Atajo, novela de la soledad y el naufragio

De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación.

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Esto viene a cuento porque hoy vamos a hablar de la novela Atajo (Alfaguara 2012), de Esteban Cabañas, o Carlos Colombino, ganadora del Premio “Augusto Roa Bastos” de Novela 2012, que ya tuvo diversas valoraciones críticas en distintos medios periodísticos, todas ellas acertadas y laudatorias.

Sin embargo, a pesar de ello, quiero contribuir con mi humilde punto de vista sobre el libro de mi amigo.

Los antiguos no profesaban nuestro culto del libro —cosa que me sorprende—; veían en el libro un sucedáneo de la palabra oral. Aquella frase que se cita siempre: Scripta maner verba volat, no significa que la palabra oral sea efímera, sino que la palabra escrita es algo duradero y muerto. En cambio, la palabra oral tiene algo de alado, de liviano; alado y sagrado, como dijo Platón. Todos los grandes maestros de la humanidad han sido, curiosamente, maestros orales. Y Esteban Cabañas, con Atajo, en cierto modo lo es.

La llamada “generación beat”

Muy de vez en cuando, la verdadera historia de cómo se escribió una novela resulta aún más interesante que la novela misma. Quizás esta sea el caso de Atajo, un libro que dio y dará que hablar mucho, que le costó a su autor más de dos años de trabajo, en el que cuenta la historia de la anciana Margot, la abuela de Rolando, una francesa que se afincó —por la fuerza del destino— en Puerto Pinasco, paraje inhóspito y desolado del Chaco paraguayo de fines del siglo XIX e inicios del siglo XX. Para ser exactos, la historia transcurre entre el año 1920 y la revolución de 1947.

En cuanto al estilo en que está narrado, podríamos decir que se inspira en la escritura de William Burroughs y Jack Kerouac. Estos narradores pertenecen a la llamada “generación beat”, que compartieron con el poeta Allen Ginsberg y otras figuras que expresaban la cultura juvenil de posguerra, la rebeldía y la liberación sexual y espiritual, el orientalismo y el ateísmo, y también la tolerancia y psicodelia como búsqueda de la conciencia; valores que luego influirían en la sociedad de masas, y que revolucionarían el mundo hacia los años 60 y 70.

Así explicaba el propio Cabañas

—Estuve trabajando mucho lo cotidiano, la realidad miserable, lo que me obligó a involucrarme profundamente en lo que es la estructura novelística. Pensé en imbricar la vida de seres anónimos que estaban trabajando en el fondo del mundo.

Los hechos recogidos van a tener esa diversidad de ambientes: diversos puntos de Puerto Pinasco, su zona ribereña y el río, paraje abandonado y melancólico, al borde de la selva, en los cuales se mueven los habitantes como fantasmas, separados de la civilización por la distancia y el difícil acceso. Los indios que habitan en chozas de barro y paja, algunas casas próximas al río, única vía de enlace con Asunción, donde la vida humana es muy distinta.

La anotación es necesaria porque la novela no sigue un orden cronológico y de acción, lo que la obliga a saltar de uno a otro personaje. El personaje principal es Margot; luego le sigue Rolando, su nieto, y el padre de este. Y con estos datos, tiene el lector noticia de la complejidad estructural de la novela. Pero hay que añadir a ellos el desorden cronológico ya aludido. Ambos sistemas no toman desprevenido al lector. Recordemos de nuevo, por ejemplo, en los Estados Unidos: En el camino, de Jack Kerouac, o Yonqui, de William Burroughs. Como en un ejercicio en el que se anuncia más dificultad todavía, el novelista se ha entregado a una construcción muy de ayer o muy de hoy, pero que tiene el riesgo de detener y asustar al lector.

Sobre esto, Esteban Cabañas admite:

—Usé un lenguaje poético, pero menos, a diferencia de los otros libros, porque cuando la realidad es tan áspera hay que pasarlo por un tamiz. Puse elementos que usualmente no se usan en las novelas, como la vida sexual de la persona.

En vez de buscar un cauce suave por donde atraerle a la corriente de su novela, le ofrece sucesivos cambios de camino, como cerrando con un obstáculo cada uno de ellos. El novelista posee una visión desde lo alto, superior a su cauce visual narrativo. No puede mostrar todo el horizonte en que se mueven los personajes. Nos va mostrando varias zonas más pequeñas. La diferencia que ha buscado —los indios, el marido de Margot, el río— nos puede causar una desorientación en los primeros saltos, hasta que, avanzada ya la lectura, somos capaces de abarcar el conjunto.

La dificultad que el novelista se plantea —aparte de lo que haya en ello de su concepto de la novela— estriba en dar a cada fragmento del relato total un interés capaz de mantenerle ligado a la lectura. Mezcla de relato autobiográfico y reconstrucción de un pasado doloroso. Toda literatura es autobiográfica… Todo es poético en cuanto nos confiesa un destino. Sin embargo, su literatura es seria y rigurosa, contribuye, como un instrumento de indagación y de conocimiento, a la elucidación de lo real o de lo imaginario.

“El verdadero protagonista de Atajo es el tiempo”

En estas mismas páginas, no hace mucho, Montserrat Álvarez decía: “[…] el verdadero protagonista de Atajo es el tiempo. La verdad es que el tiempo es, en efecto, parte de cada personaje, solo que no el tiempo del reloj, que es homogéneo, sino un tiempo que da a cada personaje su estructura cronológica, su manera de ‘estar’ en el relato, y el timbre de su voz y de sus pensamientos”. Siempre podremos decir, como San Agustín: “¿Qué es el tiempo? Si no me lo preguntan, lo sé. Si me lo preguntan, lo ignoro”.

No sé si al cabo de veinte o treinta siglos de meditación hemos avanzado mucho en el problema del tiempo. Yo diría que siempre sentimos esa antigua perplejidad, esa que sintió mortalmente Heráclito en aquel ejemplo al que vuelvo ahora: nadie baja dos veces al mismo río. ¿Por qué nadie baja dos veces al mismo río? En primer término, porque las aguas del río fluyen. En segundo término —esto es algo que ya nos toca metafísicamente, que nos da como un principio de horror sagrado– porque nosotros mismos somos también un río, nosotros también somos fluctuantes. El problema del tiempo es ese. Es el problema de lo fugitivo: el tiempo pasa. Y aquí no puedo dejar de citar de nuevo a Borges, que dice: “El tiempo pasa en el momento en que algo ya está lejos de mí”. Y nos guste o no, la novela de Cabañas es fluctuante como el tiempo. En todo caso, está hecha de memoria. De su memoria individual. Nosotros estamos hechos, en buena parte, de nuestra memoria.

“Pero volviendo al tiempo que en cada personaje es núcleo de su complexión —cito otra vez a Monserrat Álvarez—, el del niño, ‘ser baldío’, tiene el metro naturalmente pausado, la no forzada regularidad de esa actitud contemplativa, de esa suerte de despreocupada armonía que son las de la infancia, mientras que el tiempo de Margot es obsesivo, lleno de cadencias recurrentes, falto de treguas y lleno de paciencia, crudo, obstinado y fijo en el último tramo de la gran carrera, y de sus compases marcan un debatirse incesante entre el ayer y el hoy…”.

En una entrevista que realizaron Antonio V. Pecci y César González Páez, para el Correo Semanal, sobre si Atajo “tiene relación con las otras novelas ambientadas en la época colonial y siguientes”, Esteban Cabañas, o Carlos Combino, dijo:

—Si se piensa que es algo que uno va jalonando a través del tiempo, diría que no. No me propuse como un plan. Parecería como un plan, yo no lo pensé así, pero reconozco que sucede, que quedás atrapado por eso. En cada obra que imagino, sea en pintura o en otras áreas, pienso cómo uno puede ir desarrollando esa idea dentro de tu propia vida. Como un elemento de reconocimiento de todo.

Y Eulo García, poeta, también desde las páginas del Correo Semanal, asevera: “Esteban Cabañas logra en Atajo una interesante síntesis de lo histórico y lo biográfico dicho en clave poética justa, sin excesivos vuelos innecesarios para la verosimilitud de la historia. Incorpora, también, la interpelación del narrador hacia su propia construcción de la historia, que podría ser a su vez la interpelación del escritor hacia la real reconstrucción de su historia”.

Lenguaje justo, cronometrado, benéfico; estilo inquieto y sereno a la par. Ese es el regalo de Cabañas a nuestra literatura. Forzosamente hay que reconocer que construir novelas como las suyas, partiendo casi siempre de una temática realista, concreta, apuntándolas con expresiones de un realismo conciso y actual, es un gran acierto. Sin embargo, los costumbrismos parloteros y la eficacia teatralera quedan abolidos. Podrá parecer Esteban Cabañas seco, excesivamente lógico, pero su intriga ha penetrado en el espíritu y tiene resonancias estimuladoras. Al frenesí psicologista y al desenfreno linguísticos, Cabañas opone este museo de cera cuyas figuras simbolizan dramas auténticos. Aun en los capítulos en que pueda parecer más inmovilizado en la ortopedia discursiva, Cabañas, de los huecos vacíos e imprecisos, hace saltar potentes chispas de luz. Si Cabañas esteriliza algo, no es el verdadero poder fecundador, sino el donjuanismo literario.

Una de las principales obligaciones que tiene el escritor es la necesidad de lograr vida en los tipos que hagan aparecer. Adelantándonos a cualquier opinión crítica, digamos que esto se haya conseguido en los primeros capítulos, aunque quizá los personajes que se nos hacen más asequibles son los más importantes en el entramado de los hechos: Margot, Rolando, su nieto, pintado cuidadosamente; su padre, el abuelo; gastado por una vida fantástica en la fábrica taninera…, todos ellos cuentan precisamente con su diversidad para interesarnos, aunque tienen la modestia de no adelantarnos nada para prometernos un interés posterior. Tienen la honestidad de presentarse a cuerpo limpio, tal como son en el momento en que los vemos.

Luego ya llegará, antes o después, no olvidemos la construcción de la novela en relación con lo temporal, en el momento en que cobren su mayor perfil, el momento de su vida, para alguno de ellos.

Su nombre era Margot

La historia de Atajo tiene un remoto regusto faulkneriano: El personaje central —ya lo hemos dicho— es una mujer francesa que a los 14 años viene con el grupo de sus compatriotas para armar los talleres de Puerto Pinasco para empresas tanineras, a fines del siglo XIX.

“Tomo la figura de ella, que es mi abuela —dice Cabañas—; entonces, no tuve necesidad de investigar nada, porque yo captaba lo que ella decía, cómo se vestía, etcétera. Esto fue fundamental. Pero el personaje de ficción no tiene nada que ver con ella, aunque muchas formas de ver la realidad le pertenecen. Y en cuanto al niño, tiene dos abuelas: una paraguaya y otra francesa, dos mundos que se empeñan en sobresalir, en sobreponerse al otro…”.

“El calor levanta el polvo. Estas imágenes están cada una en un registro propio, se superponen”.

—Soy Margot —dice ella—, encadenada a todas esas historias. Soy Margot, dividida en porciones. Soy Margot.

Queriendo asegurarse de que no es otra persona y que tampoco es otra Margot.

Ella misma, en un estado sujeto a la fragmentación, a sus mínimos requerimientos, delante de los objetos que colecciona. De lo que acopió para fabricar el escenario: el lugar, el marido, los nativos, el pueblo abandonado, y que en el tiempo transcurrido fue cosechando hijos, casas, nietos, ciudades, amigos. ¿Tenía amigos?, se preguntó.

—¿Tuve el valor de tener amigos?

“No quiso contestar”

La estructura de la novela se justifica por los diversos momentos de los personajes que se mueven dentro de ellos. Esteban Cabañas no ha querido extremar la nota y habla desde la visión interna de Margot o de Rolando… Tampoco ha forzado la relación de los pobladores de su novela. Hay como unos hilos que unen este mundo con el otro que nos lo presenta, con el de Puerto Pinasco: el río, los indios, un mundo alucinante y pesadillesco.

Todos los personajes están ligados al mismo núcleo que forman entre todos, pero eso no quiere decir que todos tengan el mismo protagonismo. La novela ofrece oportunidad para que se tracen esquemas y gráficos mostrando la relación entre personajes e historias. Pero claro es que no es lo importante, quizá, sino decir si la novela se mantiene en cuanto a valores narrativos y a expresión de un complejo de ambientes y situaciones.

Resumir, sintetizar

Esteban Cabañas no ha querido actuar con insistencia en lo descriptivo, por considerarlo no tan decisivo en la novela. Sin embargo, cuando lo necesita acude a la ambientación descriptiva y sabe dar realistas pinturas del río, del pueblo o una visión un tanto fantástica del lugar.

En la vida de los indios no ha querido cargar las tintas. No son la denuncia social ni el testimonio escueto de sus propósitos fundamentales, pero la aparición de los indígenas y su encuentro con el mundo de los blancos ofrecen una triste realidad, no por escueta, menos acusadora.

Esteban Cabañas opina que la historia de Margot, desarrollada de una manera tradicional, siguiendo una cronología lineal y sirviéndose de formas directas, consumiría cientos de páginas. Su intención fue resumir, sintetizar, apretar al máximo la historia.

No hace mucho, estando en la bella casa de Areguá de Carlos Colombino, mientras esperábamos para cenar al exquisito poeta argentino Ricardo de la Vega, hablábamos con él de Atajo, y esto nos decía:

—En la novela, el tiempo está como comprimido. No se cuenta todo lo que ocurre. Solo se cuenta lo más importante. Lo otro debe ser adivinado o intuido.

—¿Está sugerido en la novela?

—Está sugerido, pero por un contexto. Es decir, el texto es quizá menos importante que un contexto no dicho, simplemente aludido o sugerido. Y, además, yo traté de no seguir una cronología lineal. Quería hacer una novela no convencional, que esté como perturbada, que tuviera un elemento de ruptura con la novelística convencional. Lo que me interesaba era mostrar no una serie de cosas que ocurren en diferentes planos sociales y en distintos momentos temporales, sino los enlaces, las conexiones, las relaciones de causa y efecto que pueden existir entre uno y otro personaje, y cómo puede ser la soledad, el desamparo y los debates de una pareja en el seno de una familia.

—¿Eso determinó un montaje particular del texto?

—Un montaje o, si quiere, una asociación de los episodios, que, en muchos momentos, no es lógica, sino más emocional, más emotiva, menos sentimental que estrictamente temporal.

Secuencias que se aluden

La novela de Esteban Cabañas (no quiero ser reiterativo, pero lo soy) está escrita y está “hablada” (el conflicto entre lenguaje hablado y lenguaje escrito se resuelve a favor del autor), y sobre este punto habría mucho que decir. Esteban Cabañas, virtuoso de la técnica, la que en este caso se da en términos de ocultamiento: es imposible imaginarse que entre dos cambios de pronombres, o en el intervalo de dos capítulos, el novelista haya hablado por teléfono, rascado la cabeza o tomado una taza de café. La voz, o las voces, nos llega como un torrente sin descanso. Margot, al fin y al cabo, no es más que el murmullo de su conciencia que le llega hasta el alma, gran murmullo este que alberga murmullos menores, en una basta polifonía sin grietas, tejida con una minucia de relojero. Niveles que se entrelazan, que se descuelgan los unos sobre los otros (casi fundamentalmente la vida de Rolando, la de su abuelo), secuencias que se aluden, se mezclan, se desfiguran o se atropellan, desde la orilla del río hasta las tolderías.

La técnica accionada por Esteban Cabañas es —ya lo hemos señalado— antes que nada un método de conocimiento, una epistemología, y en la medida en que dicha técnica concuerda con el “tema”, la obra es autónoma, cerrada para sí misma aunque abierta para quien asista a ella, la escuche, la lea. Pero, agarrando el asunto por el rabo opuesto, la técnica es la resultante de la comunión con la realidad, con el objeto o su espectro: el “tema”. Herederos de una disuelta dicotomía, la de la forma y el contenido, la técnica y el tema se hallan tan unidas que la referencia inmediata al uno es una referencia mediata al otro, y viceversa.

Mientras esperábamos a nuestro amigo Ricardo de la Vega, seguimos hablando con Esteban Cabañas, o Carlos Colombino, o con los dos al mismo tiempo:

—Cuando escribiste esta novela, ¿tenías la intención de crear una obra literaria o hacer una denuncia?

—Toda ficción es siempre una denuncia, el testimonio de una rebelión, porque todo novelista es un rebelde, creo yo, un descontento con algún aspecto determinado de la realidad. Nadie que esté conforme con el mundo o con la vida intentaría crear realidades verbales. Yo pienso que toda novela es un asesinato simbólico de la realidad. Lo que no creo es que esta rebelión, que está en la raíz misma de la vocación del novelista, sea consciente ni premeditada. Un hombre escribe una novela para exorcizar ciertos demonios que le hacen la vida imposible, para librarse de ciertas experiencias cuyas imágenes torturan su memoria. A veces estos demonios personales del novelista, proyectados en una ficción, son identificados por una sociedad como los suyos propios, y otras veces no. Creo que de eso depende, en gran parte, que unas novelas sean buenas y otras malas.

En síntesis, la posición moral de Margot, la protagonista principal de Atajo, es también esencialmente la historia de un fracaso existencial, de un fracaso humano. Su rebelión contra el medio inhóspito en que está entrampada es inútil. Su sacrificio, asimismo, resultará inútil, mediocre, gris. No así Atajo, una de las más brillantes novelas que he leído últimamente.

armandoalmadaroche@yahoo.com.ar

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