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El martes 3 de septiembre de 2024, la camioneta Toyota modelo Prado de color blanco con chapa diplomática MOE 301-499 Republica del Paraguay (MOE significa Misión Oficial Extranjera), propiedad de Naciones Unidas, estacionó al borde de la ruta III en la zona de Arroyos y Esteros, cerca de un humilde puestito callejero de venta de asaditos y mandioca.
Los transeúntes miraban con curiosidad al coche y sus ocupantes, que, sentados alrededor de una simple y precaria mesita degustaban alegremente esos palitos de carne vacuna y de cerdo asada. Eran realmente sabrosos, y el aroma de romero impregnaba deliciosamente los alrededores.
Sentados a la mesita estaban: Mario, coordinador residente de Naciones Unidas en Paraguay; José, apodado Kochi, responsable de la oficina de Derechos Humanos de Naciones Unidas; Julio, chofer de la camioneta, y yo, que estoy describiendo esta aventura por el noreste de nuestro país.
Nos dirigimos al departamento de Amambay. En el coche, al lado del chofer, está Kochi, que fue mi alumno en la carrera de sociología de la UCA; detrás de Kochi está Mario, que, por ser autoridad diplomática extranjera, ocupa su lugar establecido por el protocolo de seguridad. A la izquierda de Mario estoy yo.
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La conversación gira alrededor de los territorios indígenas, del EPP (Ejército del Pueblo Paraguayo), de supuestas zonas liberadas, de poderosas fuerzas ocultas y de las Fuerzas de Tareas Conjuntas (FTC) operantes en esa zona.
Después de un café en el parador Ka’Avo, de Santaní, nos dirigimos hacia Pedro Juan Caballero. Aquella tardecita oscureció muy pronto y con cielo levemente nublado. De repente, nos interceptó una camioneta que nos hizo seña de parar: eran Sofia, William, Pablo y Christian, de una oenegé que realiza actividades de desarrollo y acompañamiento de los indígenas pai-tavytera. No entendí bien de que hablaron, pero se trataba de ultimar detalles para nuestra ida al Jasuka Venda y cómo conseguir la comida para los indígenas, porque no se consiguió comprar una vaca entera, como estaba previsto.
Los indígenas pai-tavytera, uno de los veinte pueblos originarios aún existentes en Paraguay y uno de los más numerosos (aproximadamente, veinte mil personas), viven en comunidades en el departamento de Amambay, y también en los departamentos de San Pedro y Concepción. Los hay también en Brasil, especialmente en Mato Grosso, donde se les conoce con el nombre de kaiova. Pertenecen a la familia lingüística guaraní, como los mbya, los ava guaraní, los aché, los guaraní ñandeva y los guaraní occidentales.
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Mario, Kochi, Julio y yo llegamos hacia las 19:30 del 3 de septiembre al parque nacional Cerro Cora, donde Perla y los guardaparques nos recibieron y hospedaron con exquisita cordialidad. Antes de saborear la jugosa cena campestre cocinada con leña del monte, recibimos la visita del coronel Bareiro, de las Fuerzas de Tareas Conjuntas (FTC), responsable de nuestra seguridad para ingresar en los días siguientes al riesgoso territorio del Jasuka Venda, conocido también como Cerro Guazú. En ese lugar, en octubre de 2022, ocurrieron trágicos acontecimientos, todavía no adecuadamente esclarecidos. Lo que sabemos con certeza es que fueron asesinados el líder espiritual de los pai-tavytera, Alcides Morilla, y su joven ayudante Rodrigo Gómez; los demás indígenas tuvieron que abandonar el lugar para protegerse de posibles ataques armados. En una operación de las Fuerzas de Tareas Conjuntas (FTC) y el CODI (Comando de Operaciones de Defensa Interna), resultaron abatidas personas del EPP (Ejército del Pueblo Paraguayo) identificadas por sus huellas dactilares: Osvaldo Villalba (39 años) y Luciano Arguello (31), y una tercera persona apodada «Simón».
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Nuestro propósito era llegar al Jasuka Venda con un grupo de aproximadamente cincuenta pai-tavytera, en concepto de retorno simbólico a su casa, al lugar sagrado, como una peregrinación, aunque fuese solo por pocos días. Según las Fuerzas de Tareas Conjuntas (FTC), en esos lugares circulan peligrosos terroristas conocidos como EPP (Ejército del Pueblo Paraguayo).
El convoy que el día 4 de setiembre habría de llegar al Jasuka Venda, según nos instruyó el jefe del operativo militar, estaba compuesto así: delante iba un carro blindado antiminas del Ejercito paraguayo; a continuación, otro carro del Ejercito, ambos ocupados por numerosos soldados equipados con poderosas armas. Parecía que íbamos a una guerra. Seguía nuestra camioneta, con Mario, Julio, Kochi y quien está escribiendo a bordo. Detrás de nosotros, una camioneta civil con cuatro militares sin uniforme, pero armados con pistolas; entre ellos estaba el jefe responsable del Operativo de esos días.
Esos militares nos acompañaron día y noche todos los días que estuvimos en el Jasuka Venda. Tenían hasta fusiles «térmicos», que detectan personas, por el calor que emiten, aunque estén escondidas en la selva, hasta dos kilómetros de distancia en la oscuridad de la noche.
Después de andar bastante tiempo por esa cordillera de belleza incomparable, encontramos, en un lugar previamente establecido, a una cincuentena de pai-tavytera que se acoplaron a nosotros, protegidos por los militares, para llegar al Jasuka Venda. Expulsados de su tierra ancestral, se aprestaban a regresar al lugar sagrado como si fuese una peregrinación
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En ese lugar los indígenas vivieron al menos desde hace cinco mil años, ya que existen cuevas naturales de piedra donde se pueden admirar antiquísimas inscripciones rupestres con símbolos propios de culturas ancestrales. Dichas evidencias rúnicas fueron estudiadas científicamente por un equipo de arqueólogos españoles de Altamira dirigidos por José Antonio Lasheras.
¿Qué es lo sagrado y qué es lo profano? ¿Existe una clara distinción entre lo uno y lo otro? ¿Existen culturas indígenas que reconocen que todo lo existente posee un alma? ¿Qué sabemos nosotros de las culturas indígenas existentes en el Paraguay? ¿Son lábiles los confines entre lo sagrado y lo profano?
Para los pai-tavytera, el cerro Jasuka Venda es sagrado: es la residencia del Dios Creador, es el Centro y el Comienzo del Universo.
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Al llegar cerca de la cumbre, bajamos de los vehículos y fuimos invitados por los líderes espirituales de los pai-tavytera a quitarnos los zapatos y las medias para poder pisar el lugar sagrado. En un silencio sepulcral, cumplimos la ceremonia. Nos marcaron las mejillas con color rojo, símbolo de purificación, para entrar al lugar sagrado, a la residencia divina.
Sus creencias están contenidas en una espléndida mitología, de la que sugiero al lector de este artículo tomar conocimiento, y valorar así la rica historia de ese pueblo, su nobleza y sus elevados sentimientos espirituales y humanísticos. Son hombres y mujeres de paz y de bien en perfecta simbiosis con la naturaleza, que es obra del Creador, llamado por ellos Ñande Ramoi Rusu Papá.
Caminamos descalzos sobre la tierra hasta llegar al templo, a la casa de oración que en su idioma se llama oypysy; ahí, en sus apyka, se sentaron los teko ruvicha (líderes religiosos).
La ceremonia fue larga. Numerosos cantos con maracas, oraciones, discursos, movimientos corporales rítmicos, referentes a situaciones relacionadas con los dioses, los humanos y la naturaleza. En algunos momentos actuaban solo los varones, y en otros solo las mujeres, algunas con su bebé mamando.
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Alrededor de la casa de oración los militares, fuertemente armados, hacían guardia para protegernos de cualquier ataque enemigo.
Grande fue la alegría de esos pai-tavytera al poder volver, aunque fuera por pocos días, a su origen humano y divino. Ahí Ñande Ramoi Rusu Papá (el Creador), con una materia-energía primordial, modeló los seres vivientes y no vivientes, dando origen a todo el Universo.
Con todo respeto fuimos también a visitar los restos de la choza del líder espiritual, Alcides Morilla, asesinado en 2022; el ambiente estaba imbuido de un marcado clima religioso, denso de significados y emociones.
Al día siguiente, por un caminito de la selva, siempre custodiados por los militares en estado de alerta, silenciosamente, en una fila de aproximadamente sesenta personas, llegamos a una de las cavernas con inscripciones rupestres estudiadas por aquellos arqueólogos españoles que en 2012, al finalizar su investigación, entregaron los resultados oficiales al Ministerio de Cultura.
En esa oportunidad, el director, Lasheras, comentó: «la más antigua de las inscripciones estudiadas tiene 5202 años, lo que hace que sean hasta ahora las más antiguas del continente».
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Muchos símbolos grabados tienen una connotación religiosa ancestral. Es sorprendente que justo ahí, en el Jasuka Venda, centro y origen del Universo, se encuentren los símbolos religiosos rupestres más antiguos del continente.
Ellos tienen conocimientos transmitidos oralmente a través de miles de años y también algunas capacidades para entender e intuir realidades misteriosas y vedadas a nosotros.
Las largas conversaciones y las comidas en común alrededor de la misma olla nos ayudaron a fraternizar, romper barreras y establecer vínculos de confianza y solidaridad. Los días pasaron rápido. No tuvimos ningún accidente, nadie nos molestó, ni encontramos ningún terrorista ni supuestos dueños mbarete. Los militares, ya en días anteriores, habían inspeccionado la zona y marcado presencia para desalentar posibles desenlaces trágicos.
Pero tenemos preguntas de fondo: ¿por qué los pai-tavytera no pueden volver a vivir tranquilamente en su territorio ancestral? Son dos años que llevan desalojados, son dos años de trámites con la Fiscalía, el INDI y otras instituciones responsables. ¿Por qué los justos requerimientos quedan descansando en las gavetas de las autoridades? ¿Qué pasa? ¿Por qué no se hace o no se quiere hacer justicia con ese pueblo ancestral?
El último día, con lágrimas en los ojos, recogimos nuestras carpas de camping, nos despedimos de los indígenas y, siempre custodiados por los militares, emprendimos el camino del retorno.
El territorio de la comunidad pai-tavytera del Jasuka Venda, de aproximadamente 7600 hectáreas, fue entregado a esos indígenas tras una Ley de Expropiación hace unos treinta años. Nosotros, en la expedición, tuvimos acceso solo a algunas decenas de hectáreas. No tuvimos acceso a los otros miles de hectáreas propiedad de los indígenas y ahora vedados también a ellos. ¿Quiénes son los que invadieron y están ocupando casi todo su territorio sagrado? ¿Qué poderes intocables mantienen esta insostenible y dolorosa situación?
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Los pai-tavytera viven en profunda armonía religiosa con la tierra, con lo referente a los cultivos, a la cosecha, al sistema alimenticio, al manejo de los animales y de la selva. Todo tiene un acentuado tinte espiritual: los dioses son los dueños de todo y ellos marcan pautas culturales para conservar la armonía en sentido vertical (persona-dioses) y horizontal (persona-persona y persona-naturaleza).
La presencia del mal y la imperfección empuja a buscar el Yvy Marane’y, la Tierra sin Mal, lugar geográficamente ubicado hacia el Este; para llegar a él, hay que cruzar el Gran Mar originario. De ahí el carácter sagrado del cedro, que servía para hacer las embarcaciones. Más allá del lugar geográfico de la Tierra sin Mal, hoy el significado de su búsqueda es vivido en las comunidades como una tendencia hacia lo bueno, lo armónico, lo justo, lo tranquilo, lo que debería ser.
*José Zanardini es doctor en Ingeniería Química por el Politécnico de Milán, antropólogo por la Universidad de Londres, teólogo por la Universidad de Roma y sacerdote salesiano. Nacido en Reggio (Lombardía, Italia), está radicado desde 1978 en Paraguay. Ha publicado, entre otros libros, Textos míticos de los indígenas del Paraguay (1999, con Miguel Chase-Sardi), Voces de la selva (2016, con Deisy Amarilla), Entre la selva y el Vaticano (2020, novela) y Ayoeode Oijane / Relatos de la selva (2024, con Chiqueno Picanera y Aji Vicente), y colabora regularmente con El Suplemento Cultural. En 2001, el Gobierno de la Región de Lombardía, su tierra natal, le otorgó el Premio Internacional de la Paz.