Aldea de penitentes retrata la vida cotidiana en la dictadura

Aldea de Penitentes, la segunda novela de Pepa Kostianovsky, plantea un tema copiosamente tratado en el periodismo y en el ensayo. Pero no sólo a través de estos medios es muy conocido, sino por la cantidad de víctimas que ha dejado el stronismo Como periodista brillante, sagaz, ha recopilado una serie de acontecimientos para contarlos en clave de novela. De la mejor novela. Hay en ella, a más de una exquisita escritura, la ironía, la mordacidad, el sarcasmo, pero con la intención de expresar una admirable humanidad por quienes han sido los penitentes en casi 35 años de dictadura.

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Penitencia significa también el castigo público que imponía la Inquisición. Ya sabemos -tuvimos tiempo de sobra para saberlo- que el dictador imponía igualmente el castigo público, aunque pretendía ocultarlo entre las cuatro paredes de una sala de torturas.

El libro de Pepa no es así de trágico. Hasta es festivo. De una manera vertiginosa nos lleva de un caso a otro, de una anécdota a otra, sucesos tras sucesos aparecen los personajes muchos de los cuales con su verdadero nombre; otros con nombres prestados, pero que el lector puede identificarlos no como personas concretas, sino como referentes de quienes participaron en el gran festín de un modelo político que tocó los dos extremos del genero artístico y literario: la tragedia y la comedia; el drama y la sátira.

Con humor, con ingenio, con lucidez, la autora pasea su inteligencia sobre unos acontecimientos que, novelados y todo, han sido la vida cotidiana de los paraguayos. De los unos y de los otros. O sea, de los stronistas o de los anti.

Para decirlo en el lenguaje de la dictadura, de los buenos paraguayos y de los malos. Ya sabemos quiénes han sido los malos. Para todos, Pepa ha hecho un sitio en su notable novela que recrea la historia todavía fresca del país.

Esta nueva creación reafirma el vigor de la literatura paraguaya actual. Literatura que ha sido comparada con un desierto en un tiempo dado. Pero hoy ha reverdecido notablemente según las editoriales que sin cesar están dando al público nuevas y significativas obras. Mencionemos tan solo a Servilibro (editora de Aldea de Penitentes con los auspicios de Fondec); Editorial El Lector y su proyecto, junto con ABC Color, de la venta masiva de obras paraguayas; Intercontinental, Cayetano Cuatrocci.

Sólo estas editoriales -es posible que haya más- nos da una idea, no de la cantidad de libros solamente, sino de la calidad. Si hay libros es porque, naturalmente, hay lectores, cada vez más y mejores informados. No estamos todavía para ponernos de pie y aplaudir este nuevo y alentador hecho. Pero vamos caminando hacia metas más altas. Este libro es otra prueba.

Aldea de Penitentes es uno de esos libros que nos hacen perder la noción del tiempo. Iniciada su lectura, quiere uno avanzar en ella sin hacer caso de las horas que le ocupan. No son los enredos de libros de aventuras o policiales los que nos distraen; no nos preocupa saber el final, conocer al asesino. Nos deleita una literatura fresca, honesta, inteligente. Tiene unos diálogos -que reproducen la condición social de los personajes- que son del mejor humor, pero también del más sincero afán por acercarnos a una pasado reciente que se resiste a ser pasado.
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