A 150 años de la Guerra Grande El Tratado de la Triple Alianza

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EL HITO

La Guerra Guazú sigue siendo el episodio más traumático de la historia nacional. Marcó un antes, el Paraguay potencia, rodeado de mucha mitología pero real en sus ejes centrales –poderío económico, respeto regional y presencia soberana– y un después signado por la desolación, la ruina, la dependencia y también la democracia, aunque imperfecta.

Las matrices de la modernidad abrevaron en la mente de los patriotas, que tuvieron acceso a las ideas ilustradas y algunos de los cuales se formaron en universidades de América. Los movimientos independentistas fundaron Estados nacionales luego de abolir los poderes monárquicos.

LA DOCTRINA DEL EQUILIBRIO

Una de las lecciones aprendidas por Francisco Solano López en Europa, la doctrina del equilibrio europeo, le fue transmitida personalmente por Napoleón III. López creía necesario que ninguna potencia prevaleciera sobre las otras. Esto no se cumplía en nuestra región, pues el Imperio brasileño era superior en población, finanzas y producción a las demás naciones, incluso sumadas. Ante un pedido de ayuda de la República Oriental del Uruguay en 1863, víctima de una invasión brasileña, López emite al gobierno imperial un ultimátum que declara la ocupación de Uruguay como desafío al equilibrio regional y casus belli.

Con apoyo foráneo, es derrocado el gobierno de Blanco de Berro, amigable a López; lo sustituye Venancio Flores, general subalterno de Mitre en los combates intestinos de la Confederación Argentina.

Fue así como la armada del Imperio invadió Uruguay al mando del almirante Tamandaré, que tomó el puerto de Paysandú y originó la caída del gobierno de Blanco de Berro, dejando espacio para que asumiera Venancio Flores.

LA FIRMA DEL TRATADO

Mitre presumía de neutral, pero estaba a favor de Flores. No fue difícil aunar la visión de Brasil y Argentina, pues Mitre también preconizaba el liberalismo como sistema de gobierno. Así, Mitre y el Imperio se aliaron para sojuzgar Uruguay, y, con la toma del poder por Flores, los tres países formaron de hecho una Triple Alianza, que más tarde se volvería de derecho.

López, al ser ignorados sus reclamos, decide fortalecerlos con movimientos militares. Para él, la toma de Paysandú y la invasión de Uruguay fueron de hecho declaraciones de guerra, y la toma del buque de la carrera Marqués de Olinda, que llevaba entre sus pasajeros al presidente del Gobierno estadual de Mato Grosso, así como la invasión de este estado imperial, estaban justificadas por el desafío previo del Imperio a su posición geopolítica.

López piensa invadir la zona de Uruguayana para neutralizar los aprestos bélicos brasileños. Pide permiso a Mitre para cruzar por territorio misionero, antes paraguayo; le es denegado, lo que también considera López como una declaración de guerra de facto.

Las tropas paraguayas invadieron Corrientes y tomaron dos embarcaciones; esto dio a Mitre la excusa para patrocinar y hacer firmar en su propio domicilio el 1° de mayo de 1865 el Tratado Secreto de la Triple Alianza, que contempla la desmembración del Paraguay y la imposición de una cuantiosa deuda de guerra.

El Tratado Secreto dejó de serlo en el primer aniversario de su firma, al ser publicado in extenso en un periódico londinense.

LA GUERRA

La causa paraguaya se volvió heroica. López estaba embarcado en un enfrentamiento bélico de proporciones enormes. El momento del inicio de las hostilidades no fue el más feliz para Paraguay, pues su armamento moderno estaba en camino y ya no podría superar el bloqueo que le aguardaba con seguridad en los ríos de acceso. Sus imponentes acorazados, todavía en construcción en Europa, fueron adquiridos por los brasileños y utilizados en su contra.

López no tenía un cuerpo de oficiales capacitados y con experiencia en combate. Paraguay no había participado en batallas desde la de Tacuarí, en marzo de 1811. El heroísmo no podía paliar la falta de jefes y oficiales experimentados en batalla. Una prueba fue el trágico resultado de Uruguayana, con la rendición del comandante Estigarribia, incapaz de tomar decisiones, por lo que debía enviar chasques hasta la lejana Humaitá para requerir órdenes de apresto y acciones militares.

López ordena evacuar Corrientes y se atrinchera al otro lado del Paraná, aunque permite el desembarco de los aliados en esa zona, quizá confiado en lo pantanoso del terreno y en su desconocimiento por parte del enemigo. El 2 de mayo en Estero Bellaco y el 24 en Tuyutí son sacrificadas las mejores tropas en ataques frontales, que facilitaban la defensa enemiga y la masacre de los atacantes. Siempre se dijo, del lado de la Triple Alianza, que Paraguay perdió su ejército el 24 de mayo de 1866.

López recordó el consejo paterno de usar más la pluma que la espada y solicitó la entrevista de Yatayty Cora con el comandante aliado Mitre. La entrevista, el 12 de septiembre, fue una estratagema de López para terminar la preparación de las defensas de Curupayty, sitio de un seguro ataque aliado destinado a concluir la contienda. El 22 de setiembre el ataque se hizo realidad, y fue para argentinos y brasileños el equivalente del Tuyutí paraguayo.

Fue un ataque en campo desguarnecido; la defensa tuvo poco obstáculo para ejecutar una masacre. En esa batalla murió Dominguito Sarmiento, hijo del político argentino del mismo nombre, tenaz enemigo del Paraguay.

Fue la última batalla victoriosa para las fuerzas paraguayas; a partir de ahí, la defensa se centró en la infranqueable Humaitá y su batería Londres.

CAXIAS Y D’EU

Brasil tuvo problemas para reclutar un comandante estable; el general riograndense Manuel Osorio lo había sido al inicio, pero adujo heridas y dejó vacante la comandancia. El emperador tuvo que recurrir a un sagaz político conservador entrado en años, el mariscal Luis de Alves Lima, Duque de Caxias, que había iniciado su carrera militar casi medio siglo atrás, en el grito de Ipiranga, el 7 de septiembre de 1822.

Caxias demostró ser un excelente comandante de campo. Deploró siempre no tener el comando unificado de la fuerza brasileña, lo que, según él, retrasó mucho la victoria final.

Es que la marina estaba al mando del también anciano almirante Tamandaré, falto de la resolución y el coraje necesarios para ordenar un ataque frontal a Humaitá. Cuando al fin lo hizo, en 1868, pronto Asunción fue ocupada y la guerra entró en sus tramos finales, aunque faltaban aún casi dos años para su fin, en marzo de 1870, con la muerte del mariscal López.

Luego de la ocupación de Asunción, con la exclamación: «Yo no cazo cimarrones», Caxias declaró la victoria y se retiró sin esperar autorización imperial. Una vez más falto de comandante militar, el emperador tuvo que rogar a su yerno el francés, Gastón de Orleans, Conde D’ Eu, que se hiciera cargo nominal del Comando en campaña. Ante la futilidad de sus esfuerzos por ser eximido de esa responsabilidad, el Conde vino a Paraguay, comandó algunos enfrentamientos y fue responsabilizado de atrocidades como la quema de un hospital con heridos y médicos en Piribebuy y la del sitio de la batalla de Acosta Ñu.

OTRO PARAGUAY

Las partidas brasileñas acorralaron y ultimaron en Cerro Corá a un López herido e incapaz de defenderse. Antes habían degollado a muchos de sus seguidores, como el anciano vicepresidente Sánchez. El cadáver de López fue rescatado, previo pago en joyas, por su compañera, Elisa Alicia Lynch, que también tuvo la tétrica tarea de enterrar a su hijo mayor, Panchito, igualmente ultimado a sangre fría por la soldadesca brasileña.

A través del acuerdo Loizaga-Cotegipe del 9 de enero de 1872, Paraguay fue desmembrado y las tropas de ocupación siguieron hasta la firma del tratado Machaín-Yrigoyen en 1876. Uruguay había desistido de participar, y Venancio Flores había caído víctima de asesinos emponchados en su Montevideo natal mucho antes de Cerro Corá.

Comenzó la penosa tarea de reconstruir un Paraguay agobiado por la destrucción y las deudas, pero con una Constitución democrática y un sistema educativo que le permitirían la resurrección en una generación. Era otro Paraguay; atrás quedaron el poderío regional, la infraestructura para capacidad industrial y las finanzas sólidas.

Por algo para el paraguayo medio la época de los dictadores representa todavía una mítica edad de oro.

Hoja por hoja

¿Cómo el tratado secreto de la Triple Alianza, que anticipaba la anexión de importantes porciones del territorio paraguayo por parte de los aliados, se dio a conocer en el mundo? Dejemos que nos lo explique el historiador Thomas Wigham:

«El ministro británico en Montevideo, H. G. Lettsom, le había preguntado abiertamente al ministro de relaciones exteriores del general Flores, Carlos de Castro, si los aliados planeaban una apropiación general del territorio paraguayo, dejando el país repartido como una Polonia sudamericana. Con la intención de calmarlo, Castro le rogó discreción y sigilosamente le entregó una copia completa del tratado, cuyos puntos más sensibles estaban contenidos en dos artículos, el 16 y el 17.

»Pero Lettsom no se dio por satisfecho. ¿Era esta pretendida confiscación de parte del territorio realmente mejor que una anexión general? Decidió enviar su copia del tratado al primer ministro, Lord John Russell. El gobierno británico desde hacía mucho tiempo se había opuesto a concesiones territoriales de cualquier clase en Uruguay y, por extensión, en todo el Plata. El texto del acuerdo indignó a Russell y sus colegas, quienes lo consideraron violatorio de principios diplomáticos largamente establecidos en la región. El gobierno británico ignoró las promesas de reserva de Lettsom y apuró la publicación del tratado completo como parte de un reporte “Blue Book”, que fue leído sin comentarios ante el Parlamento a principios de marzo de 1866. Los periódicos londinenses inmediatamente captaron la historia y denunciaron a los aliados, quienes hasta ese momento se habían presentado exitosamente como víctimas agraviadas cuya seguridad común había caído bajo la amenaza de un maniático. Siempre habían sostenido que el deseo aliado de liberar al Paraguay mediante la expulsión del tirano del país estaba limpio de motivaciones mezquinas o intereses particulares.

»La hipocresía aliada ahora recibía un justo escrutinio en Europa. Previamente, tanto en París como en Londres, la gente demostraba cierto apego emocional a Pedro II, que parecía un patricio, un romántico o un soñador. Ahora se daban cuenta de que esta era una guerra real, con intereses reales y costos reales. Y este fue solo el preludio, ya que, cuando las noticias de las “cláusulas secretas” alcanzaron Sudamérica unas semanas más tarde, desencadenaron una avalancha de condena pública. Muchos de los que habían apoyado la guerra aliada se sintieron consternados por el nada sutil imperialismo sugerido por el tratado revelado. Por su parte, el mariscal y sus soldados solo se enteraron del “Blue Book” a fines de abril y en forma parcial. Tuvieron que esperar hasta la primera semana de mayo para que La América, un periódico antibélico de Buenos Aires, publicara el texto completo. Para entonces, sin embargo, los puntos clave ya eran bien entendidos por los oficiales paraguayos en el frente, quienes, como en la metáfora del estadista italiano Vittorio Amadeo, ahora se enfrentaban a la imagen de su país reducido a “una alcachofa a ser comida hoja por hoja”».

Thomas Whigham: La Guerra de la Triple Alianza, Vol. II, Asunción, Editorial Santillana, 2011, 456 pp.

beagbosio@gmail.com

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