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Escribió el filósofo español José Ortega y Gasset en su ensayo Las Atlántidas, de 1924: «La vida es siempre ecuménica, universal. Cada gesto que hacemos, cada movimiento de nuestra persona, va hacia el universo, y nace ya conformado por la idea que de él tengamos» (1). La vida es para Ortega un diálogo con el entorno, y ningún acto puede entenderse fuera de su relación con este: «Vivir es convivir y el otro que con nosotros convive es el mundo en derredor. No entendemos, pues, un acto vital, cualquiera que él sea, si no lo ponemos en conexión con el contorno hacia el cual se dirige, en función del cual ha nacido» (2).
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Cada ser posee su propio paisaje, sostiene Ortega, diferente de los demás; somos, pues, injustos al criticar a nuestros semejantes: «A toda hora –escribe en su ensayo de 1924– cometemos injusticias con nuestros prójimos juzgando mal sus actos, por olvidar que acaso se dirigen a elementos de su contorno que no existen en el nuestro» (3). Es fácil pensar, al leer esto, en el periodismo de opinión, que diariamente juzga la conducta de los políticos de turno, y también en el quehacer del historiador, que interpreta las vidas ajenas del pasado cercano o remoto. Nuestro autor expresa esto último así: «Esta doctrina del paisaje vital es, en mi entender, decisiva para la historia, que, a la postre, no consiste sino en una hermenéutica o interpretación de las vidas ajenas» (4). Para Ortega y Gasset, en suma, la suposición de que existe un medio vital único «es caprichosa e infecunda» (5).
Ortega y Gasset habla también en este ensayo de 1924 de ciertas regiones de nuestro continente cuyo horizonte vital presenta, sostiene, ciertas peculiaridades: Estados Unidos y Argentina. Hace una clasificación de las sociedades humanas en dos grandes clases: «Hay, en efecto, pueblos que nacen y se van formando en una relativa soledad. El mundo es su mundo, el pequeño círculo donde su existencia germina, dentro del cual son ellos el único pueblo; por lo menos, el único que cuenta. Esto aconteció con Egipto y China. El chino y el egipcio, en la época de su génesis, se creen la humanidad» (6). En el extremo opuesto, prosigue, «hay otros pueblos que nacen en épocas y lugares de mucho tránsito. Antes de que se hayan formado saben de otras razas y de otros poderosos Estados», y pone como ejemplos de esta segunda clase de sociedades la antigua Roma y los etruscos, cretenses, fenicios, griegos y cartagineses (7). Estados Unidos y Argentina pertenecen, según Ortega y Gasset, a esa segunda clase de pueblos, nacidos «cuando un vasto mundo, un universo, estaba ya formado» (8).
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Esto nos lleva a pensar en las etnias aborígenes del Paraguay, que en su mayoría han perdido el hábitat de sus ancestros y cuyos integrantes se sienten perdidos en un mundo hostil. Durante las décadas posteriores a la Guerra contra la Triple Alianza, y hasta las primeras décadas del siglo XX, en nuestro país se los perseguía y mataba sin ningún temor ni remordimiento, sobre todo en el Chaco y en las zonas aledañas al río Paraná. En Argentina, las campañas militares del desierto contra los pueblos indígenas de la Patagonia y la Pampa fueron dirigidas por el general Julio A. Roca, responsable del genocidio de la población autóctona del sur argentino, donde millones de hectáreas fueron luego cedidas a colonizadores ingleses y de otras naciones europeas. ¡Qué triste vida!
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Volviendo a la antes citada frase de Las Atlántidas (1924) «Vivir es convivir», encontramos esta idea de Ortega de que nadie vive totalmente aislado expresada de otra manera en un reciente artículo del profesor de la Universidad de Costa Rica Hermann Güendel. Dice Güendel: «El ser alguien es ser persona dentro de la comunidad esencial de nuestro mundo, el nosotros. Pasamos nuestros tiempos en comunidad, vivimos en ella y en ella encontramos el personal sentido de nuestra muerte. Si somos alguien para otras personas es porque somos seres reconocibles en la comunidad que sostiene nuestra vida. Nacimos en el seno del vínculo humano, crecemos en él, y con el tiempo lo extendemos a esos otros seres que, siéndonos próximos, constituyen un nosotros que perdura en el alma, por presencia o bien por reconfortante recuerdo, hasta nuestra muerte» (9). Vivir, como suele decirse, es un viaje sin retorno.
Notas
(1) José Ortega y Gasset: Obras completas. Madrid: Fundación José Ortega y Gasset / Taurus, 2004-2010, volumen IV, p. 290.
(2) Op. cit., p. 291.
(3) Ibidem.
(4) Op. cit., p. 293.
(5) Op. cit., p. 291.
(6) Op. cit., p. 293.
(7) Op. cit., p. 294.
(8) Ibidem.
(9) Hermann W. Güendel (2022). «¿Individuo o persona? El ser humano considerado desde la comunidad del nosotros». Praxis. Revista de Filosofía, nº 86, julio-diciembre de 2022.