A la búsqueda de las raíces de la música paraguaya (*)

Trabajo presentado por Luis Szarán el 27 de mayo de 2004 con motivo de su incorporación como Académico de Número de la Academia Paraguaya de la Historia.

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Luis Szarán

Mi vinculación con la investigación histórica lleva unas tres décadas y media; comenzó en forma empírica, respondiendo al deseo de un joven estudiante de música que deseaba profundizar las raíces de nuestro pasado cultural. En colaboración con mi maestro de entonces: José Luis Miranda buscábamos mejorar la educación musical en escuelas y colegios, introduciendo en el currículum educativo la historia musical del Paraguay y el mundo en un sentido pragmático basado en la moderna pedagogía del momento. En aquel tiempo, cuando contaba con apenas veinte años, comencé a comprender muchas cosas, entre estas las diferentes teorías sobre “el arte de la guerra” debido a los ataques que recibíamos de parte de la resistencia educativa conservadora.

Hacia fines de los 70 trabajé con José Antonio Perasso en proyectos de rescate y difusión de la cultura popular. Los dos pequeños volúmenes: Anguá Pararä sobre la Banda Peteke-Peteke de Guayaivity y los Estacioneros (una colección de cantos de Semana Santa, cuyo origen se pierde en los tiempos de la Colonia) encierran música y cantos ya perdidos y olvidados. Cursivamente hoy los nuevos integrantes de la Banda Peteke se sumergen en sus propias fuentes, ya perdidas por la vía de la transmisión oral, tomando las melodías de ese pequeño libro de 80 páginas y los Estacioneros, que por fortuna están en auge, verifican los textos conservados.

Elegí estos dos breves ejemplos, simplemente para recordar cuán importante es la función del historiador o musicólogo como en mi caso, cuando la misma no se limita al simple rastreo de información desconocida, su análisis y publicación, sino cuando está orientada hacia la formación de portadores de ese patrimonio.

En cuanto a mi experiencia personal, esta gratificante actividad continuó sin pausas en diferentes frentes: la música de las reducciones jesuíticas, estudios y biografías de creadores paraguayos, la música y la danza en el Paraguay desde mediados del 800, la creación contemporánea y, finalmente, el Diccionario de la Música en el Paraguay, trabajo este último que me vincula desde 1985 con el Ministerio de Cultura y la Sociedad General de Autores de España para la elaboración del Diccionario Enciclopédico más grande del mundo con 10 volúmenes y más de 75.000 entradas, pero cuyo principal valor radica no en el tamaño de la obra, sino en su concepción; por primera vez la información contenida proviene del propio país generador de esa fuente.

En esos años 80, motivado por mi gran amigo Alfredo Seiferheld, a quien debo preciosas orientaciones, se reafirmó esta pasión, que como los venerables miembros de esta Academia, tampoco podrán reflejar en su sentido profundo, con palabras. Es una pasión que se siente profundamente en medio de la soledad de los archivos, bibliotecas o entrevistando a protagonistas determinantes de la historia.

Para esta presentación hablaré sobre dos temas (Fonografía y Fuentes documentales sobre la música en el Paraguay), que representan lo más complejo de la investigación histórica en el país, especialmente en mi campo: la música. Por naturaleza somos un país de una fuerte tradición oral y existe, desde los tiempos de la naciente república, una especie de desprecio hacia la documentación. El paraguayo disfruta contando historias, pero no le pidas que lo escriba, y aún menos que lo guarde ordenadamente en una carpeta. Esta actitud de “vivir al día” se traslada del individuo común a las instituciones responsables de nuestra memoria cultural. Bastan solo algunos datos: El Paraguay es el único país, de cuyo Himno Nacional -su canción más importante- no se conoce al autor de su música, porque la partitura original se perdió y nadie se ocupó en su momento de realizar copias de seguridad. La versión que conocemos se debe a reconstrucciones hechas con los soldados sobrevivientes de la guerra del 70.

De igual manera, en pleno centenario del nacimiento del creador de la guarania, José Asunción Flores, que celebramos este 2004, no quedan los apuntes y manuscritos de la primera guarania “Jejuí”, y ni siquiera de las siguientes. Continuando así, por otros aspectos de nuestra historia musical, cuya reconstrucción en un altísimo porcentaje se debió realizar en base al dato oral de familiares o amigos de los creadores o de quienes vivieron de cerca determinado proceso creativo. El paso del tiempo y la fantasía personal de los relatores, nos llevan a zonas de grandes riesgos. Y esta fantasía no se da sólo en los protagonistas ocasionales, sino en los propios forjadores de un proceso.

Tal el caso de José Asunción Flores. Me comentaba el recientemente desaparecido poeta Elvio Romero, que a la pregunta del auditorio sobre cuál era el argumento de la tan hermosa composición instrumental Mburicao, Flores respondía de acuerdo al nivel de los presentes, llegando Romero a documentar 11 historias diferentes sobre la misma música, relatadas por el propio autor. Si se encontraba entre sus partidarios comunistas Mburicao era la “llama naciente de la libertad contra el pueblo oprimido”; y si estaba entre un grupo de respetables damas, “la fuerza del amor que nace como un manantial, claro y transparente, hasta consumarse en el encuentro apasionado de las aguas en el inmenso océano”.

Fonografía en el Paraguay

La necesidad del hombre de atrapar y retener la magia del sonido, producido por los instrumentos por él creados, se pierde en el tiempo, de la misma manera que el nacimiento del lenguaje, la escritura y los sistemas de organización. Pero nada más complejo que pretender embotellar una canción y dejarla madurar como el buen vino o encerrar una melodía en frasco como un perfume. Este proceso de miles de años pasa primero por el establecimiento de un sistema de graficación que se consolida en la Edad Media y deberá esperar casi un milenio para que el hombre pudiera lograr la reproducción de la música por medios mecánicos, luego eléctricos y más tarde digitalizados. La escritura musical llega al Paraguay con los jesuitas y la reproducción mecánica del sonido se produce en tiempos de los López.

El primer antecedente acerca de reproducción musical por el sistema de rodillos data del año 1863 con la llegada al país de siete cajas de música, encargadas en París, por el Gral. Francisco Solano López, que entre polcas, cuadrivalses, lanceros y schottisch danzas de moda en la época reproducía además, el Himno Nacional. Tuve oportunidad de hacer funcionar una de estas cajas, realizando las transcripciones en partitura, luego su grabación, hasta un seguimiento a la búsqueda de la misma casa fabricante en Francia.

Otro avance en este proceso fue la invención del fonógrafo patentado por Edison en 1889, que llegó al país cuatro años más tarde, en 1893, presentándose audiciones públicas de fragmentos de óperas, marchas, piezas sinfónicas, valses, y zarzuelas; los asistentes pagaban sus entradas para asistir a su funcionamiento, como si fuera un concierto de un intérprete en vivo, en el Hotel Hispano de Asunción.

El registro discográfico a cargo de intérpretes paraguayos se realiza a partir de la década del diez, principalmente en Buenos Aires, y posteriormente en ciudades del Brasil. Entre 1912 y 1928, Agustín Barrios Mangoré grabó 36 discos de 78 rpm para el sello Odeón de Argentina. Incluyó en sus interpretaciones sus principales composiciones como: La Catedral, Gavota, Danza Paraguaya, música folklórica Carreta Guy y Caazapá obras originales y transcripción de piezas de autores clásicos para guitarra. El conjunto más valioso de estas grabaciones, que se conservan con una claridad admirable, fue reprocesado y editado hace algunos años en EUA por Richard D. Stover para el sello de colecón El Maestro Records y la serie completa, editada con otros criterios de rescate, presentando el material en su estado natural, sin filtros “mágicos” se encuentra en la colección de 3 discos compactos editados por el sello Chanterelle Verlag de la ciudad alemana de Heidelberg.

A partir de la década de 1920, el negocio de la música grabada crece en el mundo de una manera vertiginosa, de la misma forma que la competencia entre los grandes sellos del momento: RCA Victor, Odeón y más tarde la Philips, CBS y otras. La presencia de una legión de músicos paraguayos emigrados a la Argentina, a veces por necesidades económicas y muchas debido a la intolerancia política, posibilita un posicionamiento de la música paraguaya, jamás superado. Me estoy refiriendo al período del 20 al 50.

El primer cantante en registrar en Buenos Aires fue Samuel Aguayo; en el año 1927 grabó su primer disco, Caminante triste y Floripa mí para el sello RCA Victor. A lo largo de su trayectoria artística este cantante, conocido en la capital porteña como “El Gardel del Paraguay” llegó a grabar 1.200 discos obteniendo 11 discos de oro por sus ventas.

En 1931, en la misma ciudad, grabaron Félix Pérez Cardozo y su trío junto a Diosnel Chase y Ampelio Villalba, el dúo Martínez Cardozo (Eladio Martínez y Mauricio Cardozo Ocampo, también con un centenar de discos para el sello Odeón) y los hermanos Larramendia.

A partir de 1934 entra en escena José Asunción Flores, con su orquesta Ortiz Guerrero, llamada luego Kygua Verá, con los solistas Agustín Barboza, Larramendia, Emilio Bobadilla Cáceres, el dúo Melga-Chase; y la participación de Roque Centurión Miranda, Sara Benítez, Isabel Valiente, Carlos Miguel Jiménez, Félix Pérez Cardozo y el propio Flores, grabó para la Odeón su histórico disco “Homenaje a Manuel Ortiz Guerrero” con sus primeras guaranias y piezas instrumentales como Mburikao, Gallito cantor, Punta karapá, Serrato ndive, Ne rendápe aju, Musiqueada che amape; y composiciones de otros autores paraguayos como: Aniceto Vera Ibarrola, Emilio Bobadilla Cáceres, Agustín Barboza, Carlos Ramírez y otros.

En el 36, siempre en Buenos Aires, el conjunto Ñande Koga dirigido por Mauricio Cardozo Ocampo registró numerosos temas, editados en discos por el sello Odeón, acompañando a los más relevantes solistas de la música popular de entonces, como Agustín Barboza, Rubito Larramendia, Carlos Reynal, Chinita de Nicola, Delfín Fleytas, Teófilo Escobar, Lucio Rubín, Angel Benítez, Edmundo Pizarro, Luis Alberto del Paraná, los dúos Hermanos Cáceres, Rivero-Echagüe, Núñez-Bedoya, Barrios-Espínola, y otros.

Flores volvió a grabar en Buenos Aires, nuevamente en la década del 50, esta vez incursionando en el lenguaje sinfónico coral con Mburikao, Obrerito, Ka’aty, Ahendu nde sapucai, Paraguay’pe y Kerasy para el sello Guarán de Buenos Aires; y en 1967 y 69, en edición privada, sus poemas sinfónicos interpretados en Moscú por coro y orquesta sinfónica de la Radio y Televisión Soviética: María de la Paz, Ñanderuvusú y Pyharé pyté. Con respecto a estas míticas grabaciones, que durante mucho tiempo se escuchaban en forma clandestina en nuestro país, tuve la oportunidad de entrevistar al director de la misma: Yuri Aronovich, quien se refirió en términos elogiosos a la obra y la personalidad de Flores, comparándolo con Musorgsky y señalando que el estilo sinfónico-popular de Flores, representaba más que ningún otro compositor a los dictados del llamado realismo socialista en el arte, en la Unión Soviética. Otras grabaciones sinfónicas se deben a Carlos Lara Bareiro, en 1959, para el sello Odeón con la orquesta de la Asociación del Profesorado Orquestal de Buenos Aires, con obras de Severo Rodas, Luis Cañete, Francisco Alvarenga y Juli Escobeiro con el título de “La música más bella del Paraguay”.

En el campo de la música popular, a partir de la década del 40 se multiplican los conjuntos, solistas y grupos orquestales que graban principalmente en Buenos Aires y São Paulo, entre los que sobresale Herminio Giménez con su insuperado LP “Paraguay romántico”.

Establecidos en Europa, Los Paraguayos con Luis Alberto del Paraná (luego con Reynaldo Meza) llegaron a grabar más de 500 composiciones con una venta de 20 millones de copias.

Otros artistas que grabaron en la Argentina fueron: Santiago Cortesi, el cuarteto Panambí rory de Bernardo Avalos (Disco de oro de la Odeón), Lorenzo Leguizamón (Fiesta campestre para la Philips y otras para CBS, RCA.
En el Brasil sobresale, en primer lugar, el arpista Luis Bordón (Sello Chantecler), quien alcanzó en varias oportunidades, en ese país, los récords de ventas discográficos. En tanto, con el correr de los años se afirman en Asunción los sellos discográficos nacionales que editan material prensado en el exterior, debido a la no existencia de una empresa de prensado.

En la década del 50 lideró la actividad a nivel local, el sello Guarania de Jorge (Coco) Urdapilleta, que continúa en la actualidad a cargo de sus descendientes. Urdapilleta fue pionero en la grabación masas corales y la Orquesta Sinfónica de la Ciudad de Asunción, en 1970.

Otro sello que se inició en Buenos Aires y continuó en el país por breve tiempo, hasta 1962, es Amambay de Generoso Larramendia. El 4 de noviembre de 1957, Pedro Román inauguró el sello Cerro Corá que aglutinó a la mayor cantidad de artistas populares como: Dúo Quintana-Escalante, típica Príncipes del Compás, clan Orrego, Vargas-Saldívar, Quemil Yambay (con más de 25 discos) y los Alfonsinos, Pérez-Peralta (con más de 20 discos), Flaminio Arzamendia, Gallardo-Arce, Hilarión Correa, cuarteto Venus, Gil Espínola, Barrios-Espínola, Las Guitarras de Asunción, Papi Meza, Félix de Ypacaraí, Oscar Pérez (con más de 15 discos) y más recientemente Florentín Giménez, La Banda de la Policía de la Capital, Los Gómez, Hobbies, Jokers, Aftermads, López Simón y los Tres Angeles, Rafael Vargas, Pedro y Fabián y otros.

Entre 1959 y 1975, los principales músicos populares como Aníbal Lovera, Lorenzo Leguizamón, Papi Meza y otros grabaron para el sello Marpar de Marcelo Paredes. En la ciudad de Pedro Juan Caballero se fundó el 24 de noviembre de 1970, el sello Elio, que se trasladó luego a la capital, a partir de 1973. Esta empresa cuenta actualmente con un volumen de unos 600 artistas entre los que sobresalen: Germán Bogado, Rodolfo Roa, Martín González, Oscar Faella, Enrique Samaniego, Aparicio González, Neneco Norton, Lobo Martínez, Lobito Martínez, Papi Orrego, Catalino Argüello, Oscar Torales, Cachito Vargas, Efrén Echeverría, Myrian y Eduardo, Luis Cañete y otros.

A parte de la inmensa cantidad de sellos discográficos privados y de reducido margen de actividad, motivados por la aparición y difusión masiva de los registros en casetes (con posibilidad de rápida reproducción en el país), en los últimos años activan intensamente los sellos ARP de Augusto Galeano, Humaitá y Boquerón, con dos décadas de producción, Purahéi de Jorge Urdapilleta (h); y desde 1978, el sello Blue Caps de Aníbal Riveros, Guaira Producciones de Gustavo A. Servín y otros.

El movimiento de rock nacional ingresó al campo discográfico en 1980 con Música para los Perros (re-editado en CD en 1997), seguido luego de una década por una escasa producción que abarca en grabaciones una docena entre discos y casetes. Los avances tecnológicos posibilitaron un considerable incremento de grabaciones, en los años más recientes.

En el campo de la música clásica han realizado registros fonográficos principalmente los guitarristas: Sila Godoy, Felipe Sosa, Luz María Bobadilla, Berta Rojas, esta última con sellos internacionales, de igual manera los pianistas Marta Geymair y Pierre Jancovic, y la Orquesta Sinfónica de la Ciudad de Asunción (OSCA) bajo la dirección de Remberto Giménez (1970), luego de Florentín Giménez (1978) y Luis Szarán (1996, 98 y 2000). En 1979 se editó el Album Música Culta del Paraguay, Vol. I, El piano, con obras de compositores paraguayos y varios intérpretes, que pretendía ser una colección de 10 volúmenes. En los últimos tiempos ha crecido la producción discográfica de las orquestas de cámara y agrupaciones corales.

Estas fuentes sonoras que registran de manera fiel un siglo de creación musical, encuentran su difusión en los medios radiales, sobre los cuales haré una breve presentación.
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