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Aunque sus lenguas oficiales sean el castellano y el guaraní, el verdadero idioma de Paraguay es el yopará (o, como quieren los académicos, el jopara), habla de la oralidad y la calle, híbrida y mutante, ajena incluso a la tradicional oposición entre literatura «culta» (en español) y «popular» (en guaraní) (1), pulso de esa vida urbana capturada en el óleo de Emilio Cutillo que ilustra este artículo. Quiero aprovechar la noticia de una reedición de la novela Ramona Quebranto (1989), de Margot Ayala de Michelagnoli (1935 - 2019) (2), para hablar brevemente del jopara.
Ramona Quebranto apareció el mismo año de la caída de Stroessner, al inicio de una «transición democrática» que, además del reconocimiento del guaraní como lengua oficial en la Constitución de 1992, intentó imponer, reforma educativa mediante, un guaraní artificial, ajeno al habla de la gente, en medio de un proceso masivo de migración interna del campo a la ciudad que conllevó profundos cambios culturales y lingüísticos, como la reducción de la población monolingüe guaraní y la expansión del jopara.
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El nombre jopara en realidad no designa una lengua sino un continuum de lenguas proteico y sin normas que, entre el polo de una estructura guaraní con mayor o menor proporción de préstamos del español y el polo opuesto de una estructura castellana en mayor o menor medida salpicada de guaraní, abarca una paleta virtualmente infinita de tonos intermedios.
Si comparamos, por ejemplo, la polca «Trece Tuyutí», de Emiliano R. Fernández, con la canción «Soy de la Chacarita», de Maneco Galeano, tendremos una idea de esa virtual infinitud que digo. En la letra de Maneco, la estructura es española y el guaraní, en forma de adiciones –palabras, frases hechas, giros–, se acopla a ella sin alterarla («a la luz de la luna con su cunu’ü / esperé la alborada…», «y yu’í pacobá canta su letanía / prendido en una rama…», etcétera).
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En la letra de Emiliano, en cambio, la osamenta es guaraní, y fagocita el español y lo transforma: ya incorpora léxico español intacto, ya altera las palabras españolas asimiladas, ya las reemplaza por su versión popular guaranizada o por algún neologismo jopara fruto de su cruce con el guaraní:
Cachorro de tigre suele ser overo,
mácho ra’yre, machíto jey,
Oimẽ ikuatiápe 20 de enero
pe neñongatu peẽ mbohapy… (3).
No por azar, jopara es también el nombre de un guiso que reúne locro, romero, zapallo, batata, kuratũ, perejil, kumanda o poroto negro, poroto pytã, poroto manteca, poroto peky si es jopara peky, pollo si es joparaité, cecina si es so’o piru jopara, lentejas si es jopara norteño, carne de cerdo si es kure jopara, puchero y osobuco si es jopara so’o, queso paraguay si es jopara kesu. En su olla generosa caben granjas y montes, corrales y graneros, gallineros y huertas, metáfora culinaria de los dones de la tierra, y si el jopara en las mesas es resultado de la mezcla del poroto y el maíz, kumanda ha avati, en los labios el jopara es resultado de la mezcla del español y el guaraní, mezcla cuya versatilidad excede toda receta.
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El jopara no gozaba del aprecio del «supremo» escritor que los paraguayos típicamente suelen enarbolar como su paladín literario, el novelista Augusto Roa Bastos, que se consagró con relatos en un español con toques de guaraní lo bastante discretos para no estorbar la lectura del público global y que en El Fiscal (1993) llamó al jopara «el habla idiota de la senilidad colectiva, el ñe’e tavy del débil mental» (4).
La novela Ramona Quebranto, retrucó a Roa amablemente el profesor Wolf Lüstig, «constituye el primer texto narrativo de cierta extensión redactado enteramente en ese ñe’e tavy». Es que una historia de la Chacarita (como la que brinda pretexto a esta nota), si me permiten la opinión, solo puede escribirse en jopara. «La autora –continúa el profesor Lüstig– tiene plena conciencia del papel que desempeña el lenguaje “mezclado” para la comprensión de las condiciones de vida de los chacariteños y de toda una clase del pueblo paraguayo. Nos muestra el jopara como vehículo de comunicación eficiente y expresivo de los marginados social y culturalmente» (5).
–¡Tereho Paraguaýpe emba’apo, che memby! Che apytáta kokuépe. Mientra tengo salú, via atender por tu criatura, dame nomá sapy’a py’a un poco de pirapire. Mandyju cosecha ha soja opa... no hay ete porvení. ¡Si te quedá aquí nemomembyjevýta pe bandido hína! (6).
Ramona Quebranto es la primera novela en jopara, atrevimiento repetido, de otra manera, en El rubio (2004), de Domingo Aguilera, monólogo lumpen que hace lo propio con el español under asunceno, pasajes del cual están incluidos en la primera antología de narrativa contemporánea paraguaya publicada en Buenos Aires, Los chongos de Roa Bastos (2011), cuyos editores –el periodista Nicolás G. Recoaro, el traductor Sergio Di Nucci y el filólogo Alfredo Grieco y Bavio– dicen en el prólogo, acerca de los nueve autores seleccionados por ellos: «Todos escriben en una lengua con diversos grados de vigorosa impureza. Al jopara, denominación de la mezcla de guaraní y castellano, emblema de plato de pobre que reúne en partes siempre desiguales arroz y frijoles, se suman o alternan otras formas de heteroglosia, como el portuñol más o menos salvaje de las fronteras con el Brasil, a su vez hibridado o mestizado, sin plan ni hipóstasis alguna, con otras formas de guaraní y con otras lenguas y hablas indígenas» (7).
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En la misma línea «salvaje» de indeterminación y heteroglosia y más cerca en el tiempo, el ciclo de conferencias «Lenguas de la Poesía Paraguayensis» –reunidas en el libro homónimo de 2022 (8)– cruzó con el sello de un gentilicio de ficción (paraguayensis) en el pasaporte las fronteras geopolíticas y literarias que la denominación usual –poesía paraguaya– habría dado por sentadas como naturales: bajo su aire lúdico, el argot del título «contrabandeaba» ya la dinamita de unos cuestionamientos, en el fondo, subversivos. ¿Cuáles, en efecto, entre todas las lenguas habladas en el territorio actualmente llamado Paraguay, son las lenguas de la poesía o de la literatura? ¿El guaraní, el portuñol, el español, el ayoreo, el bajo alemán, el jopara…? ¿Hay alguna que lo sea? ¿Hay alguna que no lo sea?
Notas
(1) Sorel, J. (2024). Un poema en jopara de 1908. En: El Suplemento Cultural, 14/04/2024.
(2) Ayala de Michelagnoli, M. (2024). Ramona Quebranto. Edición bilingüe. Traducción de Yanina Azucena. Buenos Aires, Mono Gramático.
(3) Ver: Álvarez, M. (2022). Desde el margen: apuntes sobre el jopara, el rock y las máquinas productoras de canon. En: Bogado, C. (ed.) Lenguas de la poesía paraguayensis. Asunción, Editora & Gráfica Che Ha Nde.
(4) Roa Bastos, A. (1993). El Fiscal. Buenos Aires, Sudamericana, p. 280.
(5) Lüstig, W. (1996). Mba’éichapa oiko la guarani? Guaraní y jopara en el Paraguay. En: Papia, 4(2), pp. 19-43.
(6) Ayala de Michelagnoli, M. (1989). Ramona Quebranto. Asunción, Arandurã, p. 43.
(7) Di Nucci, S.; Recoaro, N.; Grieco y Bavio, A. (eds.) (2011). Los chongos de Roa Bastos. Narrativa contemporánea del Paraguay. Buenos Aires, Santiago Arcos Editor, p. 7. Salvo por su descripción del jopara (¡«arroz y frijoles»!), el prólogo es excelente.
(8) Bogado, C. (ed.) (2022). Lenguas de la poesía paraguayensis. Asunción, Editora & Gráfica Che Ha Nde, 104 pp.
*La edición bilingüe de Ramona Quebranto, de Margot Ayala de Michelagnoli, publicada por el sello Mono Gramático, se presentará este lunes 11 de noviembre a las 19:00 horas en el Salón Fundadores del Club Centenario (Mariscal López 2351 casi Venezuela). La edición y la traducción del libro han estado a cargo, respectivamente, de Luciano Páez Souza y Yanina Azucena.