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El año en que estalló la Primera Guerra Mundial, Giorgio de Chirico pintó a su amigo el poeta Guillaume Apollinaire: es el «Retrato premonitorio de Guillaume Apollinaire», título que no tardó en verse siniestramente justificado. La historia del arte está llena de misterios, y entre ellos destacan las premoniciones. Hemos hablado ya en El Suplemento Cultural de los casos de De Chirico, de Apollinaire, de Fellini, de García Lorca… Hoy hablaremos de Paul Auster.
«Los pensamientos son reales –sentenció–. Las palabras son reales. Todo lo humano es real, y a veces conocemos las cosas antes de que ocurran, aun cuando no seamos conscientes de ello. Vivimos en el presente, pero el futuro está siempre en nosotros. Puede que el escribir se reduzca a eso, Sid. No a consignar los hechos del pasado, sino a hacer que ocurran cosas en el futuro» (1).
Lo anterior son palabras de John Trause, uno de los personajes de la novela de Auster La noche del oráculo (Oracle night, 2003). Puedo asegurarles que cuando hayan terminado de leer este artículo, no las entenderán de la misma manera.
El mes más cruel
«Abril es el mes más cruel», dice T. S. Eliot en el Poema 12 de La tierra baldía. Por extraña coincidencia, a fines del mes más cruel murieron, en 2024, el famoso escritor estadounidense Paul Auster, y en 2022 su primogénito, nacido el 12 de junio de 1977.
Daniel Auster, hijo de Paul Auster y su primera esposa, Lydia Davis, apareció inconsciente en una parada del metro de Brooklyn el 20 de abril de 2022 y expiró una semana después en el Brooklyn Hospital Center.
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No mucho antes, el 1 de noviembre de 2021, su hija Ruby había muerto, como él, de sobredosis –en el caso de Ruby, concretamente, de intoxicación aguda de heroína y fentanilo– mientras se encontraba bajo su cuidado. La pequeña tenía solo diez meses de edad.
El dictamen forense fue: homicidio. Mientras se preparaba el proceso judicial, Daniel Auster fue encerrado en la prisión de Rikers. Cuando lo encontraron inconsciente en la parada de metro, hacía unas horas que acababa de salir bajo fianza.
Así terminó la vida de Daniel Auster, fotógrafo y DJ especializado en música house, luego de haber sido detenido varias veces por la policía a lo largo de su vida, incluyendo dos cargos por posesión ilegal de drogas (2008 y 2010) y uno por hurto y posesión de propiedad robada (2009). No es tan fácil, en cambio, precisar exactamente cuándo empezó su sino fatal, pero sabemos que apenas tenía 18 años el día en que se vio involucrado en uno de los crímenes más escandalosos y brutales que sacudieron Nueva York en los 90.
En aquel entonces, Daniel era uno de los «clubkids» que habitaban el universo clandestino de las mecas del éxtasis y el rave como Limelight y Tunnel. Ese universo se desvaneció en el aire un domingo cualquiera del año 1996.
El crimen de Andre Melendez
En noviembre del 96, el cuerpo médico forense logró identificar un torso humano sin piernas ni brazos que había sido encontrado semanas antes en las aguas del río Hudson: se trataba de Andre Melendez, dealer conocido en el mundo de los químicos recreativos por su poderosa Special K, capaz de hacerte levitar con toda la pista de baile del Limelight, donde fue la droga preferida. Lo llamaban «Angel» por las grandes alas que llevaba en las feroces fiestas de la noche neoyorquina de los 90.
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El organizador por antonomasia de esas míticas fiestas era Michael Alig. Contratado en 1988 por el dueño del Limelight, no tardó en dominar los nightclubs neoyorquinos y en convertirse en el gran maestro de ceremonias de una fauna nocturna que vivía de alcohol, speed y éxtasis y cuyos miembros, bajo su influencia, comenzaron a ser conocidos como los «clubkids».
¿Quién había asesinado y mutilado a Melendez? Las pistas llevaron a Robert «Freeze» Riggs, un clubkid que, aterrado al ver a los policías, lo confesó todo. Él y Michael Alig habían asesinado a Melendez.
Brevemente, esto fue lo que ocurrió: Melendez fue al departamento de Riggs y Alig a cobrarle a Alig una importante suma de dinero que le debía por drogas, se trabaron en una violenta pelea y Riggs intervino, golpeando al dealer con un martillo en la cabeza; luego, Alig asfixió al dealer con una almohada, le echó en la garganta líquido limpiador de tuberías y le selló herméticamente la boca con cinta de embalaje.
El cadáver se descompuso durante días en una bañera con hielo mientras ellos seguían de fiesta en fiesta con sus amigos. Finalmente, Alig lo desmembró en medio de una nube de heroína, con Riggs al lado, rociando Calvin Klein Eternity para enmascarar el olor. Después lo arrojaron al Hudson, en cuyas aguas unos niños encontraron, jugando, meses después, el torso mutilado de un «Ángel» caído.
El fin de una era
Alig y Riggs fueron arrestados aquel invierno. En diciembre de 1997, ambos fueron condenados a 20 años de prisión por homicidio en primer grado. Riggs cumplió 13 y fue puesto en libertad condicional en 2010. Alig pasó 17 años en prisión. Salió en libertad en 2014 y en la Nochebuena de 2020, poco antes de la medianoche, murió de sobredosis de heroína a los 54 años de edad.
Aquel domingo 17 de marzo de 1996, cuando el dealer Andre «Angel» Melendez fue asesinado por Michael Alig y Robert «Freeze» Riggs, en el departamento de estos en Hell’s Kitchen –la escena del crimen– se encontraba un clubkid de 18 años llamado Daniel. Según The New Yorker (1), Alig y Riggs le dieron 3000 dólares del dinero de Melendez a cambio de su silencio. Cuando todo fue descubierto y su nombre y su presencia en el lugar de los hechos salieron a la luz, el joven Daniel Auster se declaró culpable de posesión de propiedad robada y pasó cinco años en libertad condicional.
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El declive de aquella loca movida neoyorquina comenzó con el arresto de Alig y Riggs y quedó sellado definitivamente con la publicación en la prensa de los detalles del brutal asesinato y el posterior desmembramiento del desdichado dealer. Los clubkids restantes se fueron distanciando de una escena que apenas unas noches antes se encontraba en su apogeo. El crimen de Andre Melendez puso fin a toda una era de la vida nocturna de Nueva York.
La figura trágica
Los otros hijos del ilustre escritor, a diferencia de Daniel, prosperaron. Theo Cote, hijo de Lydia Davis, la madre de Daniel, y su segundo esposo, el pintor abstracto Alan Cote, es un respetado videógrafo y fotógrafo. La impecablemente fotogénica (no hace mucho fue portada de Elle con su madre, gemelas de blancas dentaduras triunfales, al borde del relincho) Sophie Auster, hija de Paul Auster y su segunda esposa, Siri Hustvedt, se ha convertido en modelo y cantautora, y su álbum debut, que (aplicada, precoz, ambiciosa) grabó cuando estaba en la secundaria y que salió a la venta en un pequeño sello francés (lejos de ella la banalidad del mainstream, pero también la sordidez del under), contiene canciones escritas por su prestigioso padre, quien la hizo figurar, además, como actriz en dos películas basadas en sendos libros suyos y dirigidas por él, Lulu on the Bridge (1988) y La vida interior de Martin Frost (2007).
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Daniel Auster, en cambio, el primogénito, fue el hijo indecoroso, impresentable, la figura trágica de los Auster. ¿Por qué él? No lo sabemos. ¿Hay cierta saña en la ficción del padre que pueda ser indicio de algo? Tal vez la haya: por ejemplo, en 2003, Paul Auster publicó La noche del oráculo (Oracle Night), novela protagonizada por un aclamado escritor de Brooklyn de apellido Trause (transparente anagrama de Auster) que tiene un hijo llamado Jacob. Jacob es un drogadicto, un heroinómano violento al que Trause finalmente deshereda.
«Abril es el mes más cruel: engendra / lilas de la tierra muerta, mezcla / recuerdos y anhelos, despierta / inertes raíces con lluvias de primavera».
Las premoniciones
Veamos. La noche del oráculo (Oracle Night, 2003) trata del matrimonio de un escritor enfermo, Sidney Orr, que intenta rehacer su vida. Entre los demás personajes está John Trause, escritor de renombre que también se encuentra enfermo y que intenta mejorar la relación con su hijo Jacob, un drogadicto que en el curso de la historia, desesperado por conseguir dinero para pagarles lo que les debe a sus dealers, quienes están dispuestos a cobrárselo en sangre, comete varios actos vandálicos (entre ellos, golpea a una mujer embarazada, que termina abortando).
Jacob no consigue su propósito, y pierde la vida.
En la realidad, Paul Auster, como John Trause en la ficción, tiene un hijo drogadicto, que trata con dealers, que estuvo en el lugar del crimen cuando fue asesinado un traficante. Hasta aquí cabe especular, como muchos han hecho, que quizá la persona de Daniel Auster inspira en parte el personaje de Jacob Trause en La noche del oráculo.
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No es raro que el pasado sirva de materia prima para la ficción. Lo raro no es esto, sino que años después de la publicación de esta novela Daniel Auster sea, en la vida real, acusado de homicidio por la muerte de su pequeña hija de diez meses: es decir que, al igual que Jacob en La noche del oráculo, Daniel asesine a un bebé. Al parecer, involuntariamente (once again, como Jacob).
Eso no es todo. Mientras se prepara el proceso judicial, Daniel Auster sale de la cárcel de Rikers bajo fianza y es encontrado inconsciente, horas después, en una parada de metro, con sobredosis de heroína. Es hospitalizado y muere a los seis días. Como la de Jacob Trause, la vida de Daniel Auster termina trágicamente.
Y eso todavía no es todo. El padre de Jacob, John Trause, que, como dijimos antes, está enfermo, muere por complicaciones de salud en la ficción. Paul Auster muere de cáncer en la vida real.
Por último, recordemos las reflexiones de Trause que citamos al principio: «Los pensamientos son reales –sentenció–. Las palabras son reales. Todo lo humano es real, y a veces conocemos las cosas antes de que ocurran, aun cuando no seamos conscientes de ello. Vivimos en el presente, pero el futuro está siempre en nosotros. Puede que el escribir se reduzca a eso, Sid. No a consignar los hechos del pasado, sino a hacer que ocurran cosas en el futuro». ¿No es extraño que tales reflexiones aparezcan precisamente en esta novela?
Notas
(1) Dana Goodyear (2014). Long Story Short. The New Yorker, 10/03/2014. En línea: https://www.newyorker.com/magazine/2014/03/17/long-story-short
(2) Paul Auster [2003] (2004). La noche del oráculo. Barcelona, Anagrama, p. 235.