La industria de la nostalgia y la destrucción del futuro

«Ante el vacío de futuro que los progresismos estatales y estatistas han dejado en el horizonte mundial de sentido, la vanguardia ultraderechista está instalando la idea de que el pasado es el futuro».

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La nostalgia inicialmente fue descrita como una enfermedad, una enfermedad nueva y desconocida para la que se tuvo que inventar ese nombre: nostalgia, que describía una serie de malestares y molestias muy profundas que podían llevar a la muerte y que se curaban haciendo volver o prometiendo volver a la persona enferma a su lugar de origen. Una enfermedad de desplazados que se sanaba con el retorno al hogar.

Hoy más bien describe cierta alegre melancolía por el pasado temporal. Ya no una enfermedad sino un tono emocional que tiene al pasado como protagonista y solución. À la recherche du temps perdu, dijo Proust, quien dio carta de emoción digna y hasta artística a la nostalgia y la convirtió en asunto de pudientes y ya no en enfermedad de pobres y migrantes. De ahí en más, la nostalgia no hizo sino popularizarse a tal punto que se ha convertido en una industria: la industria de la nostalgia. Es posible encontrar miles de empresas en el mundo que se nutren total o parcialmente de la perspectiva de la nostalgia, apelando o no a ese mote; valga como ejemplo el hecho de que en Argentina haya un podcast muy popular que se llama, justamente, La Hora de la Nostalgia (1).

La nostalgia hoy se presenta como la construcción de un futuro alternativo, ya pasado; así lo han dejado claro muchos políticos que han hecho de la nostalgia su leitmotiv. «Hagamos América grande de nuevo», ha dicho uno de los más famosos, y ha tenido seguidores discursivos en todo el mundo, todo el mundo que tenga un pasado, real o ficticio, del cual presumir. El Brexit fue una gran apelación nostálgica a un pasado sin la Unión Europea que los llevó a un presente distópico y problemático en el cual la nostalgia no ha servido para resolver ningún problema presente.

El Parlamento británico en Londres.
"El Brexit fue una gran apelación nostálgica a un pasado sin la Unión Europea..."

Aún así, la nostalgia campea como el camino al futuro posible y deseable hoy: el pasado. En la más prominente transformación de sentido en nuestra historia cultural reciente, el pasado es el lugar de nuestras utopías y ucronías. El presente es sospechoso y cruel, y el futuro fue destruido por necesidad. El progresismo, lo que hoy ampliamente llamamos progresismo, ese gran arco que va de la izquierda más extrema al conservadurismo más liberal en lo económico, tuvo desde la Revolución Francesa hasta la Segunda Guerra Mundial un claro norte común: el futuro, porque ese futuro era crecimiento, desarrollo, libertad, democracia y alimentación, algo que la república brasileña resumió en «orden y progreso», como reza su bandera.

El progresismo amplio que he descrito, al hacerse cargo del mundo estatal y económico, debió dejar de lado el futuro para encarar el presente. No de un modo instantáneo pero sí permanente, coherente y contundentemente. Los progresismos hicieron el presente del momento de la historia en el cual el presente quiso ser el futuro. Iniciativas como la Alianza para el Progreso de JFK (2) dan cuenta de eso: recursos para quitar el discurso del futuro a los sectores radicales de ese progresismo que aun seguían haciendo cierta lucha. Instalados en la administración del presente en el mundo, los progresismos solo luchaban (y siguen luchando) por decidir cuál de ellos administraría totalmente el presente eterno que la Realidad (3) parecía haber logrado. Exultante, el progresismo yanqui reclamó el fin del futuro (es decir, de la historia) mediante Fukuyama (4) a la muerte de la Unión Soviética.

En ese momento el presente terminó de destruir el futuro, pese a los esfuerzos del zapatismo en la selva Lacandona. Ya desde mediados de la década de 1970 el punk tenía claro: no hay futuro y todo es un presente basura eterno y repetido. Las fotocopias y sampleos son la forma en la cual la repetición del presente se nos hace nítida en lo cotidiano. No hay futuro y no sólo no hay sino que en una vuelta de sentido paradójica el futuro que propone la vanguardia que se opone al dominio del presente, es decir el progresismo universal, es el pasado y no puede ser de otro modo puesto que esa vanguardia es el conservadurismo más rancio, ignorante y comerciante que pueda existir (porque el conservadurismo más inteligente forma parte del progresismo y del presente). Ese conservadurismo extremista, pues, propone un futuro hecho de pleno pasado, un pasado utópico, ucrónico en el cual no existen derechos, ni humanos ni de ningún tipo, todo es la saca por el más fuerte (las mujeres tampoco existen más que biológicamente en ese pasado inventado) y los Estados son grandes por estar reducidos a la policía.

"La vanguardia ultraderechista está instalando la idea de que el pasado es el futuro..."
"La vanguardia ultraderechista está instalando la idea de que el pasado es el futuro..."

Occidente, por razones que se nos escapan, ha puesto el futuro adelante y el pasado detrás. Ante el vacío de futuro que los progresismos estatales y estatistas han dejado en el horizonte mundial de sentido, la vanguardia ultraderechista está instalando la idea de que el pasado es el futuro. El presente es aburrido y TikTok lo sabe. Debemos hojear la pantalla para escapar de este presente de publicidad y nada que se nos ofrece; ningún desafío, ninguna posibilidad, solo carestía, cesantía, derrotas y encierro útil a las pantallas que abren una vía comercial de escape. Ese escenario, bien leído por el ultraconservadurismo, posibilita que la industria de la nostalgia prospere tanto en lo cultural como en lo político.

Hay, entonces, un vacío de futuro que no se colmará ni con la Realidad del presente ni con las utopías de pasado que la propaganda condimentada con odio y desdén nos ofrece machaconamente cada día mediante la industria publicitaria. El futuro es un campo de batalla que nadie quiere y que ganarán quienes le den un sentido que no excluya a nadie ni necesite del odio o la marginación para decir su palabra y escuchar a alguna otra u otro que hable. De ese futuro seremos.

Notas

(1) Algo de esto ya quedó claro en http://www.agendaoculta.com.mx/2021/02/16/wandavision-en-la-memoria-de-la-memoria-audiovisual-y-la-nostalgia-del-imperio/

(2) El presidente Kennedy, de los Estados Unidos de América.

(3) Esa realidad de la que hablaba Agustín García Calvo.

(4) Francis Fukuyama, The End of History and the Last Man (1992).

*Pelao Carvallo es militante anarquista, analista político, comunicador, presidente de la organización Familias por la Educación Integral en Paraguay (Feipar) y miembro de la red pacifista internacional War Resisters’ International (WRI-IRG) y del Grupo de Trabajo Clacso / Memorias colectivas y prácticas de resistencia.

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