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En este primer centenario de su nacimiento, el Suplemento Cultural celebra al brillante vicioso de los perversos placeres del texto, al perseguidor tenaz de los complejos y oscuros secretos del lenguaje, al gran semiólogo francés Roland Barthes (Cherburgo, 12 de noviembre de 1915 - París, 25 de febrero de 1980), uno de los intelectuales más influyentes de nuestra época.

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El signo lingüístico en la vida cotidiana, en los relatos y en la literatura es, ante todo, una imagen o un sonido que se puede reconocer, ya que no hay signo sin reconocimiento. Ahora bien, al mismo tiempo, el reconocimiento de un supuesto sentido literal, aunque bien podríamos suponer que sirve a la verosimilitud, al realismo, para Barthes, por el contrario, deforma los objetos de conciencia: nos obliga a atribuirles un sentido «literal», a tomar posición. Es esta manera de tratar la literalidad lo que le permite a Barthes iniciar la aventura semiológica, libre de la obsesiva búsqueda de las etiologías de superficies y profundidades.

Barthes, con una sensibilidad aguda para el mundo y una amplificación del yo hasta su disolución, presenta la «vida como texto». Hazaña de un viaje a lo inefable que hará de la lectura y la escritura de sus obras un desplazamiento, llevando al pensamiento a una constante transición de géneros, disciplinas científicas, rituales religiosos, espectáculos colectivos y grandes obras literarias. «En el combate entre tú y el mundo, apoya al mundo» es la frase de Kafka que Roland Barthes hizo suya, como señala Eric Marty, editor y prologuista de sus obras.

Esta «opción por el mundo» dista mucho de ser un programa gnoseológico; más bien, expresa el deseo de escribir/leer. Así, el texto, en tanto «tejido», aparece como una red de lo plural, una apertura de sentido que expande referencias, donde la dinámica del signo lingüístico propia de la lengua y el habla interpela a la escritura y a la literatura. «Abrir el texto no solo es pedir que se lo interprete libremente, sino también seguir lúdicamente el llamado de todos los signos, de todos esos lenguajes que lo atraviesan y que forman una especie de irisada profundidad en cada frase» (El susurro del lenguaje, 1975)

Podríamos decir que Barthes inaugura el hipertexto; es decir, una red de influencias que posibilita dar un nuevo sentido al acto de pensar, como un acto libre de todo superyó intelectual capturado por una mundanidad, y como una búsqueda de campos asociativos, combinaciones y variaciones.

Desprendido del cierre disciplinar y de los protocolos académicos, Barthes presenta sus lecturas como intertextos en los que autores como Sartre, Marx y Brecht; o la lingüística emergente; o el psicoanálisis, otorgan códigos de lectura e interpretación para abrir el texto literario mediante la figura del comentario. Los textos se construyen como si fueran mosaicos de citas.

Por lo tanto, su semiología no está condenada a ser un metalenguaje; más bien, puede constituirse en la posibilidad analítica de desplazar las interrogantes de Saussure o Jacobson al terreno de los objetos, las prácticas y las imágenes. Barthes reconoce que no ha producido «sino ensayos de género ambiguo donde la escritura disputa con el análisis».

Así, en un gesto casi provocativo, reúne en un mismo libro a Sade, Fourier y Loyola, ya que considera que los tres fueron clasificadores, fundadores de lenguas: la lengua del placer erótico, la de la utopía social y la de la interpelación divina. Son presentados como formuladores y operadores de texto a través de una pasión: la invención de una escritura.

ENTRE LEER Y ESCRIBIR

Cuando uno lee, se pregunta Barthes, «¿qué es eso de leer y levantar la cabeza? ¿Una interrupción irrespetuosa del texto?» Valorando dicho gesto por sobre la obsesiva vocación exegética del crítico, otorga a esta interrupción la función de fragmentar la lectura de un texto. Añade que la tradición se ha interesado principalmente por el autor, y casi nada, o muy poco, por el lector: «El autor está considerado como eterno propietario de su obra, y los lectores, simples usufructuadores». Con aires de autoridad, esa tradición obliga a captar determinado sentido de la obra, y sobre todo el «buen sentido».

La lectura trasciende al individuo lector o escritor debido a las asociaciones que engendra el texto y que lo preceden y se insertan en determinados códigos o estereotipos. La lectura desborda su objeto provocando destellos de ideas, temores, deseos y opresiones. El sentido de un texto no puede ser más que la pluralidad de subsistemas, infinita y circular. El lector se guía por los signos que el autor usa, pero no está acotado por ellos.

Con Barthes, el acto de leer dispersa y desagrega el sentido en el continuo de la narrativa. Es decir, la lógica de la razón se entrelaza con la lógica del símbolo. Y esta última no es silogística, sino más bien asociativa, en tanto que asocia cada una de las frases del texto con otras ideas, otras imágenes, otras significaciones: «Las asociaciones engendradas por la literalidad del texto nunca son, por más que uno se empeñe, anárquicas: siempre proceden de determinados códigos, determinadas lenguas y determinados estereotipos. Y estas reglas persisten en la más subjetiva de las lecturas» (Escribir la lectura, 1975).

Desde el inicio de su obra, con El grado cero de la escritura (1953), hasta sus últimas disertaciones en cursos y seminarios dictados en la academia francesa, la escritura se constituye para Barthes en una reflexión sobre sus opacidades. Por ejemplo, señala que la escritura que habla con naturalidad, que es transparente, verosímil, y que, por lo tanto, representa «lo natural», «lo evidente por sí mismo», no es más que una manera de proceder, de trabajar un código de la lengua; por lo tanto, una técnica: una catequesis. El culto a la referencialidad, dado en cierta escritura empírica indicativa, no escapa al hecho de ser un habla, es decir, el modo de significación de una forma, subsidiaria del arbitrio del signo. A partir del análisis semiológico, la ilusión referencial de la escritura realista se enfrenta a su historicidad.

LA VIDA COTIDIANA: DE MITOS Y PASIONES

El análisis semiológico de la vida diaria del hombre moderno involucrará, a partir del libro Mitologías (1975), de Barthes, una sutil, y también sensual, crítica a la ideología inmanente en la circulación cotidiana de signos, ideología expresada en gustos, vestimentas, ídolos, deportes, preferencias políticas, gastronomía, que, como tales, no solo comunican un mensaje, sino que también demarcan, distancian y materializan una posición, adscripción que, a modo de cita o intertexto no visible, opera en la semiología de un mito.

Así, en su análisis del Catch (la lucha libre de «titanes»), descubre que el espectáculo del combate, al no estar reglado por lo pugilístico, es decir, por la competencia, sino más bien por la simulación del espectáculo, es algo más próximo al teatro, pero con cierta complicidad del público-espectador, que otorga con júbilo a los personajes combatientes la representación del bien y el mal, de la cobardía y del coraje. Goce de la representación y pura circulación de signos y símbolos. Es decir que el público aplaude, celebra una representación que pareciera una reminiscencia mítica antigua.

En el mismo libro, titulando Astrología, al comentario de la sección de una revista francesa de la década de 1970, destinada al público femenino, Barthes señala que, de manera paradójica, allí no se encuentra ningún mundo onírico de ensueños, sino más bien una descripción estrechamente realista de un medio social preciso: el de las lectoras de la revista. El destino astral comunicado en dicha sección aparece como un espejo que reafirma una realidad. Los ámbitos astrales de acción (la suerte, el mundo exterior, el hogar, el corazón) reproducen meticulosamente el ritmo total de la vida laboriosa. La unidad de esa vida es la semana, durante la cual la «suerte» elige un día o dos. «Vida que los astros se encargan de describir, mucho más que de predecir; raramente se arriesga algo sobre el porvenir, y la predicción siempre está neutralizada por el balanceo de los posibles: si hay fracasos, serán poco importante. Los astros son morales, aceptan dejarse influir por la virtud: el ánimo, la paciencia, el buen humor, el control de sí».

Unos años después de la publicación de Mitologías, el autor extiende en el mismo sentido al análisis del deporte como espectáculo moderno a partir de un comentario solicitado por el cineasta canadiense Hubert Aquin para su película, que aborda el deporte como hecho social y poético. En dicho comentario, publicado recientemente, en el 2003, con el título «Del deporte y los hombres», Barthes se pregunta, al aludir a la película: «¿Qué es el deporte?» y «El deporte responde con otra pregunta: ¿Quién es el mejor? Pero a esta pregunta de los antiguos duelos, el deporte le da un sentido nuevo, pues aquí la excelencia del hombre tan solo se busca respecto a las cosas. ¿Quién es el mejor de los hombres para vencer la resistencia de las cosas, la inmovilidad de la naturaleza? ¿Quién es el mejor para trabajar el mundo y dárselo a los hombres… a todos los hombres?»

Entonces, las imágenes, las prácticas sociales y, sobre todo, la obra literaria, como fragmentos de una materialidad, ocupan históricamente un determinado espacio y tiempo; el texto sería, por su parte, un campo metodológico, y, por lo tanto, se lo experimenta como un trabajo: una producción.

Pero también el texto, al pertenecer siempre al orden del significante, participa de la utopía social, del lenguaje, en donde ninguna lengua tiene poder sobre otras. Esta esperanza y utopía humana nos remite al Borges que escribe, en «El idioma analítico de John Wilkins»: «Lo más lúcido que sobre el lenguaje se ha escrito son estas palabras de Chesterton: “El hombre sabe que hay en el alma tintes más desconcertantes, más innumerables y más anónimos que los colores de una selva otoñal... cree, sin embargo, que esos tintes, en todas sus fusiones y conversiones, son representables con precisión por un mecanismo arbitrario de gruñidos y de chillidos. Cree que del interior de un bolsista salen realmente ruidos que significan todos los misterios de la memoria y todas las agonías del anhelo”».

cloe090@gmail.com

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