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Nacido en Aviñón (sur de Francia), muerto en Stanford (California, Estados Unidos), el filósofo, antropólogo, crítico literario René Girard tuvo una de las carreras a la vez más ejemplares y más anómalas del último siglo de pensamiento y teoría en Occidente.
Es legión el número de los intelectuales franceses que en la segunda posguerra encontraron su tierra de promisión en las universidades norteamericanas, como Girard en la de Stanford, en medio del desierto y las playas (de estacionamiento) californianas.
La singularidad es que Girard fue un intelectual católico, profundamente religioso aunque casi heréticamente singular. Se declaró católico del principio al fin: defendía al carismático Francisco como antes defendió al teológico y polémico Benedicto XVI. Enseñó la historia de la literatura y después la antropología religiosa. Siempre guiado por un propósito que nunca lo abandonó: trazar el destino del deseo humano en los grandes textos.
Estudiando la vanidad en un novelista como Stendhal y el esnobismo en otros posteriores, como Flaubert o Proust, fue componiendo su primer tratado de teoría literaria antropológica y uno de sus libros más difundidos y traducidos, Mentira romántica y verdad novelesca (1961).
Al resumir su principal tesis, entramos en el corazón del girardismo, una doctrina que siempre consideró que el deseo humano presenta una índole patológica. Porque es el origen del conflicto: cada uno desea lo que desea el otro. La furia y la venganza sociales nacen de esta rivalidad competitiva, que encuentra su fin provisorio en la designación de chivos emisarios, en una historia que va, en el largo siglo XX, desde el affaire Dreyfus hasta las Torres Gemelas, pasando por el Holocausto.
A los ojos de Girard, el elemento más disruptivo y revolucionario de la historia humana es la religión judeocristiana. En la pasión de Cristo también hay un relato de linchamiento (la crucifixión) y reconciliación (la formación de una iglesia). Pero a diferencia de las otras historias de linchamiento, de todas las cazas de brujas, el cristianismo es la religión que proclama la inocencia de la víctima. Aquí la lección que Girard reiteró y expandió en los años y los libros. Para los que no compartan su fe, queda sin embargo su análisis: el develar el sustrato sanguinario de toda cultura, la búsqueda de víctimas cuya muerte violenta apacigüe a la multitud, y haga más firmes los lazos comunitarios.