Argentina asaltada

El escritor argentino Leopoldo Brizuela, Premio Alfaguara de Novela 2012, ha escrito una novela llamada Una misma noche.

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Esta es la historia novelada de los asaltos que vive Argentina diariamente y de los asaltos perpetrados en la década del 70 por los esbirros de la dictadura.

Hay también un mundo contado con un lenguaje casi visual: el del miedo, porque las persecusiones no cesan y los silbidos de balas marcan un período de convulsión y violencia.

La humanidad con sus borbotones de sangre, con sus delaciones y su abuso del poder, está presente en las páginas de este texto profundo y visceral.

¿Cómo puede defenderse el ciudadano común y corriente, que va todos los días a hacer sus compras en el supermercado, que viaja en tren rumbo a su trabajo, ante un atropello? ¿Cómo luchar contra el odio que destruye todas las barreras humanas y va echando semillas de dolor en los corazones de los hombres? Para escribir un buen libro, no solamente hay que tener talento, sino además conocimiento del lenguaje, de la época, de las expectativas de la sociedad.

Es preciso igualmente poseer conocimiento de la vida y de la misma conciencia, pues así es como se puede trazar un panorama válido y creíble ante los ojos de los lectores.

La reflexión ante la escritura es un hecho fundamental, imprescindible.

Sin lugar a dudas, Leopoldo Brizuela es un escritor digno de crédito, pues ya su primera novela, Tejiendo agua, obtuvo el Premio Fortabat en 1985. Su obra Una fábula se hizo acreedora del Premio Clarín de Novela 1999 y Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires; Alfaguara 1999. Ha publicado este prolífico autor un libro de relatos, Los que llegamos más lejos (Premio Konex; Alfaguara 2002).

POESÍA PARAGUAYA

AL MINUTO ILUMINADO

Aguarda un poco más. No te me escurras
por la grieta del tiempo ni te poses
en la rama del árbol que envejece.
No te vayas minuto con el polen
de mi angustia final hecha milagro,
espera un poco a que le ponga un nombre.
Soledad sin remedio de mis horas
que en roja espuma de dolor se rompen,
y ni a mojar alcanzan mi silencio
con humedad de lágrimas salobres.
Desamparada soledad que me hace
día a día bajar hasta los hombres
a ganarme mi pan con mis dos manos,
negándome el reposo de la noche:
ese subir peldaños de trasmudos
para moler mi trigo de emociones
en los altos molinos de mis sueños.
¡Qué dura tiranía es para el pobre
la del pan que le roba sus poemas,
y le seca el tumulto de sus voces,
y le muerde la sangre con la angustia
del más grande de todos los dolores:
el no poder dejar ni una palabra
de su mensaje eterno entre los hombres!
¿No bastaron los pájaros del cielo,
los inocentes vientos labradores,
la parda tierra y el azul del aire,
a poner en tu esencia el horizonte
de esperanzada luz que no se quiebra,
limpio trigo de amor, para que tornes
a ser después el pan cuya victoria
duele tan hondo en la profunda noche?
¿Qué te costaba ser, trigo divino,
hostia de redención para los hombres?
Por eso aquí, minuto iluminado,
vilano que encintilas tornasoles,
mientras muevo la noria no te huyas,
ingrávido detente, no te poses
en la rama del árbol que envejece.
Ya que has hecho bullir dormidas voces,
agrietando mi angustia desvelada
y encendiendo mi sangre con tu polen...,
espera un poco a que sacuda el polvo
de mis manos esclavas de resortes,
y pueda al fin subir sereno y fuerte
para moler mi trigo de emociones
a los altos molinos de mis sueños.

Augusto Roa Bastos

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