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EL INFIERNO DE DANTE CON NARIZ DE PAYASO
Su humorismo era virósico, infectocontagioso; su sensibilidad, su cortesía eran evidentes de alguna forma indefinible, tácita. Su tristeza era secreta, profunda, discreta y acallada y, sin embargo, también, con un poco de atención o de detenimiento, perceptible, perceptible en general, tal vez de manera inconsciente, pero perceptible hasta en las más divertidas de sus películas. Uno sospechaba, sin saberlo, por un oscuro instinto, esa pena al fondo y detrás incluso de las más cómicas, las más radiantes de sus escenas. Como en ciertos dulces cuya suavidad se enfatiza con el toque punzante pero casi imperceptible de una pizca de sal, quizá fuera precisamente ese leve, oculto contraste subterráneo entre la risa y la pena lo que de él en particular nos gustaba: su «secreto», su «encanto», su «toque», su «magia», llámelo cada quien como prefiera; esa profundidad adivinada apenas bajo todas las performances, ese secreto que ahora ya no es ningún secreto, ese secreto revelado ya, y clasificado como un síntoma más, seguramente un síntoma bien estudiado, tratable, característico de un cuadro determinado o una determinada estructura de personalidad.
Pero hay siempre algo más, una especie de valor adicional, algo más humano en esa íntima guerra solitaria, algo mayor e inclasificable que en el fondo, aunque no lo queramos admitir, sabemos que no es tratable en los que no se dejan arrebatar la tristeza, curar la depresión, y que sin ella serían otra cosa, ajena, irreconocible, como si esa tristeza fuera lo más real y en llevarla hubiera una especie de dignidad, la mayor parte del tiempo sin lugar entre la gente pero que a la vez, por paradoja, los hiciera más prójimos. Oscuramente más prójimos en vida, nítidamente prójimos en la muerte, sentido y final de esa pena clínicamente incurable porque en la existencia humana la verdad es lo más triste y porque, en consecuencia, en la tristeza se encuentra la cordura.
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Ganó un Óscar y cinco Globos de Oro, fue Mrs. Doubtfire, fue el alienígena Mork y el robot Andrew, fue Patch Adams, fue Peter Pan y el caballero Parry en busca del Santo Grial disfrazado de vago sin techo, fue un Popeye algo tenebroso y melancólico y fue el indómito profesor Keating que lanzaba a sus alumnos, los niños bien de la Academia Welton, el Carpe diem! horaciano «a pesar», como escribió en estos días, al conocerse la noticia de su desaparición, un músico paraguayo en las redes sociales, «de haber recorrido el infierno de Dante con una nariz de payaso estando dormido».
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PERO PARÉMONOS SOBRE LOS PUPITRES ALGUNA VEZ
Había nacido en Chicago el 21 de julio de 1951 y desde el lunes, hace menos de una semana, y al parecer voluntariamente, está muerto. Siempre es duro pensar en el último minuto sin retorno, en las últimas noches, en los últimos días, en las últimas horas ya sin salida, y sin interlocutores ya posibles, una vez tomada la más solitaria de todas las decisiones, de alguien que se suicida. Siempre habrá en estas y en todas las partidas cosas que no hayan llegado a quedar bien dibujadas, y otras que hayan quedado inconclusas, pero en conjunto nos mostraste cómo se sienten y se viven la diversión, el miedo, el absurdo, la locura, el amor, la amistad, la alegría y otras de las varias formas fundamentales de la pasión, y no son asuntos fáciles de comunicar, así que hiciste un buen trabajo. Adiós, médico payaso, adiós extraterrestre, adiós niñera, adiós robot, adiós marinero, adiós profesor de historia de la literatura, adiós homeless; ahora sabemos que pasaste tu vida entera entre la comedia y el drama no solo adentro sino también afuera de la pantalla, y aunque no cupiste nunca por completo en un solo papel, ya te quedas entre nosotros como aquel que a todos y a cada uno de sus locos personajes les dibujó la sonrisa que conservará desde hoy en las muchas y perdurables fantasías del futuro. Si alguna noche un terrícola se aparta de los demás sin saber por qué y mira al cielo, ojalá que crea vislumbrar, entre la luna y las estrellas y los enormes espacios negros y vacíos y las nubes, que alguien le sonríe desde Ork. Quedémonos con el profesor Keating y el Carpe diem que lanza a los alumnos de su curso en la Welton Academy, porque, como publicó también en estos días, al circular la noticia de tu fin, un escritor paraguayo en las redes sociales, «sí, puede ser cursi y adolescencial, pero ¡parémonos sobre los pupitres alguna vez!». Quedémonos con el profesor Keating y los versos que recita en alguna escena:
Gather ye rosebuds while ye may,
Old Time is still a-flying:
And this same flower that smiles today
Tomorrow will be dying.
(«Toma las rosas mientras puedas,
pues veloz el tiempo vuela,
y esta flor que hoy admiras,
mañana ya estará muerta».
Robert Herrick, 1591-1674. Traducción: Montserrat Álvarez.)
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