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Debido a que fue el escenario de los disturbios desatados por una redada policial en Nueva York en 1969, recordados hoy como un hito en la historia del movimiento LGBTQ+, el Stonewall Inn se ha convertido en el bar gay más famoso del mundo. Al menos para los turistas.
No soy un turista, solo un vecino del barrio de Greenwich Village, en Manhattan, que vive cerca del Stonewall y suele pasar delante de su puerta a diario. Sin embargo, lleno del espíritu del Mes del Orgullo, el sábado pasado por la noche salí al Stonewall Inn a celebrar.
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Lo primero que noté fue que había por todas partes banderas arcoíris, bisexuales, lesbianas, trans, asexuales. Lo segundo, un camarero en shorts desfilando con una bandeja de tragos multicolores sorprendentemente fuertes (como comprobé enseguida).
Brita Filter, la ex concursante de Drag Race, cantaba o hacía fonomímica jugando con una RuPaul de cartón mientras dos insoportables mujeres –seguramente heterosexuales– trataban de arruinar su performance exigiendo a gritos canciones de Nicki Minaj. Al fondo, la bulimia de remeras y merchandising que enloquece a la gente en junio hacía correr los dólares en un kiosko instalado en la parte de atrás por todo este mes.
Turistas. Para ellos es como el Puente de Brooklyn. Tienen el Stonewall en su lista de «lugares a visitar en Nueva York». Me consta, porque un grupo de chicas queer coreanas me mostraron la suya, escrita a mano (¡sí!) en inglés.
Su siguiente destino era el departamento de Carrie Bradshaw.
El Stonewall Inn está en el número 53 de Christopher Street y es en realidad una réplica del bar original, que cerró meses después de los disturbios de 1969. Ese bar original se dividió en el número 51 y el número 53 de Christopher Street. El número 53 fue panadería, restaurante chino y tienda de ropa masculina. En 1990, abrió sus puertas como un bar gay llamado New Jimmy’s, y con el tiempo, después de que el propietario, Jimmy Pisano, muriera de VIH/SIDA en 1994, pasó a llamarse Stonewall. El número 51 se convirtió en un centro de visitantes del Stonewall National Monument en la década de 2020.
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Como comprenderán, el número 53 y el número 51 de Christopher Street no se hablan. A pesar de que en otro tiempo fueron uno solo, desde que se separaron no parecen tener nada en común. Sucede en muchos matrimonios.
Por otra parte, ¿qué esperan? Uno sirve tragos y el otro da charlas de historia. Es obvio que el número 53 de Christopher Street en el fondo se siente inferior al serio y ordenado número 51 y trata de herirlo subiendo el volumen de la música hasta sacudir la pared divisoria. No es menos cierto que el número 51 de Christopher Street siente una secreta envidia por la popularidad del número 51, y desahoga su resentimiento por estar condenado a ser el vecino aburrido del fiestero barriendo la basura de su vereda y amontonándola en la puerta del «antro» cada mañana.
Ah, 1969, años de levantamientos, marchas y revueltas por todas partes, cuando el Stonewall Inn tenía la única pista de baile del barrio. Pero este barrio, que alguna vez fue bohemio, hace mucho que se aburguesó. Recuerdo que una de las primeras señales fueron las quejas de los vecinos, que pedían que cerraran el bar, aduciendo que «estaba infestado de traficantes de drogas».
¿Qué queda hoy de los años locos?
Miro, y no encuentro nada parecido.
Marsha Johnson y Sylvia Rivera en el «muro de historias» (content story wall). La jukebox Rowe AMI de 1967, igual a la que sonaba la noche de la redada, preparada para disparar aleatoriamente la lista de reproducción «curada» por Honey Dijon. Una exposición también «curada» por un grupo de estudiantes que quieren «transmitir lo que Stonewall significa para ellos». Una obra del artista trans NFT de 21 años FEWOCiOUS.
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Los tiempos han cambiado tanto que estoy «curando» mentalmente los contenidos del artículo que una gran amiga poeta traducirá del inglés al castellano para el increíble suplemento cultural que dirige en Paraguay, mientras bebo una IPA Stonewall Inn, marca compartida con Brooklyn Brewery, y me pregunto cómo evitar que el Stonewall termine convertido en un Starbucks queer o en parte de los circuitos turístico-culturales LGBTQ+ del capitalismo arcoíris.
Barack Obama lo nombró en un discurso en 2013, Roland Emmerich hizo una película en 2015, Taylor Swift y Madonna actuaron aquí en 2019, Kamala Harris lo eligió para una sesión de fotos y cuando la pandemia casi lo arruinó fue salvado no solo por una campaña de GoFundMe sino también por patrocinadores como Estée Lauder y Saks Fifth Avenue.
Pensar que aquí hubo una comunidad que vivía al borde del peligro, acosada por la policía. La furia. La noche. Me pregunto dónde estarán los que quedan. Qué sentirían al venir aquí hoy, o qué sienten, si vienen, cuando vienen. O si no sienten nada, como yo.
*Traducción del inglés: Montserrat Álvarez.