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El nuevo país trumpista disfruta de una satisfacción revanchista, de una ola roja de cobertura y extensión nacionales únicas en la magnitud del seguro respaldo del segundo mandato. A la medida de la reparación que reclamaban por las elecciones de 2020 que denunciaban que las élites de educación académica superior, la oligarquía aristocratizante que ejerce el poder oculto y técnico en Washington, les habían escamoteado con tanto arte como para invisibilizar la rapiña.
El candidato victorioso y más votado fue el opositor acusado de fascista y autocrático por su adversaria demócrata y vencedora. Trump logró lo que en la historia norteamericana sólo conoce un único antecedente, y en el siglo XIX. Aquello a lo que aspira hoy Evo Morales en Bolivia: la reelección por un nuevo mandato no consecutivo. Entre 1885 y 1889 Grover Cleveland fue el presidente n° 22 de EEUU y entre 1893 y 1897 el presidente n° 24. El presidente del bis discontinuo precursor era demócrata, y fue el primer demócrata en volver a ganar la Casa Blanca desde de la Guerra de Secesión. En el reparto de las arenas de la ideología decimonónica, el Partido Demócrata era sudista, de derecha y esclavista; el Partido Republicano, progresista y abolicionista.
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En 1860, Abraham Lincoln fue el primer candidato republicano en ganar las elecciones; once estados esclavistas del Sur se unieron en una Confederación y en 1861 atacaron al Norte; el general Robert Lee y el presidente demócrata Jefferson Davis se rindieron en 1865 al general Ulysses Grant; Lincoln ganó las elecciones de 1864, inició su segundo período en enero de 1865 y fue asesinado en abril por un sudista fanático; en junio, las tropas del Norte proclamaron la emancipación de todos los esclavos; los gobernadores del Sur les negaban la ciudadanía a los negros; el Ejército intervino, quitó el poder a los gobernadores, lo dio a interventores; privó del voto a los blancos hasta que no les fuera perdonada la sedición del Sur. Como en el caso del republicano Trump, la facción que había acompañado a Lincoln y acompañó ocho años al presidente y general retirado Grant y que dominó en el Congreso –impedidos los demócratas de votar y de ser elegidos representantes– era muy radicalizada.
No habría sido el mandato popular para el 47 presidente electo de EEUU tan inexpugnable en su ventaja sin la obstinada preferencia por el candidato republicano de 78 años demostrada en el sufragio efectivo por los electorados negro e hispano. Sólo voluntariosamente es posible imaginar como un todo único al electorado latino, porque sus partes corresponden a categorías demográficas, nacionales y subnacionales de status jurídico propio. El electorado puertorriqueño es migrante pero no extranjero. Los migrantes de Cuba, Venezuela y otras naciones gozan o gozaron de privilegios a la sombra de la guerra de Washington contra el comunismo en América Central y el Caribe. Sólo la migración del subcontinente llegada de otros orígenes ha conocido, en su persona o en la de la generación anterior, la experiencia de ingreso, vida y trabajo ilegales. Para quienes votan, la ilegalidad es el pasado y la ciudadanía el presente. Asumir una incompatibilidad primigenia de este grupo de votantes con toda doctrina de endurecimiento de los controles fronterizos es una inferencia cuya pereza cada nueva elección castiga.
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Tampoco habrían gobernado los republicanos radicales durante veinte años en los dos últimos cuartos del siglo XIX sin el voto negro. Después de la emancipación de junio de 1865, los esclavos recién emancipados votaban por primera vez porque por primera vez eran libres. Y durante la Reconstrucción –como se llamó el paréntesis de proscripción demócrata en los estados de la efímera Confederación abolida– votaban republicano.
Aquellos republicanos radicales de dos siglos atrás habían gobernado con el desahogo de haber ganado la trifecta. Como a esta apuesta hípica se llama en Washington cuando Casa Blanca y Cámaras alta y baja del Capitolio alineadas premian a un mismo apostador o partido. También los republicanos MAGA reclaman haber ganado ese premio este noviembre 2024. Sin proscripciones. Con un sufragio universal más genuino (las mujeres votan en EEUU sólo desde 1920). Sin embargo, hay otra coincidencia enorme, tan flagrante como equívoca, entre los republicanos de entonces y los de ahora. Al menos en los dos primeros años de mandato, antes de las elecciones de medio término de 2027, el oficialismo podrá ejercer un albedrío irreprochablemente libre a la hora de legislar.
En materia económica, la legislación republicana sancionada y promulgada en el siglo XIX fue proteccionista y contraria al libre comercio. En los últimos meses de campaña, Trump repitió una y otra vez que para él la palabra más hermosa de la lengua inglesa es tariff. Que significa arancel aduanero, gravamen que deben pagar los bienes importados. Trump anuncia aranceles promiscuos para todas las importaciones, aun las de México o Canadá, y aranceles más gravosos para combatir la rivalidad comercial de China.
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En el último tercio del siglo XIX, la legislación proteccionista en EEUU perjudicó a los estados agroexportadores del Sur pero fue una intervención estatal decisiva para el desarrollo de la industria en los estados del Norte y en definitiva para el crecimiento económico del país. Progresista entonces, esa legislación es hoy reaccionaria.
La reelección de Trump demuestra que es falso, como tantos análisis rigurosos concluyeron o desearon, que su elección en 2016 iniciaba un paréntesis infelizmente real pero felizmente irrepetible. El trumpismo era visto como la anomalía deplorable de una derecha extremista pero marginal llegada al poder en un sistema que seguía siendo estructuralmente centrista pese a este accidente crispado movido por contingencias exasperadas. Al fin de cuentas, convenía agradecer que ya no fuera más virtual sino que se consumara día a día durante cuatro años, y así acabaría en anécdota cancelada como tendencia.
*Alfredo Grieco y Bavio es filólogo, traductor, escritor, periodista y analista de política internacional. Ha sido editor de Internacionales en los diarios Página/12 (Argentina), Crítica (Argentina) y La Razón (Bolivia) e investigador en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y el Museo de la Fundación Carlos Pusineri (Paraguay) y actualmente es jefe del área de Política Internacional en elDiarioAR.com. Con Sergio Di Nucci y Nicolás Recoaro ha compilado Los chongos de Roa Bastos: Narrativa contemporánea de Paraguay (Santiago Arcos, 2011) y De la Tricolor a la Whipala: Narrativa contemporánea de Bolivia (Santiago Arcos, 2014). Colabora con revistas académicas y con publicaciones como Radar (Página/12), Revista Ñ (Clarín) y El Suplemento Cultural (ABC Color). Ha publicado Cómo fueron los 60 (Espasa-Calpe, 1995), Días felices. Los usos del orden: de la Escuela de Chicago al Funcionalismo (con Norberto Cambiasso, Eudeba, 1999) y Plato Paceño (Plural, 2015), entre otros libros.