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El desenlace de la Revolución de 1947 trajo como resultado el ostracismo físico e intelectual de todas las figuras liberales ilustres políticas o intelectuales, como Manuel Gondra, quien destacó nítidamente en la cátedra y en la reflexión periodística. De Gondra, «el paraguayo mas ilustrado de su tiempo, de todos los tiempos, al justo y feliz decir de Arturo Bray», trata el libro Cumbre en soledad (Vida de Manuel Gondra), de Benigno Riquelme García, publicado por primera vez en Buenos Aires por la Editorial Ayacucho en 1951.
En el capítulo inicial, Riquelme García despliega su artillería literaria para describir el patético Paraguay de la posguerra. Gondra nace el 1 de enero de 1871 en Buenos Aires. La Constitución, nos cuenta Riquelme, que no había cumplido seis meses de vigencia, autorizaba a los ciudadanos con padres de distintas nacionalidades a elegir la suya. En aquella época, el lugar de nacimiento era un accidente; el más inglés de los poetas, Rudyard Kipling, había nacido en la India. Julio César nació en Hispania, pero era el más romano de los emperadores. De su madre, Natividad Pereira, y de su educación en las praderas cercanas a Villeta, adoptó una paraguayidad a la que llenó de lustre, prosigue el autor.
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El padre, como corresponde al Paraguay, estuvo mayormente ausente.
Luego de la convencional educación elemental en Villeta y después en la escuela parroquial de la Encarnación, el adolescente estuvo listo para ingresar al Colegio Nacional, entre cuyos primeros egresados figuró. Demostró su solvencia en 1889, cuando el rector de la flamante Universidad Nacional, Ramon Zubizarreta, lo designó secretario general. El paso siguiente será la carrera de Derecho, que no encontró necesario completar. Sin embargo, no dejó de formarse a través de la incesante lectura en un medio aún sin bibliotecas públicas.
A través del ejercicio periodístico fue plasmando el resultado de su condición de bibliófilo: «Sus últimos contactos con la parte amable de la vida, si es que la tuvo, fueron de esta época», afirma Riquelme. A finales del siglo XIX e inicios del XX, mantuvo estrecha amistad con la crema intelectual de la época, Adolfo Riquelme, Blas Garay, Manuel Franco, Fulgencio R. Moreno, Manuel Domínguez y Francisco L. Bareiro. En el cierre del siglo XIX, en diciembre de 1899, en el sepelio del joven Blas Garay, la oración fúnebre de Gondra fue una de las más excelsas.
Para 1903, en ocasión del Tratado de Petrópolis entre el Barón de Río Branco, Jose Maria Da Silva Paranhos, y el canciller de Bolivia, Fernando Guachalla, que otorgo a este país territorio limítrofe todavía en disputa, el canciller paraguayo, Antolín Irala, le solicitó a Manuel Gondra preparar la respuesta diplomática con las resalvas de rigor. Esta fue otra muestra de que Gondra era de una madera diferente. Que un joven de escasas tres décadas de vida se atreviera a llamar la atención del erudito y hábil fundador de la Escuela de Itamaraty indica su madurez intelectual, conocimiento y estudio, así como su confianza para enfrentar satisfactoriamente a tan destacado contrincante. El desgaste del sistema autoritario y exclusivista del caballerismo encontró en el coronel Juan Antonio Escurra una apropiada víctima propiciatoria. Sus aberrantes medidas económicas, que otorgaban monopolios privados a la exportación del cuero, persuadieron a los empresarios «egusquicistas», a quienes había expulsado del gobierno, de recaudar fondos para un golpe revolucionario. Para ello, se unieron efímeramente las facciones liberales de cívicos y radicales y otorgaron la Comandancia Militar al Gral. Dr. Benigno Ferreira, de destacada actuación en la primera etapa de la posguerra.
Gondra aparece como un fogoso combatiente al mando de tropas de infantería, a las que dirige con su ejemplo tanto en Pilar como en Villeta. Su fama guerrera es tal, que a la conclusión del Pacto del Pilcomayo, el 12 de diciembre de 1904, se opuso a un acuerdo diplomático expresando la necesidad de ingresar a Asunción a sangre y fuego para hacerse cargo pleno del gobierno. En esto fue secundado por un joven y gallardo capitán egresado de Chile, de nombre Albino Jara.
Los acontecimientos posteriores dieron la razón a Gondra: el acuerdo mediado por los diplomáticos Da Cunha, de Brasil, y Guesalaga, de Argentina, permitió la presencia simbólica de dos ministros de la facción derrocada, pero, sobre todo, seleccionó como presidente provisional a un empresario, Juan Bautista Gaona, que nunca olvidó su condición y tuvo que ser destituido antes del primer aniversario en el cargo. Fue reemplazado por el radical Cecilio Báez, quedando el joven Gondra como líder de la facción radical.
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Para 1906, conoce la carrera diplomática en el cargo más importante del servicio exterior, como ministro residente en Río de Janeiro, donde establece una estrecha amistad con el aristocrático canciller vitalicio de la República, Barón de Río Branco. Estando de misión en Río de Janeiro, el Gral. Benigno Ferreira fue electo para el cuatrienio 1906-1910. En lugar de dar espacio en cargos superiores a los radicales, que se habían distinguido en el combate de 1904, Ferreira regresó a la política exclusivista y solo nombró a sus camaradas cívicos.
El vicepresidente, González Navero, y el canciller Cecilio Báez eran ya solo nominalmente radicales. Y como, según había previsto el canciller brasileño, un golpe revolucionario siempre lleva adentro las semillas del próximo, para 1908 los radicales estaban conspirando para derrocar a un gobierno teóricamente de su mismo signo.
Un golpe de mano del mayor Albino Jara lo convirtió en coronel y ministro de Guerra luego de la sublevación del 2 de julio.
Manuel Gondra retorna de urgencia de Río de Janeiro; desde ese momento, queda como líder indiscutido de la facción radical. En un principio, aceptó el cargo de ministro del Interior, desde el cual presidió la represión, inevitable en épocas de crisis política, para luego pasar a ocupar la cartera de Relaciones Exteriores como indiscutido candidato a la presidencia en 1910. No duró tres meses en el cargo presidencial, del que fue derrocado por su ministro de Guerra, Albino Jara, propiciando la gran anarquía del Centenario de la Independencia Nacional.
Luego de servir como canciller durante la Primera Guerra Mundial, Gondra fue nombrado ministro residente en Washington, y por primera vez asistió a cursos universitarios de posgrado, frecuentando las grandes bibliotecas de la ciudad. Desde ese cargo, sus partidarios en Asunción le preparan la candidatura presidencial, y al retornar ya como presidente electo es recibido en Montevideo por el presidente uruguayo Baltasar Brum y en el puerto de Buenos Aires por el presidente argentino Hipólito Yrigoyen.
Tampoco esta vez dura mucho en el cargo presidencial, al que renuncia en octubre de 1921. El vicepresidente, Félix Paiva, no se atreve a tomar la presidencia, que le correspondía, arguyendo que no podría formar gabinete. Eso desata una inestabilidad que termina en la sangrienta guerra civil de 1922 a 1923.
Siendo ya un anciano estadista, Manuel Gondra recibe la misión de encabezar la delegación paraguaya a la V Conferencia Panamericana de Santiago de Chile, en 1924. En el capítulo «La amargura final», Riquelme García describe el extraordinario papel del negociador paraguayo para proponer y lograr la aprobación de la Convención y poner fin a los conflictos entre estados. Se convirtió en un antecedente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. El delegado norteamericano propuso que la misma se denominara Convención Gondra, nombre por el que es conocida desde hace un siglo.
Su retorno a Asunción fue apoteósico. Toda la costa fue engalanada, y en el puerto un mar de pañuelos blancos lo recibió entusiasta. Le dio la bienvenida el canciller Manuel Peña, quien concluyó su oratoria con estas líneas: «Saludo en vos, Sr. Gondra, no al hijo del liberalismo paraguayo, no al hijo esclarecido de la Patria, con ser ella suficiente para llenaros de orgullo y de legitima gloria. Saludo en vos al gran hijo de América».
Una última tarea le será asignada como embajador plenipotenciario en misión especial para el estudio del diferendo de límites con Argentina, sobre la delimitación del curso del río Pilcomayo. Con la salud quebrantada, aprovecha la estada en el Plata para seguir tratamiento médico. Eso se convierte también en cobertura para un trabajo de inteligencia al enterarse de que los bolivianos están erigiendo fortines mucho más allá de lo permitido por los acuerdos. En su última misión, informa al presidente provisional, Luis A. Riart, quien prestamente reúne en su domicilio a todos los jefes militares superiores para iniciar las tareas formales con vista a la inevitable contienda.
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El autor, Riquelme García, concluye con un análisis del legado moral de la vida de Manuel Gondra y acentúa su inclinación a erigirse en ejemplo de conducta y ética.
Lo más significativo de Gondra fue su contribución al pensamiento paraguayo, y llamó siempre la atención la solidez de sus conocimientos en un medio de tantas carencias intelectuales. Todavía parece inexplicable tanto saber en un medio tan hostil. De cualquier manera, hoy goza de un merecido prestigio, recuperado para las siguientes generaciones como el summum de la integridad.
El historiador Benigno Riquelme García nació en Asunción el 20 de noviembre de 1921. Apenas era un adolescente cuando le cupo, desde 1937, trabajar en el Archivo Nacional de Asunción. Su afición por la historia le llevó a ser admitido, con el padrinazgo de los doctores Adolfo Aponte y Andrés Barbero, como miembro de la Academia Paraguaya de la Historia. Fue colaborador de los suplementos dominicales de prestigiosos diarios argentinos, como La Prensa y La Nación. Falleció en Asunción el 22 de octubre de 1977.
*Beatriz González de Bosio es licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Católica Nuestra Señora de la Asunción y licenciada en Historia por la Universidad Nacional de Asunción, miembro del Centro de Estudios Antropológicos de la Universidad Católica (Ceaduc), vicepresidenta de la Academia Paraguaya de Historia y presidenta del Centro Unesco Asunción. Ha publicado, entre otros libros, Periodismo escrito paraguayo, 1845-2001: de la afición a la profesión (Intercontinental, 2001), El Paraguay durante los Gobiernos de Francia y los López (en coautoría con Nidia Areces, ABC Color / El Lector, 2010), En busca de la ciudad escondida. Asunción en 1811 (en coautoría con Juan José Bosio, Mabel Causarano y Antonio Spiridinoff, Secretaria Nacional de Cultura, 2012).