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Militaron en Dadá, entre otros, el poeta alemán Hugo Ball, de cuyo nacimiento se cumplirán este 22 de febrero ciento treinta años, pionero de la poesía fonética con Karawane, recitado por vez primera en el nefando Cabaret Voltaire –cruzando la calle, Lenin preparaba el derrocamiento de los zares–, que fundó en una cervecería de la peor zona de Zürich; su mujer, la bailarina Emmy Jennings; la suiza Sophie Taeuber-Arp, pintora y maestra de danza cubista-dadaísta, el pintor, escultor y poeta germano-francés Jean (o Hans) Arp, el ajedrecista Marcel Duchamp, el escritor y político Philippe Soupault, el escritor, pintor, hacedor de collages de papeles rotos, etiquetas arrugadas y toda clase de desechos Kurt Schwitters... Estuvieron con Dadá en diversos momentos el fotógrafo Man Ray, Louis Aragon, Benjamin Péret, Max Ernst, Francis Picabia, René Crevel, Yves Tanguy, Raoul Hausmann, René Hilsum, Hannah Höch, Werner Graeff, Max Burchartz, Lotte Burchartz, Nelly van Doesburg, Cornelis van Eesteren, Theo van Doesburg, André Breton, Hans Richter (el Conde Orgaz) y muchos otros, pues Dadá sedujo a toda Europa y pronto llegó a cruzar los mares e invadir Nueva York.
Dadá es una de las cumbres del arte del Manifiesto, forma literaria moderna del discurso político revolucionario y del discurso artístico vanguardista y forma retórica por excelencia de la cultura moderna, a pesar de que Dadá fue una revuelta, la más radical de todas, contra los valores de esa misma cultura. Los manifiestos crearon una nueva relación del hombre con la Historia; relación que para Dadá consiste en negar el futuro. Entre los grandes nombres asociados a este género sustancialmente poético, de Marx a Lars Von Trier, de Sieyès a Marinetti, de Breton a Debord, brilla con salvaje libertad el del poeta Tristán Tzara:
«DADÁ es nuestra intensidad: que erige las bayonetas sin consecuencia la cabeza sumatral del bebé alemán; DADÁ es la vida sin pantuflas ni paralelos; que está en contra y a favor de la unidad y decididamente contra el futuro; sabemos sensatamente que nuestros cerebros se convertirán en cojines blancuzcos, que nuestro antidogmatismo es tan exclusivista como el funcionario y que no somos libres y gritamos libertad; necesidad severa sin disciplina ni moral y escupamos sobre la humanidad».