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Discusiones sobre el progreso han existido desde el Renacimiento, aunque griegos y romanos no lo desconocían. La Ilustración extendió la idea del progreso a todas las capas sociales. En las monarquías absolutas, como en América Latina, sociedad estamental por excelencia, había solo tres vías al progreso, la cuna, la milicia y la Iglesia. Sin embargo, la Iglesia creó la universidad, que en un principio tuvo solo el objetivo de formar a su clero pero evolucionó hasta convertirse en centro del pensamiento científico y la creación de nuevos conocimientos.
En palabras del autor de esta obra, el espíritu del progreso cautiva nuestros corazones y mentes apuntando a mejorar nuestra vida en sociedad. ¿Cuál es hoy el espíritu del progreso? ¿Y cuál es su más probable evolución? Tres ensayos exponen su reflexión.
Las complejidades del progreso
No todo intento de mejora de una situación desventajosa sigue un sendero recto y eficaz, y solo mucho después se sabe si se ha llegado a la meta o no. El ser humano se ve obligado a realizar enormes esfuerzos que podrían ser fructíferos o todo lo contrario. Precisamente en el segundo ensayo el autor aborda «Las dinámicas del desarrollo político y económico» y explora la tarea de administrar un estado, lo que afecta la producción económica en la eterna búsqueda de satisfacer las necesidades de las mayorías, tarea que no tendrá fin, ya que el principio económico universal es afrontar necesidades infinitas con recursos siempre limitados.
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El autor describe las cuatro esferas de desarrollo de una nación: la política, que incluye territorio propio consolidado y gobierno legitimo; la económica, que incluye capital para invertir, mano de obra calificada, tecnologías apropiadas e instituciones eficaces; la ecológica, que incluye salud pública, salud animal, conservación de la biodiversidad y todo lo necesario para una vida sana; y la justicia social, que incluye igualdad de oportunidades, libertad para emprender, instituciones de solidaridad, leyes, reglamentos y costumbres con respeto por la moral y la ética, libertad religiosa y todo lo que hace posible una sociedad sin excluidos.
De esto se desprende que la complejidad del progreso hasta puede volverlo utópico. El desafío del ser humano es convertir la «utopía» en «topía», y en ese sentido esta obra significa un aporte fundamental.
El tercer ensayo nos retrotrae un poco a Montesquieu y a Hegel por intentar abarcar el concepto del espíritu en las acciones humanas. Titulado «El espíritu del progreso», busca aprehender una idea no siempre fácil de asir, ya que el progreso puede medirse en cuestiones tangibles, pero lo incentiva algo de naturaleza intangible, ideal.
Caballero Carrizosa analiza los atajos intentados en el siglo XIX, revoluciones que en su mayoría prometieron más de lo que pudieron cumplir. Señala que el siglo XIX duró más de cien años. Comenzó con la declaración de independencia de Estados Unidos en 1776 y la Revolución francesa de 1789 y siguió con las guerras de independencia de Hispanoamérica, hasta la proclamación de la Republica Federativa de Brasil en 1889. La mexicana de 1910, que había prometido igualdad de indígenas y europeos, equidad en la propiedad de la tierra y justicia social, no pudo cumplir sus objetivos. El indígena sigue en el último peldaño de la pirámide social no solo en México sino en toda América Latina. Y así llegamos a la Revolución Rusa de 1917, que llevó a marchas forzadas a la Unión Soviética del feudalismo a la Revolución Industrial en una generación y que más adelante fue incapaz, considera el autor, de seguirle el ritmo en creatividad y productividad a la libre empresa del capitalismo.
El autor también hace referencia a la gran revolución de Mustafá Kemal Atatürk, padre de la Turquía moderna, el primer presidente de la Republica de Turquía, que se mantuvo en el cargo quince años después de la caída del Imperio Otomano como consecuencia de la Primera Guerra Mundial. Le cupo llevar a Turquía la tolerancia religiosa, la división entre Estado y religión y la libertad de empresa solo para descubrir que las costumbres son difíciles de modificar. El ethos de una sociedad se halla demasiado arraigado.
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En el siglo XX, el autor encuentra que el esfuerzo unificador en el combate del totalitarismo nazi fascista de la Segunda Guerra Mundial precisó el apoyo de otro totalitarismo, que fue aliado de Occidente durante cuatro años. Así, las grandes reuniones durante la Segunda Guerra tuvieron como protagonistas a Joseph Stalin, Winston Churchill y Franklin Delano Roosevelt. Terminadas las batallas, las diferencias derivaron en una Guerra Fría que marcó el resto del siglo con carreras armamentistas y amenazas de destrucción mutua.
El libro de Caballero Carrizosa sobre el progreso reconoce muchos avances en un proyecto que sigue inconcluso, pues las inequidades sociales son tarea pendiente. Su trabajo es una invitación a la reflexión seria, ya que sin duda el progreso individual y colectivo seguirá siendo durante mucho tiempo el gran desafío para individuos, comunidades e instituciones del mundo entero.
Álvaro Caballero Carrizosa
El espíritu del progreso. Tres ensayos
Asunción, Editorial Tu libro, 2023
360 pp.