A contrapelo de los biografemas

Entre las actividades por el aniversario de Roland Barthes –que el pasado 12 de noviembre hubiera cumplido cien años– en la boliviana Universidad Mayor de San Andrés (Umsa), se desarrolló el Coloquio Internacional Roland Barthes Amateur y se presentó el libro Roland Barthes, el deseo del gesto y el modelo de la pintura (La Paz, IEB, 2015), tesis de doctorado –realizada bajo la dirección de Julia Kristeva en la Universidad de París VII-Denis Diderot– del profesor umseño Marcelo Villena Alvarado (La Paz, 1965).

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Algunos detalles, algunos gustos, algunas inflexiones: tales los biografemas barthesianos que, a la manera de átomos epicúreos y más allá de todo destino, acaso vengan a tocar algún cuerpo (textual) futuro, prometido a la misma dispersión. La utopía, en suma, de un destino que no lo es. O, si se quiere, de una biografía que, como los ríos-corridos del Finnegans Wake, se desvía siempre –sin que podamos calcular el tiempo y el lugar de sus desvíos–. O de un sujeto disperso, ese que no deja monumentos sino solo cenizas que se lanzan al viento después de la muerte.

Con estas palabras, las anteriores, que son todas de él, el crítico literario boliviano Mauricio Souza Crespo componía el comienzo de un abstract para el seminario que sobre la maldición de estos inevitables biografemas, condensación gnómica de una vida en un destino tan fácil de enunciar como inevitablemente falaz, dictó en el menos esperado, el menos infeliz de los homenajes a Roland Barthes del año en que habría cumplido cien. Organizado por el Instituto de Investigaciones Literarias de la Carrera de Literatura de la Universidad Mayor de San Andrés, el Coloquio Roland Barthes Amateur mantuvo y sostuvo la buscada ambigüedad de su título y convocatoria a los manifiestos 3600 msnm de la Ciudad de la Paz en octubre de 2015.

Un coloquio para los amateurs de un autor friendly, que además fue, toda su vida, un amateur, un amador, la palabra que defiende el filósofo español Fernando Savater, uno de sus lectores contemporáneos que no ha cejado en un amateurismo barthesiano que no excluye a otros pares setentistas como Tony Duvert o Yves Navarre o aun Gabriel Matzneff, y en especial Patrick Mauriès, autor, justamente, del mejor ensayo, del mejor libro, sobre Roland Barthes.

EL CAMINO DE TODA CARNE

Pero los biografemas, como explica luego Souza con ese buen sentido cartesiano o voltairiano del que Barhes sospechaba, suelen convertirse rápidamente en ideologemas, es decir, en los antiguos estereotipos, obstáculos paratextuales que más que tocar cuerpos textuales futuros terminan reproduciéndose solos y haciendo perdurar una doctrina que, precisamente por enseñable y aprendible, acaba por eximir del engorroso trabajo de leer. El latinista Jules Marouzeau decía que la intuición es el nombre intelectualmente prestigioso de la pereza; el biografema es el nombre con patente de teoría literaria de la trivia. Algunos detalles, algunos gustos, algunas inflexiones que, como concluye Souza, impiden, entorpecen, desvían, reemplazan la lectura de los textos, aunque, sin decirlo, sean también muy iluminadores: los biografemas son la forma simple de la recepción.

BARTHES POR VILLENA

A contrapelo de todo biografema fue la presentación, en el contexto del coloquio paceño, de uno de los mejores libros que se han compuesto sobre Barthes después de su muerte, y aun antes. Roland Barthes, el deseo del gesto y el modelo de la pintura, del poeta, profesor e investigador umseño Marcelo Villena Alvarado, se recomienda ante todo por aquellas virtudes que Barthes mismo rara vez elogiaba en sus escritos, pero que prefería en los libros que leía y con los que estudiaba: claridad, distinción, armonía de las partes en el todo, exposición argumentativa, elección y tratamiento de su asunto, articulación interna progresiva de los enunciados, conocimiento clarificador de la materia, planteamiento de un problema evidente antes que caprichosamente elegido para el desarrollo de una respuesta. Es cierto que Barthes había dicho y escrito, y no callado, que la inteligencia era la capacidad de continuar largamente una argumentación. Este es un libro inteligente. Dios, dice el libro de Job, no necesita de las mentiras de los hombres; Barthes no precisa de los cumplidos de los profesores de teoría literaria latinoamericanos. Si resulta evidente que Villena admira a Barthes, esa admiración jamás se convierte en retórica de la adulación o del asombro impostado. Quienquiera que lea las 350 páginas del volumen publicado por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) sabrá al final de la lectura muchas cosas que no sabía antes, y de aquellas que fácilmente se recuerdan.

El tema del libro es central, y además metodológicamente modélico. Podríamos reformularlo así: ¿Qué es la imagen para Roland Barthes? ¿Qué lugar ocupa para un escritor y un crítico, cuando la literatura, famosamente, era arte del tiempo y no del espacio? Esta reformulación es equívoca por amplia. En realidad, la pregunta se refiere a un campo más estricto: el del cuadro, el tableau (que puede ser vivant, como en la cuarta pared del teatro), en su doble antes que triple dimensión, y como marco antes que nada, en el que, sobre el que, se puede dibujar, más que pintar, el rasgo disruptivo del gesto –que si la pintura es modélica, el gesto es el obscuro objeto del deseo–. Como aquel óptimo ensayo de Kenneth Burke sobre Djuna Barnes, «Versión, Conversión, Perversión e Inversión en El bosque de la noche» («Version, Con-, Per-, and In-: Thoughts on Djuna Barnes’s Novel Nightwood)», en: The Southern Review II, Lousiana State University, Baton Rouge, primavera de 1966, pp. 329-346), Villena articula su exposición en «Preposiciones», «Posiciones: La figura del gesto y la trama del corpus pictórico», «Disposiciones: Del gestus brechtiano a la gesta de la costurera», «Aposiciones: Cy Twombly, el modelo del gesto semiográfico» (una lectura política de este capítulo, que vale por sí mismo como un libro por la riqueza de la información pertinente y ordenada, enfatizaría las apropiaciones y expropiaciones del expresionismo abstracto norteamericano en la Europa de la Guerra Fría), «Transposiciones: FB, el adelantado».

Es difícil anticipar que este libro tenga muchos lectores. Lisa Block de Behar trazó muchas veces con felicidad (y desdicha) el elocuente paralelo entre Roland Barthes y su contemporáneo el uruguayo Carlos Real de Azúa (1916-1977). La asimetría mayor, o mejor dicho, la primera, consiste en que el uruguayo había leído al francés, y el francés nada había leído del uruguayo. La asimetría primera entre Villena y los autores de otros libros sobre Barthes se afinca en que el boliviano es, además, gran bolivianista, y lector y crítico de lectura latinoamericana. Ha leído un mundo cuyos nexos con el atropellado parisino no son obvios. ¿Esto lo hace un mejor libro? Así creemos.

alfredogrie@gmail.com

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