ARTURO BRAY Armas y letras

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FRUSTRADO PRONUNCIAMIENTO MILITAR   

Entre las tantas acusaciones de que he sido objeto en mi vida pública, figura con letras capitales la de haber "conspirado" en 1931 con el entonces mayor Rafael Franco, para luego traicionarlo en la hora nona, en pago de cuya supuesta felonía habría recibido del Gobierno "una gruesa suma" (Se habló de 500 mil pesos, cantidad respetable en aquellos tiempos). En rigor de la verdad, no existió tal conspiración, en la acepción específica del término, al menos en cuanto a mis intenciones atañe, ni mucho menos traición, como no fuera a la inversa, tal se verá más adelante; en punto a "la gruesa suma", no debe haber sido ella de tan subido monto, si es que existió, pues es de sobras conocida la pobreza que he sobrellevado en mis largos años de destierro, sin otros ingresos que los muy precarios derivados de mis labores en el mundo de las letras, a través de colaboraciones en diarios y revistas, así como de traducciones de libros y artículos. Los escasos bienes inmuebles que poseo —una bien modesta casa en Asunción y un departamento de 23 metros cuadrados en Buenos Aires— los he adquirido con mis ahorros y mediante préstamos adelantados por algunos amigos y devueltos con religiosa puntualidad.   
  
No obstante, confieso en conciencia que mi parte de responsabilidad tuve en el frustrado pronunciamiento de Franco en el citado año, al no haber advertido al nombrado desde el primer momento que no estaba dispuesto a secundarlo en sus planes. Mas también eso tiene su explicación. Por aquel tiempo no conocíamos a Franco como habíamos de conocerlo más tarde. (Me expreso en plural, porque el mayor Manuel Garay y el capitán de corbeta Manuel T. Aponte cooperaron decididamente conmigo en hacer abortar la revuelta militar, gestada por el jefe de regimiento acantonado en Campo Grande). Nos habíamos forjado del citado jefe un juicio equivocado: se nos antojaba una novísima edición en rústica de Albino Jara, esto es, capaz de lanzarse a una temeraria aventura, a impulsos de un incontenible arrojo personal. Por ese motivo, simulamos compartir sus ideas, a fin de dar largas al asunto y encontrar, a último momento, alguna situación al enredo en que nos habíamos metido. Ya tarde caímos en la cuenta de que cualesquiera fueran las casualidades del señor don Rafael, el espíritu de decisión e intrepidez no figuraban, por cierto, entre ellas. Tenía empero un rasgo de teatral similitud con el coronel Jara: el de echarse a llorar a lágrima viva frente a una contrariedad o puesto en un trance desventurado.   

En cuanto a la mentada "traición", quizás fue Franco quien acaso mereciera ser acusado de haber incurrido en ella, aunque nada más lejos de mi ánimo formular esa acusación en términos irrecusables y concretos. En efecto, no una sino mil veces, nos había asegurado él que se trataría de un movimiento "exclusivamente militar", sin intervención alguna de civiles o de partidos políticos; sin embargo, hacía rato ya que Franco, como habíamos de saberlo después, había entrado en tratos con elementos de la llamada Liga Nacional Independiente —Juan Stefanich, Adriano Irala y otros— así como determinadas personas militantes en la oposición, como Gómez Freire Esteves, Modesto Guggiari y algunos más. También los "schaeristas" andaban en el ajo, aunque en forma menos ostensible.   

A mayor abundamiento, el mencionado Freire Esteves fue quien —por confesión del propio Franco ante mi perentorio requerimiento— redactó la proclama a ser lanzada una vez triunfante el movimiento; por sugestiva coincidencia ese mismo manifiesto, con ligeras variantes, fue el dado a conocer al triunfar el alzamiento franquista del 17 de febrero de 1936.
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