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Pocas autoras tienen la capacidad de lograr que sus libros sobrevivan a la lectura de más de una generación. Es el caso de la poeta Elvira Hernández –seudónimo de Rosa María Teresa Adriasola Olave–. Nacida en Lebú, Chile, en 1951, su recorrido la ha consolidado como una de las cabezas principales de la poesía contemporánea y una de las voces más interesantes que cohabitan en Latinoamérica. Su primera formación en filosofía se vio interrumpida en 1973, y más tarde retomó la universidad en estudios de literatura. Entre sus libros destacan ¡Arre Halley Arre! (1986), Carta de Viaje (1989), La Bandera de Chile (1991).
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Finalista del Premio Altazor de Poesía en 2012, cinco años después recibió el Premio a la trayectoria en el Festival de Poesía La Chascona, y en 2018 el Premio Nacional de Poesía Jorge Teillier, el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda y el Premio Círculo de Críticos de Arte de Chile, Categoría Poesía, por el libro Pájaros desde mi ventana. En septiembre ha recibido el Premio Nacional de Literatura de Chile 2024. Desde la Residencia de Estudiantes de Madrid, en exclusiva para El Suplemento Cultural.
Quería comenzar esta entrevista preguntándote por la compilación que publicó Ediciones Sin Fin. ¿Tú hiciste la selección?
No, fue una selección y propuesta de Bruno Montané con Ana María Chagra. Ellos querían hacer esa edición con tres libros: La bandera de Chile, Carta de Viaje y Santiago Waria.
¿Cómo sientes que ha sido la recepción?
Muy buena. Ha circulado dentro y fuera de España e incluso en mi país porque la introducción de María Ángeles Pérez es prácticamente un estudio, y eso ha llamado la atención incluso de quienes ya tenían los libros.
¿Cómo ves a la distancia La bandera de Chile?
Es un libro que ha atravesado el tiempo, es parte de los 50 años, muchos escribieron algunos de esos versos en las paredes en el estallido social, algo sorprendente porque los autores podemos decir poco de los libros una vez escritos. Sin embargo, cuando encuentras estos versos escritos en la pared significa que el lector se hizo cargo de ello, son ellos los que hablan, en el fondo. Yo tengo que quedarme callada.
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¿Cómo se vivió en Chile la conmemoración de los 50 años del golpe militar?
Los 50 años han sido una fotografía de nuestra sociedad que nos ha encontrado mal parados. Primero porque estamos ante un trabajo de 4 años sobre un proyecto constitucional que ha tenido dos caras. Una cara propuesta por la izquierda, y ahora una cara propuesta por la derecha. Y eso significa que en estos 50 años no hemos podido salir del problema que originó el golpe militar. En ese tiempo han ocurrido cosas importantes; por ejemplo, ya no vivimos en un mundo bipolar, vivimos en un mundo unipolar que ha permitido que las fuerzas que estuvieron detrás del golpe militar sientan que han sido exculpadas. Yo he escuchado cosas horrorosas, como que un golpe militar que arrojó tantos muertos y un manto de criminalidad e impunidad puede volver a ser necesario. Escuchar eso es sentir que en estos 50 años no avanzamos nada.
¿Qué te parece que instituciones que en su momento avalaron el golpe militar enarbolen ahora la figura de Salvador Allende?
Después de todo, Salvador Allende fue un presidente que respetó la Constitución, todo lo que se dijo y todavía se dice, de que intentaba llevar a Chile hacia una dictadura marxista, ha quedado totalmente desmentido. Nosotros tuvimos un gobierno cuyas reformas se hacían dentro de un Estado de Derecho de una Constitución del año 1925, que era lo que en ese momento las fuerzas populares podían impulsar. El hecho de que Salvador Allende esté en lugares internacionales se debe a que intentó hacer un cambio en nuestra sociedad. Vivíamos una época revolucionaria en la que todos queríamos más. Sin embargo, tú no puedes impulsar algo que vaya contra el sentir de la gente. En ese aspecto, la palabra tiene mucha importancia, porque tienes que demostrar y convencer; de lo contrario, tienes que sacar un arma, que fue lo que hicieron aquellos sectores que dieron el golpe militar.
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En tu libro cuestionas el significado de los símbolos patrios. Has dicho que la bandera siempre fue un símbolo de guerra. ¿Qué piensas ahora?
Las banderas se han multiplicado. Eso es importante en la medida en que llegue a ser la narrativa de los pueblos, no el símbolo de ejércitos que avanzan. El apropiamiento de los símbolos patrios no debe ser exclusividad de los militares, como ocurrió en la dictadura chilena. Los sectores nacionalistas llegaron a decir que la reserva moral del pueblo de Chile eran los militares. Esas apropiaciones con propósitos de poder y bélicos son algo que habrá que cuestionar siempre. Pero detrás de eso está también la historia de un pueblo. Que ahora se multipliquen las banderas, como la bandera mapuche, significa que estamos mirando de otra manera. Esa apertura es importante.
¿Cómo era el ambiente poético de tus años de juventud?
Fue un momento en que la mujer irrumpe como escritora, logra lo que no había logrado durante todo el siglo XX. Siempre hubo resistencia a la mujer escritora en nuestro país. Si La bandera de Chile la hubiese escrito un hombre habría sido glamorosa; como la escribió una mujer, tuvo un recorrido más opaco. Pero ha tenido muchísimas lecturas, y las lecturas reviven los textos.
Naciste en Lebu; ¿cuáles son tus recuerdos de infancia?
Lebu tiene una particularidad, avanza en el tiempo muy lentamente, aun cuando han pasado muchas cosas por mi pueblo, que es capital de provincia, pero es pueblerino, y lo digo en el mejor sentido: la gente se encuentra y se saluda, se conoce, hay menos anonimato que en las grandes ciudades. En mi tiempo, ese pueblo era minero, y yo recuerdo el olor a carbón, ese aroma pétreo ya no existe, el olor del mar mezclado con el del carbón. Ahora en Lebu ya no hay explotación minera, que fue lo que le dio vida en el siglo XIX hasta más o menos la época de la Unidad Popular. Hace poco hice una antología de Gonzalo Rojas, que es un poeta nacido ahí, y releyendo me encontré con imágenes que también venían de ese lugar. Lo más impactante es que la naturaleza exuberante que yo conocí, ya no existe.
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¿Cómo es tu vínculo con los jóvenes poetas en Chile?
Me siento favorecida de poder mantener el diálogo con los que vienen porque la poesía la están haciendo ellos. Es bueno saber cómo ven este movimiento que te decía, porque sin duda ellos tienen mayor nitidez que yo. Mantengo un diálogo con poetas de distintas generaciones, o tal vez la palabra «generación» no es la adecuada porque hay una emergencia de poetas cada vez más jóvenes.
Una vez dijiste que nunca había que aliarse al poder. ¿Mantienes esa posición?
Sí. No hay que ser poeta palaciego porque lo único que puede hacer el poeta es mantener su espíritu crítico. Si lo pierde, arruina su escritura, porque la escritura cobra. La vinculación con el poder hace que uno se extravíe. El poeta tiene esa posibilidad de sentarse junto al poder, pero es bueno salir corriendo siempre. Hay que refugiarse en la escritura.
*Gian Pierre Codarlupo Alvarado (Paita, 1997) es escritor, periodista, miembro del equipo editorial de la revista cultural chilena Mal de Ojo y de la Editorial Conunhueno, de Valparaíso, y colaborador en El Suplemento Cultural. Ha publicado el libro de poemas Caída de un pájaro en el mar (Universidad Nacional de Piura, 2018). Actualmente, vive en Madrid.