueron de una extrema violencia. Antes del siglo XIV memorado por Benedicto XVI, se creó la institución judicial del papado, la Inquisición, en el siglo XII, para combatir y castigar la herejía, la brujería o cualquier otra manifestación, pública o privada, contraria a la fe católica. En 1478, los reyes católicos, Fernando e Isabel, consiguieron la facultad de
nombrar los inquisidores de manos del papa Sixto IV. Fue por esta vía que el fanatismo religioso, y sus terribles resultados, entraron en el Nuevo Mundo.

En 1492 los Reyes Católicos expulsaron de España a los judíos. Fue el mismo año en que Colón posó los pies en estas tierras donde encontró seres con forma humana, pero sin alma. Reducirlos a la esclavitud no era pecado. Con el aplauso de una parte de la iglesia y con la indiferencia de la otra, el famoso Ginés de Sepúlveda defendía en la corte la teoría de la “servidumbre natural” de Aristóteles y de santo Tomas, para someter a los indígenas a la mera esclavitud. Bartolomé de las Casas, con la vigorosa defensa de los nativos, sentó las bases del humanismo en el nuevo continente. De las Casas nos cuenta que un cacique, como muchos otros, había sido condenado a la hoguera. Estaba ya amarrado al palo cuando se le acerca un sacerdote “para instruirlo en las cosas de la religión”. Si creía en aquello que el cura le decía, se iría al cielo para disfrutar de la gloria eterna.

-¿Hay cristianos en el cielo? –preguntó el cacique. Cuando el sacerdote le contestó que al cielo iban los buenos cristianos, el cacique exclamó:

-No quiero ir donde esté tan cruel gente. “Esta es la fama y la honra que nuestra fe ha ganado con los cristianos que han ido a las Indias” (Fray Bartolomé de las Casas en Brevísima relación de la destrucción de las Indias) Frente a estos hechos fue un desacierto que Benedicto XVI trajera a su ayuda las palabras de un fanático del siglo XIV.

Por otro lado, una parte de los musulmanes rechaza la crítica de vivir apegados a la violencia. Para desmentirla, como lo hacen ahora, mataron a una monja, quemaron decenas de iglesias católicas. Sus líderes hacen un llamado “a todos los mulsulmanes a vengarse de los cristianos y de los judíos, cuyas religiones son hostiles al islam”.

En ninguna época es razonable atacar ajenas religiones para defender la propia. Cada creyente es responsable de sus actos. Comprometer a los demás es tan absurdo como el gesto apasionado de la periodista que acaba de fallecer.

LA PASION DE ORIANA FALLACI

Los años 80 fueron de gloria para la periodista italiana que falleció hace poco a los 77 años. Su nombre recorría el planeta después de cada entrevista con los más poderosos líderes mundiales, a quienes acorralaba sin piedad para sacarle una respuesta que al día siguiente sería el titular principal de su periódico y luego el de todos los medios de difusión.

Su carrera periodística se inició en la Segunda Guerra Mundial. Luego cubrió, arriesgando el pellejo en cada misión, varias conflagraciones nacionales e internacionales. Pero su talento para las entrevistas fue lo que la catapultó como periodista de inmenso prestigio. En los años 90 se llamó a silencio para ocuparse enteramente de su salud. Estaba en Nueva York –donde vivía desde hacía años– cuando se produjeron los atentados contra las Torres Gemelas. Este hecho destapó sus ideas acerca de la religión musulmana y de los musulmanes.

Estas son algunas de sus expresiones: “...los hemos dejado entrar (en Europa, a los musulmanes) en nombre de la piedad y del pluriculturalismo, de la civilización y del modernismo, aunque en realidad gracias a cínicos acuerdos euro-árabes (...) peor aún, tras haber descubierto que no les gustaba ya hacer de proletarios, recoger tomates, trabajar en las fábricas, limpiar nuestras casas y nuestros zapatos, les llamanos (...) y ellos vinieron. A cientos, a miles. “Y qué le vamos a hacer si muchas veces, en vez de personas deseosas de labrarse una vida digna trabajando, nos encontramos a menudo con vagabundos. Vendedores ambulantes de inutilidades, dispensadores de drogas y futuros terroristas. O terroristas ya entrenados y entrenándose. ¡Y qué le vamos a hacer si desde el momento en que desembarcan nos cuestan un riñón! Comida y alojamiento. Escuelas y hospitales. Subsidios mensuales. Y qué le vamos a hacer si nos llenan de mezquitas. Y qué le vamos a hacer si se adueñan de barrios enteros e, incluso, de ciudades enteras. Y qué le vamos a hacer si, en vez de mostrar un poco de gratitud y un poco de lealtad, pretenden incluso el derecho al voto que, pasándose la Constitución por el forro, le regalan los partidos de izquierdas. Y qué le vamos a hacer, si para proteger la libertad, por culpa suya tenemos que renunciar a algunas libertades. Y qué le vamos a hacer, si Europa se está convirtiendo o se ha convertido ya en Eurabia”.

Con este estilo impetuoso, fogoso, intransigente, está escrito: La rabia y el orgullo (2002), referido a los actos terroristas contra las Torres Gemelas. No escatimó adjetivos para expresar su furia contra los musulmanes y su religión. Escribió –ella lo dice en su libro- “Con una rabia fría, lúcida, racional. Una rabia que elimina cualquier tipo de tolerancia o indulgencia, que me ordena responderles y, sobre todo, escupirles a la cara”. En La fuerza de la razón (2004), denuncia con la misma vehemencia las amenazas que recibiera por su libro anterior. Memora a un filósofo florentino, Mastro Cecco, que también en el siglo XIV, por escribir “un polémico ensayo que llamó Esfera Armilar”, fue quemado vivo por la Inquisición.

Recordó este caso para dibujar el momento que vivía a causa de las amenazas que recibía por La rabia y el orgullo. Su libro más conocido, Entrevista con la historia, es un clásico del periodismo. Reúne sus diálogos con grandes políticos y actores. Oriana Fallaci es famosa por los muchos meses dedicados al estudio minucioso, completo, implacable, de su futura víctima. Queda de la periodista su asombroso talento –sostenido por una disciplina igualmente asombrosa– para extraer de las profundidades del alma de sus entrevistados los secretos que intentaban guardarlos para siempre.
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